Era de todos los sábados. O nos quedábamos a ver alguna película de esas oscuras de los 50’, o nos emborrachábamos en las mismas barras, entre las mismas ratas y rostros.
Decidimos salir.
Algo raro en la calle, una bullanga distante y conocida. Gorras plateadas, jeans a medio culo, zapatillas…el ejército ascendía conforme a la contigüidad de la Plaza Sotomayor. Fue ahí, entre miles de personas cuando recibí el ofrecimiento. ¡Karen, tengo pase de prensa para entrar al acto inaugural de la Teletón¡
Más freak que el Pavaroti del Estadio Nacional.
Metida en una carpa ubicada en bambalinas vi la musculosa espalda de la Doggenweiler, el tristísimo semblante de Ruperto, las “bubis” de Luli y su ballet de eunucos, el Rafa con aires de divo y un tipo llamado Tony Esbelt masajeando a Blanca Nieves…
No alcancé a ver el koala…
15 minutos bastaron para recordarme de la cámara viajera que recorría Chile de mar a cordillera. Poblados rurales e indígenas eran visitados por Don Francisco, quien regalaba a manos llenas zapatillas y blue jeans. Vinieron a mi mente los patéticos concursos en donde la gente era humillada a cambio de un par de mangos y los artistas populares, muchas veces incomprendidos y ridiculizados por el conductor.
El morbo como esencia televisiva, un secreto manejado a la perfección por Don Francisco y sus innumerables vástagos. Las miserias humanas expuestas para la diversión de la plebe, como los griegos y su mitológica farándula.
Y no fue coincidencia que ese día fuera sábado.
Recordé los sábados de mi infancia, gigantes, eternos, espesos, interminables, el té con pan y mantequilla, las aspiraciones. Esas que llegaban con la internacionalización del programa más antiguo y visto de la TV chilena y luego de todo el mundo. Vivir a la Don Francisco “estail”. Poder recorrer Miami, tener un yate, salir en Los Simpson, ser el rey de las remesas. Imitar a las habilosas niñitas pintadas al modo Miss Sunshine, sonreír como hacen los caballeros obesos, bailar lujuriosamente a la manera de las siliconadas modelos.
Ser Tele, tele y más tele.
Y es que ya lo saben los del CNTV, la televisión crea cultura y genera hábitos.
Porque para consolidar el triunfo debe dejarse un legado.
La gran obra de Mario Kreutzberger Blumenfeld, sirve cada año para potenciar la transculturización e incrustar el modelo neoliberal. Por que en algo debemos estar claros, la Teletón es un paradigma del sistema, uno que ve la enfermedad como una desgracia que debe ser resuelta con beneficencia, y a costa de vender un producto, en este caso los niños lisiados, para alimentar el negocio, cualquier negocio, ojala bien grande.
¿Sabía usted que un Transantiago cubre el monto de cinco Teletones? Disculpen, de pronto no reparé en que el Estado no tiene arte ni parte. ¡Si no la tiene siquiera en las rampas prometidas, y nunca instaladas, en este transporte “público”¡
De todas formas encumbrarse a costa de este gran evento solidario, no es potestad exclusiva de los “artistas”. Carreras políticas de varios se han visto fortalecidas. La aparición de Cornejo y Bachelet juntos en la Teletón del año pasado, instaló el rumor de que el edil podría llegar a ser ministro del gobierno “ciudadano”.
Porque la Teletón es el más vivo ejemplo de la utopía del chorreo. Aquí todos se benefician de algún modo. En primer lugar, Mario, y luego: la televisión, el banco, los empresarios, los políticos, los “artistas”, los supermercados, y los niños lisiados, que por 27 horas pueden ser reconocidos, claro que con un dejo de lástima y para el regocijo de los filántropos y la correspondiente ley Valdés, como un ciudadano más de este querido laboratorio, o set, llamado Chile.
Por Karen Hermosilla Tobar