En muchos lados, comenzó como una broma de mal gusto; un meme, una causa de risa y burla en los medios dominantes. Recuerdo el carnaval que parecía crearse alrededor de Trump y su incipiente candidatura en 2015. La manera en que se le despreciaba y se le mostraba como ridículo a él y a quienes le apoyaban en cada programa de televisión, en cada periódico y cada sitio institucional/ oficial en internet. Recuerdo los sketches, las apariciones públicas de diversas personalidades burlándose de ellos y cómo existió lo que en nuestro país se le llama el “nado sincronizado” para mostrarlos como ridículos.
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Al ver las burlas, sin embargo, no podía si no preocuparme. No porque piense que haya algo en la postura política trumpista que deba presentarse como imposible de criticar, o sobre lo que no debamos hacer chistes, sino porque la gran mayoría de las cosas que vi, no eran críticas o bromas sobre los elementos negativos de las ideas políticas de Trump y sus seguidores, sino la construcción de un discurso de superioridad moral e intelectual de quienes se oponían a ellos. No una crítica ética o política sobre elementos puntuales de su forma de entender el mundo, sobre su diagnóstico de los problemas sociales o sobre las soluciones que proponen, sino un conjunto de argumentos moralizantes sobre su inferioridad.
Los meses siguientes esta división entre ambas posturas fue profundizándose. Esto en gran parte, por la falta de pensamiento crítico -que no de “críticas” que no es ni remotamente lo mismo- sobre los problemas que el trumpismo tocaba, algo que pudo verse incluso en la decisión de colocar como candidata a Hillary Clinton por encima de quien era el único candidato que establecía soluciones alternativas para ellos, el Senador por Vermont, Bernie Sanders. Al tomar esa decisión, el partido demócrata básicamente le dijo a mucha gente que aquello que ellos entendían como un problema, en realidad no lo era, o bien, que no era el tipo de problema que ellos creían.
Algo parecido sucedió en Argentina en 2023. Quien haya seguido durante los últimos años el escenario político de América latina, conocía desde mucho tiempo antes a Javier Milei. Lo mismo vestido de supuesto super héroe que de motero o de profesor universitario, el actual Presidente de ese país de se enfrentaba a gritos con quienes discordaban con él en todos los espacios que le presentaban. No pocas personas pensaron poder “vencerle” en debates en medios de comunicación, especialmente porque normalmente sus argumentos son académicamente débiles, pero se encontraron no con un académico o una persona intelectualmente honesta, sino con un bully que disfrutaba mentir, engañar y tergiversar información, utilizando la violencia cuando le resultaba necesario.
Lo que le importaba en esos espacios, no era, claramente, encontrar un punto común, convencer a sus interlocutores o mostrar la verdad de sus dichos. Lo que él ha intentado en cada ocasión es simplemente generar espectáculo. Debido a ello, supongo que el peronismo pensó que podría ganar fácilmente las elecciones que se antojaban inicialmente como sencillas. ¿Por qué otra razón que no fuera esa, habrían colocado como su propio candidato a un político con una tasa de rechazo tan alta? Se trató de un error de cálculo que ha permitido la naturalización de una nueva forma de entender las relaciones políticas de las generaciones más jóvenes y le ha proporcionado a la derecha una nueva forma comunicacional en América Latina; la verdad no importa, es lo enojado que te muestres, lo violento que seas, lo que da la razón.
México ha ido, en este proceso, a contrapelo. La derrota de la izquierda institucional en las elecciones de 2006 y 2012, generaron la necesidad de una búsqueda de su supervivencia. Los actores políticos que protagonizaron esos procesos se separaron en el camino, pues mientras que la gran mayoría de los dirigentes de los partidos de izquierda asumieron la necesidad de una política conciliadora de “centrismo” que les desmarcara de los problemas pos-electorales y se unieron al llamado “Pacto por México”, López Obrador y su grupo apostó por la construcción de una alternativa a ras de suelo: salir a las calles y hablar con la gente.
El éxito de esta estrategia ha sido claro. AMLO ganó con la votación más amplia de la historia de nuestro país, su sucesora Claudia Sheinbaum obtuvo incluso más votos y una ventaja aún mayor respecto a sus oponentes; la coalición que le presentó no ganó sólo la mayoría calificada en la cámara de diputados, sino que se quedó a unos cuántos votos de lograrlo también en la de senadores, y ha logrado la legitimidad democrática para acabar con los cotos de poder que la derecha mantenía en organismos supuestamente autónomos y reconfigurar el poder judicial federal.
El peligro sin embargo, se encuentra claramente latente. Ya en el pasado, a través de figuras como Quadri o el Bronco, se han intentado presentar opciones “barbáricas” de derecha; en el primer caso, bajo la figura del supuesto intelectual que naturaliza las formas racistas de las clases “educadas” sobre los pueblos y comunidades indígenas, así como los prejuicios sobre los estados del sur del país. En el segundo, mediante la figura del ranchero “honesto y bronco” (de ahí el apodo) que dice “las verdades incómodas” que nadie más quiere decir. De la misma forma, en estas elecciones hubo algunos intentos que no pasaron de anecdóticos: la precampaña “católica” de Verástegui y los intentos tibios de Xóchitl Gálvez de presentar ideas radicales de derecha, por ejemplo.
El freno a todas estas tentativas se dio gracias, entre otras cosas, al apoyo popular del que goza tanto el expresidente como su partido, construido mediante un trabajo constante de comunicación y buenos resultados en elementos indispensables para la vida de la gente común. Algo que depende de un delicado equilibrio de muchos elementos sobre los cuales no se tiene control. Y es ahí donde los nuevos actores de esa derecha extrema se colocan. A lo largo de los años, han aprendido a utilizar el lenguaje, incluso diría el discurso, emancipatorio de la izquierda, para presentar sus propuestas. De esa forma, podemos encontrar visiones que rayan, cuando no están abiertamente en ella, pero que supuestamente hablan desde el “feminismo”, el “ecologismo”, el “anarquismo” e incluso en algunos casos (como el Frente Obrero en España), del “marxismo”.
Los dos casos que veo paradigmáticos de este viraje en nuestro país, son Movimiento Ciudadano, como institución política y Ricardo Salinas Pliego, como personaje. El llamado “Tío Richie” viene de una familia que apoyó en el siglo pasado, a algunas de las posturas políticas más reaccionarias de nuestro país y del mundo -según incluso investigaciones académicas, su abuelo apoyó con dinero y recursos humanos a los esfuerzos del Nacional Socialismo para espiar a Estados Unidos, aunque viró posteriormente a apoyar a éste país cuando vio la guerra perdida-. No me sorprende en absoluto: su desprecio a las leyes laborales en cada uno de sus negocios; el rechazo a las leyes fiscales que no le benefician (porque subsidios, quitas y apoyos los recibe TODOS) se fundamentan en una autopercepción totalmente alterada: él se piensa más inteligente, más capaz y mejor que el resto, aunque a cada paso reconoce que no ha hecho nada por si mismo.
Esa derecha es, sin duda, el gran peligro de nuestra democracia. No se le vencerá con argumentos, como lo prueban Trump y Milei, ni tampoco con reproducir sus discursos intentando convertirlos, como igualmente lo muestra Bolsonaro y Bukele. El camino, cada vez, es la construcción de una forma política común, que demuestre no sólo que miente, sino también, que incluso bajo sus parámetros, es totalmente inútil. Eso es difícil, cuando estás frente a uno de los mayores dueños de los medios de comunicación de este país (que obtuvo, por supuesto, gracias a prestar apoyo al partido dominante de ese entonces). Pero es, igualmente, algo posible. Contra sus bravatas y berrinches, queda siempre el ignorarle. Frente a sus ideas, el combate y la memoria. Algo que hasta el momento, Morena y sus aliados han hecho bien.
Mi temor, sin embargo, es que sé que no es posible que eso se mantenga para siempre. Y que él, como muchos otros actores, están dispuestos a invertir para mañana, ganar los recursos de nuestro país para ellos.
Sergio Martín Tapia Argüello
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