Elecciones en Estados Unidos, el momento de la fractura

A diferencia de otros momentos claves con las elecciones estadounidenses en que el panorama internacional era lo más gravitante, parece ser que en esta ocasión la tensión mayor se vivirá en el plano nacional.

Elecciones en Estados Unidos, el momento de la fractura

Autor: El Ciudadano

Por Carlos Gutiérrez P.

Hoy, 5 de noviembre, se estará realizando la elección presidencial y parlamentaria en Estados Unidos, hito que indudablemente involucra a prácticamente todo el mundo y suele tener impacto en el campo político, económico, militar y estratégico, pero quizás como nunca antes también genera una expectativa del camino que el propio país tomará en su compleja realidad interna.

El sistema político estadounidense, después de la guerra civil del siglo XIX, ha sido históricamente muy estable, consolidado en un bipartidismo que se ha encargado de eliminar competencias disruptivas y con un denominado “estado profundo”, que es una configuración de hecho de actores relevantes y determinantes en el mundo económico-militar-comunidad de inteligencia.

Y si hay un liderazgo que quiera apartarse, promoviendo alguna mínima dislocación del sistema, siempre existe el recurso del “solitario” asesino patriota.

La mejor demostración de la crisis en la que está sumido Estados Unidos, nos la entrega esta elección, que está plagada de hechos inéditos y bochornosos.

Nos encontramos con un candidato retador, Donald Trump del Partido Republicano, que acude a esta elección con varias denuncias y juicios, y declarado culpable por abuso sexual y difamación, investigado por presunto fraude fiscal, hasta la famosa foto policial tras su entrega por una acusación estatal en su contra. Ha sido el primer y único presidente en este trance. Además, con una experiencia gubernamental (2017-2021), en que ya se batió de forma muy pública con parte del establishment del estado profundo. Hay que recordar la destitución del director del FBI (James Comey), del director de la agencia de CiberSeguridad (Chris Krebs), los cambios en el Departamento de Defensa y agencias de inteligencia, y otros cargos en el Departamento de Estado.

Sigue pendiente el rol que tuvo en la asonada violentista que asaltó el Congreso, justamente agitando la consigna del fraude electoral que al parecer algo de realidad tenía. Esa jornada fue un alarmante llamado de atención sobre la profundidad de la tensión socio-política en una sociedad altamente violenta y armada.

También, deben sumarse los tres “intentos” de atentado en su contra, que como siempre sucede en este tipo de situaciones, abundan las sombras sobre los hechos: autores intelectuales, rol del Servicio Especial en su vigilancia, vínculos internacionales, veracidad, etc.

Por el otro lado, una candidata demócrata que surgió de la desesperación. La reelección de Biden se complicó producto de su enfermedad senil, junto a la tozudez de su entorno cercano para avizorar con tiempo la inviabilidad de su candidatura, quedando atrapados en la variable tiempo para reaccionar ante un contrincante que galopaba en las encuestas.

Junto a eso, la escasez y cálculos de cuentas electorales de candidatos/as posibles hizo optar por la única opción a la que podían acudir.

Fue tan clara esta realidad, que los popes del Partido Demócrata y sus financistas se tomaron todo su tiempo para salir a apoyarla, no del todo efusivamente. Parecía que olían una catástrofe.

La candidata Kamala Harris no era del gusto. Con un pasado también oscuro cuando fue fiscal general de California, nadie le reconoce muchos méritos políticos ni intelectuales, y sus apariciones públicas son grandes momentos de tensión producto de su escaso manejo conceptual.

Incluso por primera vez, los grandes medios periodísticos afines a los demócratas han declarado que no harán campaña por ella.

Pero, a diferencia de otros momentos claves con las elecciones estadounidenses en que el panorama internacional era lo más gravitante, parece ser que en esta ocasión la tensión mayor se vivirá en el plano nacional.

En el campo internacional, y justamente teniendo presente las tres grandes tensiones del momento: Ucrania-Rusia, Israel-Irán y Taiwán-China, las diferencias existen, pero quizás sean menos profundas de lo aparente.

Hay más consenso en el caso chino; tienen una postura firme de apoyo a Taiwán y las relaciones con China seguirán tensionadas especialmente en el campo económico y tecnológico, particularmente en el caso de Trump por sus amenazas arancelarias. Los demócratas ponen el acento en lo político-militar. Recordemos la visita de la presidenta del Congreso a Taiwán, la demócrata Nancy Pelosi. Ambas candidaturas han hablado del futuro choque total con China.

En cuanto a Israel y su guerra en Medio Oriente, ambos son incondicionales con este, aunque ha sido Trump el de más decidido apoyo sin consideraciones humanitarias; el gobierno demócrata ha dejado traslucir ciertas incomodidades por un posible escalamiento del conflicto, aunque podría estar mediatizado por su condición de gobierno. Hay que tener presente que la comunidad judía, no solo es grande, sino que mayoritariamente demócrata.

La diferencia principal, aparentemente, estaría en el conflicto en Ucrania, donde Trump ha expresado públicamente su predisposición a terminarla en una negociación prontamente. Su candidato a vicepresidente, ha sido aún más categórico al decir que Ucrania no tiene ninguna importancia en la política exterior de Estados Unidos. En cambio, los demócratas, a los cuales les ha tocado vivir la contingencia, aparecen menos dispuestos a negociar y en cambio mantienen sus declaraciones sobre la continuidad del apoyo militar y financiero.

Pero la cuestión realista, más allá del deseo de mantener los apoyos para la continuidad de la guerra, es que el conflicto seguirá el derrotero de la victoria militar rusa, y el establishment racional estadounidense lo sabe, especialmente el militar, que ya ha dejado traslucir que fuerzas militares en forma a Ucrania le quedarían para seis a 12 meses. El problema es buscarle una salida honrosa para ellos y particularmente para la OTAN.

Mientras más se prolongue la guerra, a diferencia de lo que piensa el otanismo, Rusia se fortalecerá aún más en término militares, Europa se agota económicamente y se profundizarán las diferencias internas. Estados Unidos debe empezar a pensar cuál será el escenario que privilegiará, ya que tres frentes abiertos está demostrado que no son capaces de cubrir adecuadamente, y todas las bravatas de poner tropas occidentales en terreno ucraniano, si bien podría implementarse por esta generación de líderes hipócritas, también es sabido que la capacidad militar real de Europa es mediocre.

Trump ya avisó que no enviará estadounidenses a luchar en el extranjero: “No deberías enviar niños a la guerra para que los exploten por un país del que nunca has oído hablar”, dijo en uno de sus mítines de campaña.

Las diferencias fundamentales internacionales entre ambos candidatos estarán en otros temas candentes: cambio climático, las energías renovables, medidas proteccionistas en el comercio, las fórmulas políticas de relaciones con sus socios estratégicos.

La tensión máxima se vivirá en la política interna, donde las diferencias parecen notables, particularmente en los temas económicos, migratorios, aborto, responsabilidad fiscal, burocracia estatal, estructura impositiva, regulaciones, género, derechos de minorías que se suman a la tensión social, los altos niveles de violencia, la masividad de la tenencia legal de armas, la crisis del sistema de salud, el incremento de la drogadicción dura, la inflación más alta en los últimos cuarenta años, la desbordada inmigración irregular y la bomba de tiempo que es su endeudamiento fiscal.

Según The Economist del 19 de octubre las cifras son alarmantes: la deuda nacional crece al 6,9 % anual; actualmente la deuda nacional es de 37,5 billones de dólares, mayor al PIB; el interés adeudado anualmente sobre la deuda nacional es de 1,48 billones de dólares con una tasa de crédito del 4,2 %; en el último mes la deuda nacional ha aumentado en 473 mil millones de dólares.

Pero, la variable más tensionante está relacionada con la imagen de una elección fraudulenta, que fue la que abrió pasó a la asonada violentista contra el Congreso. Ya sobre la elección de 2020, un 34 % de los estadounidenses cree que la victoria de Biden fue en base al fraude, y en una reciente encuesta el 60 % de la población está preocupada por la posibilidad de un fraude en esta elección.

Son muchos los autores que han planteado un símil con la gran crisis de mediados del siglo XIX, que se zanjó con una guerra civil. Recientemente el historiador Niall Ferguson ha planteado el momento más crítico para la democracia en Estados Unidos y el mundo.

Se hace evidente la singularidad de esta elección, ya que el ganador que sea dejará insatisfacción máxima, cuestionamientos latentes, una población polarizada y programas políticos que profundizan la crisis. Efectivamente, Estados Unidos cabalga seriamente en una trayectoria de decadencia, que como todos los imperios esta comienza por casa.

Por Carlos Gutiérrez P.

Carta Geopolítica 21, 5 de noviembre de 2024.

Centro de Estudios Estratégicos – Chile [[email protected]]


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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