Las últimas elecciones de gobernadores volvieron a manifestar la inconsistencia general de los partidos políticos chilenos. El triunfo de quienes se declararon independientes demuestra que ya no son las ideologías, los valores y las propuestas de estas colectividades las que animan a la ciudadanía a elegir a sus representantes. Es indiscutible que los candidatos sin partido son los que obtuvieron las más altas votaciones, como ocurrió, por ejemplo, en Santiago, Valparaíso, Bio Bio, La Araucanía, Tarapacá, Atacama y Coquimbo. De mismo modo que algunos militantes obtuvieron bochornosos resultados.
Para nada esas elecciones constituyeron un plebiscito en que midieran fuerzas el Gobierno y la oposición. De lo que podemos estar seguros es que el país le dijo NO a los partidos de uno u otro sector, incluso imponiendo independientes en regiones que compitieron las autoridades en ejercicio, los que siempre tenían una ventaja electoral respecto de los desafiantes.
Sería ingenuo asegurar, sin embargo, que algunos gobernadores independientes vayan a mantenerse como tales y no vayan a reconocer adscripción, después, con los partidos del oficialismo y de la derecha. Porque, sabemos, que a las colectividades de lado y lado les convenía disimular la inclinación política de los llamados independientes que apoyaron.
De esta manera es que, de no legislarse en materia electoral para impedir, entre otras cosas, la enorme e insensata proliferación de partidos (23 o más en la actualidad), el futuro gobierno va a tener que entenderse con un parlamento demasiado abigarrado, con toda suerte de legisladores cuya tendencia efectiva se desconozca o pueda ser muy endeble.
Actualmente, asombra comprobar la cantidad de diputados y senadores que, en el ejercicio de sus cargos, cambiaron de partido e, incluso, pasaron del oficialismo a la oposición, o viceversa. Todo lo cual, pocas veces señala un sincero cambio de postura ideológica, sino la conveniencia de hacerlo para lograr reelegirse en sus cargos u competir por fuera de los partidos para prolongar o conseguir un sitio en la administración pública. El caso más típico es el del diputado Jaime Naranjo, quien a sus 73 años, y luego de 33 de militancia en el Partido Socialista, se irrita con la directiva de su partido y se “independiza” porque su colectividad se niega a incluirlo en la papeleta parlamentaria del próximo año, después de desempeñarse varias décadas como legislador.
Quedaron muy atrás los tiempos en que los partidos jugaban un rol importante en la orientación política de sus gobernantes. Cada colectividad de izquierda, centro o derecha representaba una cosmovisión y un conjunto de propuestas programáticas en el común anhelo de servir al país. Las grandes transformaciones y logros de nuestra historia institucional congeniaban con el perfil ideológico de los partidos. Desde ellos se concibió la Constitución del año 25, la libertad de culto, la educación pública, la nacionalización del cobre, la Reforma Agraria y tantos fundamentales pasos de nuestro progreso y consolidación democrática. Aunque todo se desmoronara, posteriormente, con el sedicioso golpe militar de 1973. Con el quiebre brutal de nuestra convivencia, la apatía política, hasta que la movilización social, con una escasa influencia de los partidos tradicionales, decidiera movilizarse para ponerle fin al régimen cívico militar.
Todo un proceso épico en que, desgraciadamente, los partidos políticos, en acuerdo con los militares, la Casa Blanca y el gran empresariado, recibieran la banda presidencial y un sistema electoral muy acotado y vigilado más parecido a una posdictadura que a un régimen de representación y participación ciudadana. Tanto así, que después de 30 años el país no ha logrado darse una nueva Constitución, cuanto una reforma severa de nuestro sistema económico y social que ha consagrado las desigualdades y ahora, para colmo, detenido el crecimiento y la distribución del ingreso. Ya que prevalecen las malas remuneraciones, la ignominia de nuestro sistema previsional y la imposibilidad de cambiar un sistema tributario que favorece la extrema riqueza y el aumento de los chilenos sin casa y sin salud. Con un sistema educacional desigual y precario, como un país postrado ante los inversionistas foráneos y los dictados de Washington en materia internacional.
De todo esto, la inmensa mayoría de los políticos chilenos no adquieren consciencia y no resuelven soluciones. Engolosinados solo con los cargos públicos muy bien remunerados, con lo cual se viene haciendo ostensible la corrupción cupular y transversal, el descrédito de la población y el creciente descontento popular que deriva en protestas y advierte de nuevos estallidos sociales. Cada vez más justas y necesarias para un país que aparece tan enfermo, y que, tal como en los tiempos más gloriosos de nuestra historia, logra sus principales cambios con los chilenos en las calles más que ejerciendo el sufragio obligatorio. Con el que la política, hoy, logra mantener su hegemonía y seguir burlando la soberanía popular.
Por Juan Pablo Cárdenas S.
28 de noviembre 2024.
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