Por Daniel Jadue
Arquitecto y Sociólogo
Ya estamos cerca de cumplir 420 días corridos de un genocidio a la vista y paciencia de todo el mundo, con la sola excepción de la mayoría de los pueblos del mundo y un puñado de gobiernos dignos, que han hecho lo posible por detenerlo, pero sin ningún éxito. La situación es indescriptible. No existen palabras para analizar la profunda deshumanización a la que estamos asistiendo en medio de la bancarrota moral e ideológica de lo que algunos suelen llamar occidente. Simultáneamente se conmemora un año más del Día Internacional de Solidaridad con el pueblo palestino, instaurado por la ONU como una forma de reconocer el grave error, con carácter de crimen de lesa humanidad, que la misma organización cometió el 29 de noviembre de 1947, al partir el territorio de Palestina entre sus legítimos e históricos habitantes y un puñado de extranjeros, que llegaban a ella con la sola excusa de un derecho milenario sobre un tierra ajena, otorgado por un dios al que la inmensa mayoría de los palestinos y del mundo, no tiene el placer de conocer.
Parece entonces, una ocasión más que oportuna para traer a la memoria dos libros que abordan de manera inusual y atípica estos mitos fundacionales del estado sionista y que extrañamente no fueron escritos, ni por palestinos, ni por nazis, ni por antisemitas. Fueron escritos por un ciudadano israelí, profesor de historia de la Universidad de Tel Aviv y reconocido internacionalmente por su rigurosidad académica y su profundidad teórica.
Busco con ello, disputar el pasado para poder imaginar el futuro, ya que, si no somos capaces de confrontar la mentira permanente sobre la historia y la actualidad de la cuestión de Palestina, mucho menos seremos capaces de pensar cómo salir del atolladero en el que ella nos ha metido.
Entre los años 2008 y 2012, Shlomo Sand generó un verdadero escándalo, tanto en la sociedad israelí, como en aquellas que suelen seguir con atención los acontecimientos de Medio Oriente y Asia Occidental. Con dos de sus libros más famosos: “La invención del Pueblo Judío” y “la Invención de la Tierra de Israel” invitó a todos los interesados a repensar las bases históricas y políticas de la cuestión de Palestina y de la fundación del Estado de Israel, proponiendo una reinterpretación radical de la historia del pueblo judío, a través de una exhaustiva investigación con la cual cuestiona las narrativas tradicionales del sionismo y los mitos fundacionales del Estado Genocida de Israel.
Plantea, sin ningún atisbo de duda, que el mito nacional israelí es una construcción moderna y que, contrario a la creencia popular, la identidad nacional judía tal como la conocemos hoy, no tiene raíces en la antigüedad bíblica, sino que es un producto del siglo XIX y forma parte inseparable de los nacionalismos anticoloniales surgidos en la época. Simultáneamente critica la utilización de la Biblia como un documento histórico riguroso, señalando que es un texto religioso, con múltiples capas de interpretación y no un registro factual de eventos pasados.
Sand sostiene además que los judíos contemporáneos no descienden exclusivamente de los antiguos israelitas y deja entrever que la mayoría de los asquenazíes podrían tener orígenes europeos, especialmente de los Jázaros, un reino que se convirtió al judaísmo en el siglo VIII de nuestra era. Analiza la falta de evidencia arqueológica y genética que respalde la narrativa del exilio y la supuesta restauración de un pueblo judío en Palestina, mencionando investigaciones que muestran una diversidad entre los judíos del mundo, apoyando con ello la teoría de las conversiones locales. Argumenta, además, que el sionismo ha creado una narrativa histórica que inventa y enfatiza una conexión del todo inexistente entre el pueblo judío y la mal llamada “Tierra de Israel”, acusándolo incluso de buscar aniquilar la diversidad de experiencias y orígenes de las comunidades judías esparcidas por la faz de la tierra.
A partir de ahí cuestiona el concepto de la “diáspora judía” como exilio forzoso tras la destrucción del Segundo Templo en el año 70 de nuestra era y sugiere que muchos judíos permanecieron en Palestina o se convirtieron al judaísmo en otras regiones, desafiando la idea de que esta haya sido unificada y homogénea a lo largo de la historia, a lo que se suma el que las comunidades judías en diferentes partes del mundo desarrollaron identidades y tradiciones muy diversas, imposibles de constituirse en una unidad cultural.
Afirma, por tanto, que la formación de la identidad judía moderna se dio a través de procesos históricos complejos, como la Ilustración, el nacionalismo y el antisemitismo, y que son estos factores los que dieron nacimiento al sionismo y consiguientemente, a la creación de un pasado usable para la fundación de una identidad nacional nueva, que sirviera de origen factico y de sostén, es decir, de relato unificador para un proyecto político imperialista y neocolonial.
Dicho de otra manera, Sand nos explica cómo el concepto de una nación judía se desarrolló en el siglo XIX, particularmente influenciado por el movimiento sionista y las ideologías nacionalistas europeas. Este proceso incluyó la invención de una «historia nacional» para justificar la creación de un estado-nación judío. Así las cosas, la identidad judía contemporánea y con mayor razón la israelí, sería una construcción social y política moderna que poco o nada tendría que ver con alguna supuesta esencia inmutable como la de ser un “pueblo elegido por dios” y mucho menos con una supuesta relación con una “tierra prometida”, sino más bien correspondería a un producto de procesos históricos y culturales cambiantes, ligados al desarrollo del capitalismo y de su deriva imperialista y neocolonial.
Discute además cómo la identidad judía ha sido más una cuestión de religión que de etnicidad, hasta que fuera redefinida, con fines políticos para la creación artificial de una identidad colectiva de carácter nacional, basada en una reinterpretación antojadiza y falsa de la historia bíblica y en un territorio específico, el de Palestina. De ahí que surge la idea de promover un retorno a una supuesta Tierra Prometida y la construcción de un Estado exclusivamente judío.
Sand nos presenta así una visión del sionismo que se aleja significativamente de la narrativa tradicional. En lugar de un movimiento de liberación nacional, lo considera un proyecto político moderno de carácter neocolonial y racista que ha construido una identidad nacional judía a través de una serie de invenciones históricas y políticas, tendiendo además a imponer una única identidad judía, nacional y territorial, marginando a lo largo de todo el mundo, otras formas de ser judío.
Argumenta asimismo que reconocer esta invención no disminuye la validez de la identidad judía, pero altera las bases del supuesto derecho histórico y nacional sobre Palestina, debido a la forma en que el sionismo deforma y manipula la identidad judía y como pretende confundirla y hasta fusionarla con el mismo. Esta confusión habría jugado un papel crucial en el intento de territorialización de la identidad judía, al promover la idea de un retorno a la Tierra Prometida y la creación de un Estado exclusivamente judío, transformando la tierra en un elemento central de esta nueva identidad nacional. En este sentido, el autor critica la instrumentalización de la Biblia por parte del sionismo para legitimar la colonización de Palestina y la creación del Estado de Israel.
El autor plantea demás, con meridiana claridad, que dicha narrativa nacional israelí ha servido para legitimar políticas de exterminio físico y político del pueblo palestino y para justificar acciones claramente reñidas con la sola posibilidad de reconstruir una coexistencia pacífica como la que se daba antes del surgimiento del sionismo. Como si fuera poco, por la importancia que Palestina posee para todo el mundo musulmán, esta narrativa ha impulsado el surgimiento de otros conflictos en la región, lo que claramente tiene que ver con el carácter expansionista del proyecto sionista y con la necesidad actual del capital transnacional de apropiarse de todos los mercados y de todos los territorios mediante el desplazamiento de los pueblos originarios, en todo el mundo, para lo cual el sionismo ha construido una imagen del «árabe» y del “musulmán” como un enemigo eterno, lo que impide cualquier solución pacífica al conflicto.
Respecto al concepto de “tierra Prometida”, Sand plantea una tesis aún más audaz, sobre todo viniendo de un ciudadano israelí. La idea de una Tierra Prometida, nos dice, es una construcción absolutamente moderna, una invención que ha servido para justificar la colonización de Oriente Próximo y la creación del Estado de Israel. Nos plantea que la Biblia ha sido manipulada de manera escandalosa y utilizada durante siglos para forjar un supuesto vínculo indisoluble entre el pueblo judío y la Tierra Prometida, y lo hace cuestionando la literalidad de estos relatos, a los que considera más bien como mitos fundacionales que han servido para construir una identidad colectiva que avale el proyecto sionista. Esta invención, según él, paradójicamente, se ha convertido en una amenaza para la propia existencia de la identidad y la religión judía en todo el mundo y para el bienestar de los judíos esparcidos por la faz de la tierra, a quienes mayoritaria y crecientemente se les culpa de todos los crímenes y del terrorismo de Estado de Israel.
En síntesis, el autor nos plantea que la idea del pueblo elegido y de la existencia de una Tierra Prometida han servido para justificar la colonización de Palestina y la creación del Estado de Israel y se han transformado en uno de los principales factores que alimentan la cuestión de palestina, ya que la vinculación artificial, pero emocional y simbólica, con la tierra, dificulta la búsqueda de soluciones justas y duraderas ya que para los sionistas, especialmente después del Holocausto, la tierra de Israel debía convertirse en un refugio seguro y una garantía de supervivencia frente al antisemitismo, lo que en las actuales condiciones está lejos de suceder. Shlomo Sand desafía así el relato oficial del sionismo y del imperialismo occidental, al cuestionar los fundamentos históricos y políticos del sionismo y nos invita a repensar las narrativas dominantes sobre la cuestión de Palestina. Plantea interrogantes sobre la identidad judía y obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la misma y las diversas formas en que esta se ha construido a lo largo de la historia. Por lo mismo, abre nuevas posibilidades para la construcción de una paz justa y duradera, ya que al desmitificar la narrativa sionista y renunciar al excepcionalismo judío planteado por el sionismo, sugiere que es posible la construcción de un estado laico y democrático con igualdad de derechos para todas y todos los que deseen vivir en una sociedad basada en la paz perpetua y la fraternidad universal.