El pasado 27 de octubre, las avenidas de la Ciudad de México adquirieron vida y color con la Mega Procesión de Catrinas 2024.
En la undécima edición de esta marcha, que dio inicio a las 6.30 pm en el Ángel de la Independencia, avanzó por el Paseo de la Reforma, dio vuelta en la Avenida 5 de Mayo hasta llegar a Plaza de la Constitución, y concluyó en la Avenida 20 de noviembre, se ofrecieron a la vista de los paseantes espectaculares disfraces al estilo de las catrinas de José Guadalupe Posada, así como versiones prehispánicas, quinceañeras o adaptadas a mitologías más contemporáneas, tales como Star Wars. Fiesta, jolgorio y celebración de gente extrovertida y con mucho tiempo a su disposición que, llena de vida, se disfrazaba de un símbolo de muerte.
Este desfile proveyó un singular escenario a los capitalinos para la convivencia familiar. En él, se pudo apreciar en todo su esplendor la diversidad estética que han alcanzado las catrinas, ícono de la tradición mexicana cuyos radios de obsidiana negra centrifugan alrededor de la muerte, celebrándola en el umbral entre octubre y noviembre.
La muerte, esa rectora de la vida mexicana que transcurre entre contratar plañideras y rezanderas cada vez que muere un patriarca o matriarca, y lanzar berridos y lamentaciones cada que la huesuda alcanza a uno de los nuestros con las balas de sus ayudantes, en estas tierras donde la vida vale a veces unos cuántos aguacates, unos litros de huachicol, una fracción de súperpeso.
Tal vez no sea disparatado afirmar, después de todo, que para una mexicana o un mexicano promedio, emergidos al mundo entre los yermos pliegues del Ombligo de la Luna, la vida cotidiana es, como planteara el poeta tabasqueño, una «muerte sin fin«, un «torpe andar a tientas por el lodo«, con «las alas rotas en esquirlas de aire«.
Para 130 millones de mexicanos, la muerte acecha en cada esquina, en cada microbús, en casa fosa clandestina. Y a pesar de que la huesuda toca cada uno de los músculos de nuestra vida, la celebramos disfrazándonos, bebiendo atole o chocolate de mesa, degustando junto a quienes amamos suculentas hojaldras en lo que nos llega la hora del descenso hasta el Mictlán.
FOTOGRAFÍA: AGENCIA XINHUA
TEXTO: DANIEL CARPINTEYRO
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