Puede que no figure en esa agenda laboriosamente trabajada por cientos de funcionarios en los últimos meses para lograr un resultado exitoso de la cumbre que el G20 celebra en Río de Janeiro, Brasil, los días 18 y 19 de noviembre. Pero tras la incontestable victoria de Donald Trump en las elecciones del 5 de noviembre en EEUU, el qué hacer ante las políticas anunciadas por el líder republicano será, sin duda, el rey de los pasillos. Y no deja de ser una paradoja. Durante meses, han corrido auténticos ríos de tinta para señalar con el dedo a China -alardeando de sus problemas- y marcándola como fuente de inestabilidad para la economía mundial. Hoy parece la principal fuente de certeza y estabilidad.
El G20 surgió a la raíz de la crisis financiera de 2008, con epicentro en EEUU y serios impactos en todo el mundo. Las intenciones eran buenas. No obstante, las expectativas se han quedado cortas, muy cortas si nos atenemos al sentido de aquel llamado del presidente francés Emmanuel Macron a “refundar el capitalismo”. En aquel entonces, el G20 fue parte de una reacción global para evitar futuras crisis y garantizar la estabilidad. Hoy, a diferencia de entonces, el G20 tiene la posibilidad de ser parte de la prevención ante las turbulencias que se anuncian.
Donald Trump, con su defensa a ultranza del proteccionismo y el unilateralismo, constituye la principal amenaza para la estabilidad global. Su invectiva: todos tienen que hacer sacrificios y pagar para que EEUU vuelva a ser grande. Unos en aranceles, otros en inversiones, otros en gasto militar. Por las buenas o por las malas, todos deberán, deberemos, contribuir. Mientras en Washington dicen defender el orden basado en reglas, se aprestan a una gran ofensiva para simplemente destruir todas aquellas que no le convienen.
Así las cosas, lo que deben plantearse las economías del resto del mundo es si bajan la cerviz -aunque sea a regañadientes- y se alinean con sus dictados, o coordinan sus políticas para mostrar que es posible -y necesaria- otra manera de hacer las cosas. Ante un Trump más radical, que ya en su primer mandato dio muestras de un profundo desprecio por el resto del mundo, incluidos los aliados más directos de EEUU, limitarse a esperar y ver, contemporizar o dejar que amaine el temporal que se avecina, puede derivar en importantes daños para el sistema económico global si, como se anuncia, hace saltar por los aires las cadenas de suministro, secciona el mundo tecnológico para poder reinar de forma absoluta, obstaculiza y se desentiende de la transición verde para frenar el calentamiento global y, en definitiva, insiste en empobrecer a los demás para poder usufructuar una abundancia excluyente.
Este escenario, además, va a confluir con un importante nivel de inestabilidad en algunas potencias principales del mundo desarrollado, desde Francia a Alemania pasando por Japón. En la Unión Europea, la insuficiencia de la tradicional bisagra conservadora-socialdemócrata, en horas bajas, y el ascenso de los aliados del trumpismo en sus diversas expresiones de la derecha más radical, puede agravar las contradicciones, extremando el debate entre la autonomía estratégica y el alineamiento euroatlántico.
China en las antípodas
China se afianza en las antípodas del planteamiento trumpista. De una parte, reconociendo las dificultades de su economía, en buena medida debidos al tránsito hacia el nuevo modelo de desarrollo y la necesidad de desactivar riesgos estructurales de larga data, y también como efecto de las tensiones geopolíticas que responden a la voluntad de hacer fracasar dicha transición. En los últimos meses, el gobierno ha dispuesto más y más medidas, primero para salir airosa del momento crítico; segundo, para no salpicar con sus problemas a terceros. Es un principio de conducta que ya vimos en 1997 o en 2008. A estas alturas de la película, esa trayectoria, que abjura de cualquier oportunismo táctico, se erige en una referencia inevitable para discernir con quién se puede tratar racionalmente y con quién no.
La apuesta de China por persistir en la apertura y fortalecer el multilateralismo, la insistencia en la cooperación y el diálogo como mecanismos para afrontar los retos y resolver las discrepancias, el reconocimiento de una multipolaridad que forma parte ya de la realidad sistémica global, etc., es el vocabulario con el que China y el presidente Xi Jinping se presentarán en esta cumbre del G20.
¿Qué harán las principales economías del G20 ante el escenario que se abre a partir del año próximo? ¿Mirar hacia otro lado? El apelo del presidente Joe Biden a los valores e ideales para alinearse con EEUU se antoja muy complejo, por no decir imposible, cuando su sucesor, el presidente electo Trump, los supedita con total claridad al reporte de beneficios inmediatos y cuantificables ¿En qué sustentar entonces el alineamiento? Y si esta es la hora de pensar en los intereses propios, como promueve sin tapujos ni miramientos Donald Trump, ¿cómo estarán mejor protegidos los intereses del conjunto de la economía global? El exdirector general de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy, apeló a China a buscar consensos con otras potencias comerciales, como la Unión Europea, para formar un “frente unido contra el proteccionismo” de Donald Trump.
Son acuciantes los desafíos que afligen a la sociedad internacional y la aspiración de un desarrollo equilibrado que tenga en cuenta las dimensiones material, social, ambiental, cultural y política es ampliamente compartida. Las expectativas anunciadas a instancias de la primera economía del mundo abundan en los déficits del desarrollo y su implementación agravará la pérdida de confianza y la inestabilidad.
Por responsabilidad histórica, la cumbre del G20 tiene ante sí la oportunidad de abanderar un cambio de paradigma que reconozca la evidencia de avanzar en la institucionalización de una gobernanza mundial cooperativa que atempere la era de incertidumbre inducida por Donald Trump.
Por Xulio Ríos
Asesor emérito del Observatorio de la Política China
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