En un mensaje colocado en sus múltiples redes sociales, Mark Zuckerberg, propietario de Meta ha avisado el final del sistema de moderación de contenidos centralizado que había llevado a cabo durante los últimos años, para establecer un proceso de “auto revisión” por parte de la comunidad. Esto significa que se eliminará la revisión de publicaciones, fotos, videos y demás contenido por parte de trabajadores especializados para dejar que la gente “opine” sobre la pertinencia, veracidad e incluso legalidad de lo que se sube a las redes sociales.
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Este cambio ha sido presentado como un avance para la “libertad de expresión”; un intento, según se dice, de impedir la censura, la sobre regulación y los sesgos ideológicos presentes en el sistema centralizado. De alguna manera, Zuckerberg ahora, como Musk hace unas semanas, nos presentan la idea de que las personas comunes no tienen ideología ni buscan censurar a nadie, y que las reglas claras que son conocidas de antemano llevan a una forma equivocada de regulación, a diferencia de la opinión de las personas sobre lo que debe hacerse.
Esta descripción de la nueva forma de regular los contenidos en las redes más importantes de nuestro país (X, Facebook, Instagram, Threads) y los canales de comunicación más usados (WhatsApp y Messenger Live) nos permite observar que se trata de nada más que de un pase mágico que poco, o nada, tiene que ver con la realidad. Esto no se debe a que estos magnates o los grupos de inversores detrás de ellos sean inocentes, ignorantes o estén equivocados, algo que parece ser el punto de inicio del análisis de algunas personas sobre este tema, sino a que se trata de un proyecto ideológico construido y dirigido para obtener mayor poder político y aumentar sus ganancias en el futuro inmediato.
Las redes sociales se han convertido en el siglo XXI, en el canal de comunicación e información por excelencia de la gente en la vida diaria. La inmediatez con que la información y la comunicación se presenta en internet, se adapta mucho mejor que la radio, la televisión y la prensa escrita al frenético ritmo que nuestra cotidianeidad nos exige. Tenemos poco tiempo, queremos saber lo que está sucediendo en el momento y de preferencia, de manera atractiva. Y todos los servicios se han dirigido a formatos que permiten comunicar e informar de esta manera.
Esto trae aparejado, sin embargo, varios problemas. Un exceso abrumador de fuentes hace que la gente se quede en la mayoría de las ocasiones con la primera información que encuentra. Y ésta será siempre la que los dueños de los medios de información desean. Las grandes empresas -como las que son propietarias de estas redes sociales- venden espacios estelares donde se privilegian ciertas fuentes, entregándolas primero al lector. Cuando esto pasa, la gente verá esos contenidos y a partir de ser repetidos y visualizados de manera general, lo que se diga en ello será asumido como “la verdad”, aunque no necesariamente lo sea.
El poder de esto no es, claro, exclusivo de las redes sociales. Por poner un ejemplo, los grupos políticos, los magistrados y dirigentes en el Imperio Romano, tenían funcionarios que se encargaban de pregonar las noticias y opiniones que querían comunicar al pueblo, y existen registros de pagos para ocultar o privilegiar ciertas informaciones durante muchos momentos. La construcción de la opinión pública es un trabajo amplio, nunca lineal ni sencillo, pero tampoco es posible pensar que todos los involucrados tienen el mismo peso para ello.
Debido a ello, resulta claro que los propietarios de estos nuevos medios de comunicación, tienen toda la posibilidad -y lo han demostrado, la intención- de utilizar su poder para impulsar sus propias agendas, vender ese poder cuando sea preciso e incluso intentar modificar lo que las personas en ciertos espacios piensan sobre temas específicos.
Las reglas centralizadas tienen el enorme problema de poder ser utilizadas por todas las personas involucradas. De nueva cuenta, sería inocente pensar que cualquier persona puede utilizarlo con la misma efectividad, pero esa posibilidad existe. Al eliminar este tipo de reglas y los mecanismos institucionalizados de control, lo que se deja es la posibilidad discrecional de los dueños de estas redes para decidir qué debe ser considerado verdad o mentira sobre cualquier tema.
Como cientos de ejemplos de la historia nos muestran, la supuesta libertad de expresión que nos presentan, no es sino el disfraz con que cubren a sus necesidades y caprichos. Cuando Elon Musk compró Twitter y le convirtió en X, una de las primeras cosas que dijo fue que abriría la puerta a la libertad de expresión, que no eliminaría el humor “políticamente incorrecto” y presentaría una ventana abierta para todo lo que fuera legal. Bastó una cuenta parodia sobre él mismo, para que esas supuestas libertades se mostraran como falsas y quedara claro que en realidad, lo que estaba buscando era decidir que podía decirse y que no. Algo muy parecido a lo que Salinas Pliego hace de forma abierta en su canal de comunicación.
Resulta sintomático que quienes más festejan esta mudanza sean quienes ideológicamente se alinean a la derecha del espectro político. Los ataques que se hacen desde esos espacios a los espacios universitarios y la creación de conocimiento formal en ellos; la burla sobre la búsqueda de hechos verídicos y verificados y la supuesta superioridad del pensamiento personal de cada uno en todos los temas, incluso en contra de expertos, datos e información, han sido elementos utilizados ya en el pasado por esos grupos políticos. No en vano, Robert Paxton dicen en su Anatomía del Fascismo, que la industrialización de la prensa escrita y la masificación del radio fueron herramientas indispensables para el surgimiento de los regímenes dictatoriales del siglo XX.
Por ello, una de las más problemáticas aproximaciones a estos cambios, está en pensarles como un “error” producto de ignorancia o inocencia. Se trata, lo reitero, de un proyecto político, encaminado claramente, a la obtención de mayor poder político, mejores ganancias y en última instancia, como no puede ser de otra forma, en la obtención de mejores condiciones para la explotación y la desigualdad social. Y luchar contra eso, no puede hacerse pensando a ellos como tontos.
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