La esencia de la universidad es vida espiritual

Lo que hoy existe en Chile es la Antiuniversidad, porque se ha establecido como respuesta a la conciencia de la libertad, en el contexto del reordenamiento del nuevo orden económico transnacional y la creciente alianza entre los detentadores de la propiedad a escala mundial y los detentadores de la mayor cuota de violencia destructiva jamás alcanzada por la humanidad.

La esencia de la universidad es vida espiritual

Autor: Hervi Lara

I

En torno al escándalo provocado por la denuncia en contra de Marcela Cubillos: un sueldo de US$ 17.000 por media jornada y clases que no realizaba; un sueldo que percibió mientras se encontraba en Europa; un autoasignado grado de académica sin serlo; la justificación de esta situación ha sido por sus supuestos méritos y que, por ser “rostro” público (fue senadora, ministra de Educación, convencional de la Convención Constitucional, hija de un canciller de Pinochet y hombre fuerte de El Mercurio, esposa del dirigente de derecha Andrés Allamand), otorgaría “nivel” a la institución atrayendo a un mayor número de estudiantes; su principal argumento ha sido la “libertad de trabajo”.

Como reacción, se ha argumentado que la Universidad San Sebastián es un lugar de “asilo” de políticos de derecha mientras acceden a un nuevo cargo público. En otros términos, se trata de financiamiento irregular de la política de partidos de derecha, con fondos provenientes de las familias de los estudiantes y del Estado. En los hechos, esta universidad y el resto de las universidades privadas son empresas comerciales, cuyos socios lo son también de clínicas, de inmobiliarias, de viñas, de producciones agrícolas y diversos ámbitos de rentabilidad. Los estudiantes han reclamado (muy débilmente) de las malas instalaciones; de haber firmado un contrato conteniendo una cláusula prohibiendo manifestaciones contrarias a la universidad; a la ausencia de profesores estables, lo que incide en la mala formación “profesional”. Sólo tras la denuncia surgida por competidores en figuración en el espectro político, recién la Superintendencia de Educación Superior ha anunciado una investigación sobre contratación, remuneración y evaluación de “académicos” de la Universidad San Sebastián.

La discusión pública ha dejado de lado el significado de conceptos fundamentales: ¿qué es universidad? y ¿quién es académico? La Universidad San Sebastián y las restantes integrantes de la “industria universitaria”: ¿son universidades o son un negocio más? Sus docentes: ¿son académicos o son funcionarios o empleados? ¿Tiene sentido la existencia de alrededor de 60 “universidades” en Chile y que pueden cambiar de “rubro comercial” cuando a sus propietarios les convenga otro negocio? ¿Es justo engañar a la ciudadanía con una falsa “formación profesional”?

II

Desde sus inicios, en el siglo XIII, las corporaciones o universitates (universitas magistrorum et scholarium) o asociaciones de estudiantes y maestros, trataron de adquirir mayor autonomía frente a las autoridades locales. Siempre fueron comprendidas como centros de creatividad y de irradiación del saber para el BIEN DE LA HUMANIDAD, concentrándose en la investigación, la enseñanza, la formación de los estudiantes, libremente reunidos con sus maestros, animados todos por el mismo amor del saber. Se trataba del gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla, aprendiendo a razonar con rigor, para obrar con rectitud y servir mejor a los demás.

En consecuencia, la universidad debe discernir las aspiraciones y las contradicciones de la cultura, hacer que esta cultura sea más apta para el desarrollo integral de las personas y de los pueblos; profundizar sobre el impacto de la tecnología; influir a través de los medios de comunicación sobre las personas, las familias, las instituciones y el conjunto de las sociedades; defender la identidad de las culturas tradicionales; armonizar las culturas locales con la contribución positiva de culturas universales, sin sacrificar el propio patrimonio. En definitiva, la universidad debe manifestar la superioridad del espíritu. Nunca debe consentir en ponerse al servicio de ninguna otra cosa que no sea la búsqueda de la verdad. (1). Así cumple con su misión esencial, construyendo la “utopía de lo posible” en la historia de la humanidad.

Ya Andrés Bello, en su “Discurso de Instalación de la Universidad de Chile (17 de septiembre de 1843), señaló que “concluyeron entre nosotros los tiempos en que se negaba la inteligencia a la masa de los pueblos y se dividía a la raza humana en opresores y oprimidos” (para) “abrir la puerta a los conocimientos útiles, echando las bases de un plan general que abrace los conocimientos para propagarlos como fruto por todo el país”. Agregando que “la piedra angular que define una universidad capaz de hacer frente a esos desafíos es la libertad”. (…) “La verdad es el propósito de la universidad. La verdad es el resultado global de la universidad” (2).

Uno de sus sucesores, Valentín Letelier, ratificó al fundador al decir que “las universidades no pueden cumplir su misión sino ejerciendo (…) el derecho de negar, impugnar, discutir, investigar; y los grandes sabios, los pensadores originales, los padres de la ciencia y la filosofía, sólo se forman al calor de la libertad” (3). Porque no se educa para obedecer. Puesto que incluso el antiguo Cicerón deducía la palabra “autoritas” de “autos”, sí mismo; es decir, la autoridad surge no del poder de la fuerza ni del dinero, sino de la capacidad de afirmarse a sí mismo mediante las propias acciones.

En 1933, fue elegido rector de la Universidad de Chile Juvenal Hernández, a quien los académicos lo reeligieron cuatro veces. Fue rector durante 20 años, en los que se crearon nuevas facultades; se multiplicaron las carreras; aumentaron las matrículas; se crearon Escuelas de Verano, la Orquesta Sinfónica, el Teatro Experimental, etc.

Le sucedió Juan Gómez Millas, otro eximio rector de la Universidad de Chile durante diez años. Gómez Millas obtuvo el Premio OEA como Gran Educador de América Latina. Fue ministro de Educación y creó el Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas (CPEIP). Refiriéndose a la libertad y a la autonomía universitaria indicó en sus múltiples mensajes que no es otra cosa sino “la autoridad que una universidad llega a alcanzar en función de su capacidad de interpretar las aspiraciones de su pueblo. Es un poder sin poder. Es el poder de los altos valores y del prestigio y que no se defiende solamente con estatutos y leyes sino con las grandes realizaciones espirituales”. Porque la vida universitaria es espiritual, puesto que “somos un poder espiritual ultramundano que busca la razón explicativa del universo y aspira a comprender la historia humana. Ya Platón advirtió que las palabras que no surgen de un diálogo interior, nunca pueden llegar a ser la raíz de una tradición”. (…) “El hombre no dispone de un mundo ya hecho, sino de uno que hay que seleccionar, elegir y crear constantemente de nuevo”. (…) “Sólo el ser que tiene que construir su propio mundo y que a cada instante puede fracasar es el que tiene historia”. Este es el universitario, esto es, el que comprende que “la universidad expresa la aspiración hacia la universalidad y tiene, por tanto, que afirmar o expresar los rasgos comunes y originarios de una sociedad en su más hondo valor” (4).

Fernando Castillo Velasco, quien fuera rector de la Reforma de la Universidad Católica de Chile, planteó de manera categórica la necesaria recuperación del origen de la universidad: “La firme decisión de transformar la universidad en una auténtica comunidad de profesores, investigadores y alumnos en torno al saber, porque en dicho origen realiza en plenitud su vocación democrática cuando busca servir a toda la comunidad nacional” (5).

El filósofo Jorge Millas, una de las mentes más brillantes del siglo XX, en los años más oscuros de la historia de Chile dijo que “una sociedad privada de universidades auténticas es una sociedad privada de su fuente espiritual necesaria -sobre la base de la función del pensamiento- para ayudarse en la tarea tan difícil para la ciudadanía, en el mundo complejo de hoy, que es el saber tomar decisiones sobre todo en relación con valores y con relaciones humanas. Una sociedad que no tenga un lugar para el ejercicio de la inteligencia está malograda desde su origen. Esas funciones complementarias que tiene la universidad, como la de preparar profesionales eficientes, como la de preparar tecnólogos bien entrenados, esas posiblemente no se resientan en la universidad actual. Pero no es esto lo que necesita la sociedad contemporánea para poder sobrevivir a este terrible desafío de esta hora del mundo. La eficiencia técnica es importante, sin duda. Pero los problemas que hoy se están planteando son de orden espiritual” (6). Tiempo más tarde, Millas ratificó que “el espíritu universitario está embotado por el temor, la sumisión y escasas iniciativas que se atreven a manifestar los profesores, que se limitan a asentir sin criticar las órdenes, dañando así el espíritu universitario en su dignidad. Este estrechamiento de la selectividad de la excelencia académica abre las puertas a gente mediocre, dispuesta a pagar el precio de la obsequiosidad o el silencio” (7).

Humberto Giannini, filósofo y maestro de maestros, se preguntó en más de una ocasión sobre la existencia de la Universidad de Chile, respondiéndose que “en un sentido legal, administrativo, puede decirse que sobrevive (…) disputándose con otras universidades el menguado presupuesto fiscal y la clientela estudiantil, sobrevive físicamente. Como aquel trágico personaje de Dante cuya alma ya moraba en los infiernos y que sin embargo exhibía su cuerpo, con una mentida animación, por las calles de Florencia”. (…) “Sólo la historia puede salvarnos, a veces, de los dulces y suaves lazos de los fantasmas. Una memoria lúcida y un proyecto más o menos lúcido también, de la realidad que se quiere construir. Esa es la misión de la universidad: realizar día a día la unidad histórica invisible de las sociedades visibles”. Y el gran pensador se interroga sobre la universidad y su entonces triste destino: “En 1973 fue intervenida. Delegada su independencia. Politizada, entonces, incondicional, absolutamente. Acto agresivo de miedo que se ha venido difundiendo a las aulas y ha espantado a los dioses de la creación y del diálogo; acto agresivo que ha hecho del académico un funcionario al servicio de técnicas política y culturalmente inofensivas, al menos para el sistema. A la intervención siguieron violentas y continuas reducciones o contratación temporal de docentes a fin de hacerles sentir el peso de la ideología reinante. Vino luego la profesionalización, cuyas consecuencias nefastas pagará la sociedad entera. Y la ‘cotización’ de las carreras, como enojoso proyecto de promoción clasista”. (…) “Una escuela esencialmente profesional, ¿es universidad?; una escuela que genera distancia social, antagonismo, en vez de universalidad, ¿es universidad?” (8).

III

Lo que hoy existe en Chile es la Antiuniversidad, porque se ha establecido como respuesta a la conciencia de la libertad, en el contexto del reordenamiento del nuevo orden económico transnacional y la creciente alianza entre los detentadores de la propiedad a escala mundial y los detentadores de la mayor cuota de violencia destructiva jamás alcanzada por la humanidad. El “hueco” destinado para Chile es de la producción extractivista de los recursos de la naturaleza, para lo que los dueños del poder no requieren de un pueblo culto ni conciencia de la libertad, sino sólo personas alienadas y obedientes. La función que ejercen las universidades en este marco es transmitir al pie de la letra una actitud instrumental hacia la vida: el estudiante se convierte a sí mismo en instrumento eficiente de la técnica violenta, aceptando con escasa reflexión los fines impuestos por los ideólogos caseros que se encuentran en el poder. Las actuales pseudo casas de estudios superiores conducen a una mentalidad de aplicación para dominar la técnica de dirección y control, uniéndose al complejo militar-industrial, sin aceptar críticas. Son sólo centros de entrenamiento científico-técnico para la mejor aplicación del dogma del poder.

La universidad, para ser tal y no continuar siendo un remedo, exige de auténticos académicos para cumplir su misión. Algunas cualidades indispensables para la cultura superior del espíritu académico son la agudeza intelectual, la prioridad de la razón, la facilidad de comprensión, la memoria, la tenacidad, los valores éticos, que no sucumban a las fatigas espirituales. Eso implica que no pueden amar la verdad sólo a medias, deben detestar la mentira. Deben ser conscientes de sí mismos y de la realidad exterior. Deben mostrarse descontentos consigo mismos cuando se les demuestre que incurren en ignorancia. No pueden aceptar el saber impuesto a la fuerza. Porque la sabiduría inherente al académico “no es propiedad individual, sino que pertenece, por su esencia, a la comunidad. (…) Toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana”. (9). Esto, porque la academia es un acto de conciencia: dos o más personas “conocen juntamente” y, por tanto, comunican. Si no se comunica, significa que hay ausencia de la interioridad de sí mismo y la relación se disipa en la superficie. Cuando se comunica la verdad, se produce unión. En cambio, la mentira separa, mata el pensamiento, destruye a la persona porque niega la libertad. Si se carece de verdad, no se es académico. Sólo cuando las palabras son expresión auténtica de verdad pueden penetrar los espíritus en íntima profundidad de la esencia humana (10). La academia se trata de la conversión del alma de un día que es noche, a un día verdadero que es elevación hasta el ser: y diremos que ésta es la verdadera filosofía” (11).

En Chile no hay académicos ni hay universidad. Los hechos y los personajes grotescos y vulgares de la Universidad San Sebastián y de las múltiples entidades comerciales que se adjudican ese rótulo lo demuestran. El genetista Carlos Valenzuela, define la academia con precisión: “Académico es un universitario que crea y transmite cultura de relevancia universal. A diferencia de un folklorista que crea y transmite cultura entendible plenamente sólo en un contexto local. (…) Formar un académico requiere de un grupo o conjunto integrado de muchos académicos acreditados de diversas áreas y con varias de las más altas jerarquías académicas. Tales grupos prácticamente han desaparecido en Chile. Quedará uno o dos en la Universidad de Chile y posiblemente uno en la Universidad Católica, pero no orgánicamente constituido para formar académicos. Grupos o centros direccionados a formar académicos no hay en Chile. (…) Hay programas de postgrado en varias universidades, pero estos programas no necesariamente son aptos para formar académicos. Pueden formar investigadores científicos, artistas, filósofos, pero no académicos. (…) La profesión “académico” no existe en Chile. Nuestro oficio no está reconocido legalmente, ni factualmente, ni moralmente. No hay Estatuto Académico de Chile. (…) Esto se debe a una gran corrupción que está sucediendo. Las universidades han interpretado que la autonomía permite nombrar académicos según sus necesidades. Así nombran a cualquier profesional como académico o suben de jerarquía académica a su antojo. Esto ya ha pervertido la débil concepción de carrera académica. Además, es una estafa para alumnos que creen que van a ser educados por académicos acreditados, cuando el cuerpo académico que se les presenta es un fraude que no tiene calidad ni curriculum académico competitivo internacionalmente. (…) Esta corrupción es una adulteración del oficio de académico”. (…)

(…) “Los grados académicos son por esencia lo que caracteriza a una universidad en todas partes del mundo. Los grados académicos en Chile son bachiller y licencia en pregrado, magister y doctorado en postgrado. Le ley determina que son los títulos profesionales los que caracterizan la universidad. Exige que esos títulos profesionales tengan como prerrequisito el grado académico de licenciado. (…) Estos no son grados académicos propiamente tales ya que los grados académicos universitarios son, por definición, independientes de las carreras y títulos profesionales. (…) Lo menos que se le puede exigir a una institución para ser universidad es que sea capaz de dictar un programa de magister y de formar sus propios académicos. (…) Se estafa al alumno dándole un título y grado académico falso. No hay universidad en Chile. Las instituciones así llamadas son más bien institutos profesionales. (…) Los contratos en su mayor parte no son de académico, pues este oficio no existe. (…) La academia es muy débil en cuanto a su impacto social. (…) Sólo los académicos pueden formar personas críticas, autónomas, creativas y, por lo tanto, ser el grupo formador de más alto nivel de los profesionales chilenos. De nada sirven las reformas educacionales a nivel parvulario, enseñanza básica o secundaria, si los tutores o docentes en estos niveles no tienen el nivel de formación académico más alto que Chile puede dar. (…) Si hay academia en Chile, este alto nivel cultural se transmitirá a todo el país por los profesores de Estado, parvularias y otros docentes, formados por estos académicos y así a toda la sociedad chilena. Si la academia desaparece, el nivel cultural de Chile, que ya se está derrumbando, llegará a un estado de retroceso de décadas o quizás siglos en forma irreversible” (12).

La universidad y los supuestos académicos en Chile son una mentira. El escándalo de Cubillos, Chadwick, Sichel, y muchos otros que identifican la universidad con el mercado, se puede asimilar a uno de los diálogos de Jenofonte, guardando la distancia en el tiempo y en los términos, a modo de “moraleja”: “¡Oh, Antifonte –dice Sócrates-, nosotros creemos que la hermosura y la sabiduría pueden emplearse igualmente tanto de manera honesta como deshonesta! Si una mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se la llama prostituta; e, igualmente, a quienes venden su sabiduría por dinero a los que la buscan se los llama sofistas, vale decir “prostitutos”. Al contrario, si alguien enseña todo lo bueno que sabe a quienquiera vea bien dispuesto por naturaleza y se convierte en su amigo, creemos que ese cumple con el deber del ciudadano óptimo” (13).

Por Hervi Lara B.

Santiago de Chile, 1 de noviembre de 2024.

Referencias

  1. Cfr: “¿Qué es Universidad?”. (Hervi Lara. Ponencia del foro Misión de la universidad). Santiago de Chile, 17-8-2005). ↩︎
  2. Andrés Domínguez, “El concepto de Universidad”. (Signos, Revista de Educación y Cultura de la Asociación Gremial de Educadores de Chile – Agech.  Santiago de Chile, N°2, marzo-abril de 1984). ↩︎
  3. Valentín Letelier, “Filosofía de la Educación”. (Cabaut y Cía. Editores, Buenos Aires, 1927, pág. 478). ↩︎
  4. Cfr: Juan Gómez Millas, “Estudios y consideraciones sobre universidad y cultura”. (Corporación de Promoción Universitaria – CPU). Santiago de Chile, 1986. ↩︎
  5. Fernando Castillo Velasco, “Reflexiones en torno a la Universidad Católica”. Ponencia al IV Congreso de Universidades Católicas de América Latina, Colombia, octubre de 1967). ↩︎
  6. Jorge Millas, Revista HOY, Santiago de Chile, 9-4-1980. ↩︎
  7. Jorge Millas, diario La Segunda, Santiago de Chile, 13-1-1981. ↩︎
  8. Humberto Giannini, “Dictadura y Universidad”, en Signos – Agech, Santiago de Chile, N°2, Santiago de Chile, 1984. ↩︎
  9. Werner Jaeger, “Paideia: los ideales de la cultura griega”. (FCE, México, segunda edición, 1962). ↩︎
  10. Cfr: Michele Sciacca, “El problema de la educación en la historia del pensamiento occidental”.  (Luis Miracle, editor, primera edición, Barcelona, 1957). ↩︎
  11. Platón, “República”, VII, 6, 521. ↩︎
  12. Carlos Valenzuela, Carta al ministro de Educación, Sergio Bitar, Santiago de Chile, 21-3-2003. Carlos Valenzuela Yuraidini es médico cirujano de la Universidad de Chile; pedagogo en Religión y Moral; bachiller en Humanidades; especialista en Genética y doctor en Ciencias de la Universidad de Chile; postdoctorado en Citogenética Evolutiva del Centro de Estudios en Biología Prenatal, París, Francia; ha sido profesor titular de la Universidad de Chile y profesor visitante y de investigación en India y en la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia; también ha sido consultor en Ética por la Comunidad Europea, entre innumerables otros cargos. ↩︎
  13. Jenofonte, “Memorabilia”, I, VI, 11-13. ↩︎

Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

Sigue leyendo:


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano