El viernes pasado hubo sesión extraordinaria del Consejo Universitario. Uno hubiera pensado que aparecería como parte del orden del día el punto relativo a la violación a la autonomía perpetrada en las instalaciones del Edificio Presno del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, máxime que el Consejo de Unidad del Instituto emitió un documento dirigido específicamente al Consejo Universitario, a quien lo preside y al poder ejecutivo estatal.
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Aun así, en el punto relativo a la glosa del tercer informe rendido por la doctora Cedillo el pasado 4 de octubre, el director del ICSyH pidió la palabra y dio lectura al documento. ¿Saben cuántos consejeros pidieron la palabra para intervenir y emitir su opinión al respecto? CERO. Ni un estudiante, ni un docente y el documento pasó a la Comisión Estatutaria del Consejo Universitario “para su análisis”.
No cabe duda que los consejeros y consejeras carecen por completo de la memoria histórica que como un sello imprime en las y los universitarios un sentido de pertenencia a la comunidad y a la forma de vida que la caracteriza. Una forma de vida que se moldea por las prácticas y el lenguaje que empleamos para referirnos a ellas.
Quienes eligen a los consejeros, lo hacen para tener una voz, alguien que los(as) represente en el máximo órgano de gobierno de la universidad, para que vele por sus intereses, para que se respeten sus derechos, para que cumpla y haga cumplir las normas universitarias y nacionales, que es a lo que se comprometen cuando les toman protesta.
Nuestra universidad es autónoma desde el 23 de noviembre de 1956, la UNAM lo es desde el 10 de julio de 1929 y la autonomía se elevó a rango constitucional en 1980. Las luchas estudiantiles como la de 1986/87, en la que la doctora Sheinbaum participó como parte del grupo que lideró el rechazo a las reformas propuestas por el rector Jorge Carpizo, forman parte de los movimientos sociales ligados a la defensa de nuestras libertades. Y la autonomía de las universidades públicas es la expresión más auténtica de estas libertades.
Cómo podríamos imaginar la enseñanza y el cultivo de las ciencias sociales y de las humanidades sin gozar de una genuina libertad de cátedra y de investigación. Podemos no estar de acuerdo con la posición ideológica o política de algún colega, pero siempre defenderemos su derecho a sostenerla y a defenderla.
El caso de los estudios sociales y humanísticos es el más claro, pero lo mismo sucede con las ciencias básicas cuando quienes investigan tienen que enfrentar la pregunta de ¿para qué sirve lo que están haciendo? Es la curiosidad del científico natural o la del estudioso de la salud, o la persistencia de los(as) que cultivan las ciencias aplicadas lo que ha llevado a descubrimientos insospechados y a útiles desarrollos tecnológicos. La manera natural de desarrollar la ciencia y sus aplicaciones es atendiendo a la agenda que la comunidad científica propone, pero también a la libertad de abordar los problemas desde perspectivas que incluyen la personalidad del investigador(a). Y ni se diga en el caso de los y las docentes que, como personas, tienen un estilo propio de presentar a sus estudiantes el conjunto de conocimientos sólidamente establecidos a partir del progreso de la disciplina que enseñan.
A esto equivale la autonomía.
¿Qué espera un estudiante cuando elige un tema de tesis? La elección estará determinada por sus intereses y la orientación que recibe de su director(a) estará abierta a desarrollar la investigación en el abanico de posibilidades generadas por la inclinación del propio estudiante.
Si los(as) docentes y estudiantes se interesan por problemas sociales como el abasto de agua, sus actividades académicas y políticas no tienen por qué estar fiscalizadas por nadie. Al contrario, éstas son las que les permiten coadyuvar a resolver justamente este tipo de problemas. Nuestra universidad tiene una larga historia de participación en la solución de ellos.
A esto equivale la autonomía.
Estas son algunas de las prácticas universitarias a las que nos referimos con un lenguaje que incluye necesariamente la palabra ‘autonomía’ y su sentido eminentemente crítico, democrático y liberal.
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