Lustroso, elocuente y bien estructurado era el discurso que mis oídos -activamente- recibían, aquella mañana de sábado, donde, como en las cruzadas medievales (por aquello de los arrebatos), una estudiante de doctorado buscaba usurparles la verdad intelectual a sus verdugos -nosotros, los sínodos-.
____Tratamiento igualitario de los entes internacionales a las naciones -moción técnica del derecho, precisamente, internacional, consistente en que aquellas instituciones de este carácter no ejerzan actos cuyo distintivo sea el tratamiento diferenciado injustificado-, nos exponía, entre otras cosas y con mucho mayor contexto y profundidad del que yo estoy compartiendo ahora, la colega.
____Sanciones financieras y de visado a personas que colaboren en las investigaciones de la Corte Penal Internacional sobre ciudadanos estadounidenses o aliados, pues ésta -la corte- es una amenaza a nuestra soberanía, categórica y enérgicamente apunta el presidente Trump.
La ingenuidad interpretativa y asociativa de las realidades orilla a escandalizarse.
La ingenuidad margina; dicho con mayor fidelidad, automargina. Quién, con seriedad analítica, afirmaría que las normas jurídicas están por encima del decisionismo político, o peor aún, que estas normas deben ser respetadas por la clase política. ¡Vamos!, solo aquellos simpatizantes del Platón maduro de la República, que reculó sobre su tan prostituido despotismo ilustrado.
Recordad el ya casi olvidado debate de la reforma judicial en México. ¡Lo político no puede ni debe estar por encima de lo jurídico! ¡Qué insultante ingenuidad!
Lo jurídico es político. Lo jurídico es un determinado producto político. Lo jurídico, pues, es una formalización de lo político. Así como las instituciones son otra forma de lo político.
Lo jurídico y lo institucional no son autónomos en cuando denominación. Algo por ser jurídico, no es meramente jurídico, al tiempo que algo por ser institucional, no lo hace exclusivamente institucional -aquí, deliberadamente utilizo un sistema de repetición para hacer énfasis en la significación de las palabras que busco desmitificar-.
Son algos políticos caracterizados diferenciadamente. Incluso, el conocimiento, la ciencia, la tan asustante epistemología y la inentendible ontología son, todas ellas, categorías políticas, no sólo por las verdades que construyen como las construyen, sino por aquellas cuestiones que premeditadamente ocultan.
Los referentes empíricos son, por decir lo menos, casi infinitos. La finitud la hallamos en los horizontes de lo conocido del y por el homo sapiens sapiens.
Innecesario trasladarnos a tan remotos firmamentos. Aquí, cerquita, espacial y temporalmente. El México del siglo XX es la vívida y nítida crónica de que ni en las más oníricas zonas lo jurídico es la contención de lo político. No olvidéis las llamadas facultades metaconstitucionales en el presidencialismo mexicano; maravilloso eufemismo compuesto se creó para justificar la inconstitucionalidad con que la clase política actuaba.
Y no sólo son los eufemismos, sino como sentenció Octavio Paz y en muchos otros mercados Trueba Lara ha replicado, el mexicano hace frente a su ignominia a través de la fiesta y la burla. ¡Qué delirantes somos!
Eufemismos, fiesta y burla. El primero en las narrativas constructoras de realidades, el segundo en el apego evitativo de nuestros problemas y el tercero, el apego ansioso de reducir al otro, al distinto, a nuestro ínfimo nivel.
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Estábamos con Trump y el derecho internacional.
Sólo hay algo por encima del poder político -y queda claro que las leyes no lo son-, el poder económico. Para muestra, diría un botón, pero se me tacharía de abstracto, así que expresaré, enunciativamente, a la ONU y sus institucionales, y a la OEA y su Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos.
Adiós, Adiós…
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