¿Hasta cuándo haremos la vista gorda? Mientras Argentina lidia con el caos político que Javier Milei prometió disipar a punta de gritos y motosierra, en Chile algunos observan con estupor y otros con un silencio cómplice que incomoda. No se trata solo de la caída estrepitosa de un «superávit fiscal» improvisado ni del escándalo financiero que estalló con la criptomoneda $Libra, sino del inquietante eco que las ideas de Milei encuentran en nuestras tierras. Mientras Argentina paga el precio de haber confundido irreverencia con liderazgo, figuras chilenas como José Antonio Kast, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser —que no dudaron en aplaudir al presidente argentino— hoy optan por mirar hacia otro lado. ¿Coincidencia? Difícil de creer.
El «criptogate» no es solo un bochorno internacional: es una advertencia. Con más de 44.000 afectados y pérdidas cercanas a los 90 millones de dólares, la irresponsable «difusión» de $Libra por parte de Milei expuso la fragilidad ética de su entorno y de quienes, desde este lado de la cordillera, lo celebraron sin filtro. Kast viajó a su asunción presidencial llamándolo «un soplo de esperanza» y Matthei vaticinaba que Argentina lograría “un crecimiento récord” bajo su receta de recortes y motosierra. Hoy, el mutismo es absoluto. Pero es Axel Kaiser quien protagoniza un capítulo aparte. Como subdirector de la Fundación Faro —organización salpicada por la investigación—, el abogado chileno respondió a CIPER con una ambigüedad elocuente: “Yo ni siquiera sabía quién era Novelli antes de todo esto. Tú comprenderás que mi participación en el caso argentino es como un intelectual público”. ¿Intelectual público? Las coincidencias pesan más que sus evasivas.
¿Y quién es Novelli? Mauricio Novelli, consultor de criptomonedas y señalado como uno de los principales promotores de la fallida $Libra, fue acercado al círculo de Milei por Agustín Laje, director de la Fundación Faro y colega de Kaiser. La relación entre Laje y Novelli, cimentada en una amistad de años —como ha reportado la prensa argentina—, ahora se vuelve incómoda para todos los involucrados. Kaiser, fiel a su estilo, intenta desmarcarse: “De Agustín tengo la mejor opinión […] no tengo información ni antecedentes exactamente de qué pasó”. En política, la ignorancia suele ser la coartada perfecta… hasta que deja de ser creíble.
La reacción pública en Argentina no se hizo esperar. Las redes sociales estallaron en indignación, la prensa fue implacable y la imagen de Milei se desplomó en cuestión de horas. El “criptogate” monopolizó la conversación pública, relegando cualquier intento gubernamental de desviar la atención hacia cifras económicas. Entre el 14 y el 16 de febrero, términos como “estafa” y “fraude” dominaron las búsquedas asociadas al mandatario, mientras la desaprobación ciudadana alcanzaba niveles sin precedentes. El enojo popular no se limitó al universo digital: protestas espontáneas y cacerolazos marcaron el pulso de una sociedad que, a menos de tres meses de la asunción de Milei, ya siente en carne propia las consecuencias de sus apuestas riesgosas. En Chile, en cambio, reina un silencio que retumba. El mismo silencio que algunos prefieren mantener, calculadora en mano, para no incomodar alianzas ni desgastar figuras que todavía sueñan con capitalizar el malestar social a punta de soluciones fáciles y retórica incendiaria.
Normalizar ese silencio sería un error que Chile no puede darse el lujo de cometer. La fascinación por liderazgos que confunden provocación con valentía solo conduce a precipicios conocidos. Milei, el “libertario” que prometía demoler a la «casta» política, hoy protagoniza un escándalo financiero que afecta a miles de personas. Aquí, quienes lo aclamaron guardan silencio, como si la omisión sirviera de salvavidas. Pero gobernar no es un espectáculo de frases virales ni de gestos grandilocuentes: es asumir responsabilidad y rendir cuentas, sobre todo cuando las promesas se convierten en pesadillas para la ciudadanía.
No podemos permitir que la impunidad se esconda bajo la bandera de la “libertad”. La verdadera libertad no es excusa para estafar ni para lavar culpas. Si algo deja claro el «criptogate» es que la peor casta no siempre viste de traje y corbata: a veces se disfraza de antisistema, predica contra la corrupción y, mientras tanto, hunde a las personas comunes en fraudes y desvaríos. La política espectáculo tiene un costo, y las víctimas son siempre las mismas: los de abajo, los que no tienen micrófono ni palco privilegiado.
Milei y sus admiradores locales pueden intentar despegarse del escándalo, pero las señales son demasiado claras. No digamos después que no lo vimos venir. Cuando la realidad golpea la puerta, los discursos se desmoronan y las excusas no cubren las pérdidas de quienes resultan estafados. En Chile, tenemos la responsabilidad de mantener los ojos abiertos, exigir transparencia y rechazar las recetas de quienes convierten la política en un circo. Que la catástrofe ajena no se convierta en nuestra tragedia anunciada.