La clase política busca salvarse

Ahora la prioridad de los partidos es aferrarse o llegar al poder para instalarse en los miles de cargos públicos que, se sabe, son mejor remunerados en comparación a lo que reditúan las empresas privadas y los emprendimientos personales.

La clase política busca salvarse

Autor: Juan Pablo Cardenas

Como siempre ocurre en Chile, las contiendas políticas parten mucho antes de lo que mandata la Ley Electoral. Los 22 o más partidos coinciden en que, a más tardar en marzo deben quedar resueltos los candidatos presidenciales y al Parlamento. Pero el panorama en tal sentido está muy incierto por la vorágine de autoproclamados postulantes que, a lo sumo uno o dos, podrían llegar a ver inscritos sus nombres en las papeletas respectivas.

Después de Gabriel Boric, muchos se sienten con los atributos necesarios para llegar a La Moneda, al considerar su corta edad, breve trayectoria y la fortuna que tuvo a quedar como único candidato en el descarte de todos los demás. No tanto por sus méritos, como se reconoce abiertamente, sino para evitar un mal mayor. Esto es la victoria de un comunista o de un ultraderechista.

Después de tres años de gobierno esta dicotomía sigue vigente: el oficialismo busca afanosamente, otra vez, un candidato o candidata que evite el triunfo de la derecha, la que, de acuerdo a todas las encuestas, tiene muy consolidada su ventaja. Sin embargo, las tendencias podrían alterarse drásticamente y hasta revertirse según sean los abanderados y la posibilidad de estos de “ordenar a sus filas”, tal como se espera.

Lo más claro es que en esta oportunidad no van a competir los idearios, programas o “proyectos históricos”, como se les denominaba en el pasado. Ahora la prioridad de los partidos es aferrarse o llegar al poder para instalarse en los miles de cargos públicos que, se sabe, son mejor remunerados en comparación a lo que reditúan las empresas privadas y los emprendimientos personales. Por lo mismo, es que las colectividades políticas son estimadas sobre todo como agencias de empleo y la pertenencia a ellas un fenómeno que destaca por el constante trasvasije de militantes de unos a otros. Según indiquen las apuestas electorales.

Hasta aquí, todos asumen que Boric alcanzará a cumplir con una cuota muy discreta de sus promesas electorales. Ya sea porque estas se mostraron febles de contenido o porque los opositores no están dispuestos a que resulte reconocida la actual gestión gubernamental. Importando muy poco la orientación de estas reformas y menos todavía las expectativas ciudadanas, en un país en que el dinero y la propaganda determinan tanto la elección de sus autoridades. Así como ocurrió con la reciente y tibia reforma previsional que dejó descontento a casi todos los pensionados, pero que igual oficialistas y opositores se forzaron a convenir en el Congreso Nacional para mitigar los efectos electorales que podría ocasionar una nueva postergación.

Al menos en febrero ha quedado claro que los partidos gobiernistas no han podido confluir en una figura política que logre como eventual postulante presidencial un apoyo de más del 10 por ciento de la intención ciudadana. De allí que unánimemente todas estas colectividades estén confiadas en que la ex presidenta Michelle Bachelet acepte una tercera postulación. Lo que sin duda parece abusivo con su edad y con el deseo de muchos militantes y simpatizantes por proclamar a una figura nueva entre las dispersas huestes del autodenominado socialismo democrático, el Frente Amplio y el Partido Comunista. Y otra cantidad de referentes de todavía más incierto perfil ideológico, aunque con irrestricta vocación de poder.

En la derecha, en cambio, la postulación de Evelyn Matthei logra empinarse sobre los 20 o 23 puntos en las encuestas y la razón diría que ella debiera resultar como la única y más fuerte carta del sector. Sin embargo, sus intenciones están muy trabadas por las postulaciones de José Antonio Kast y Johannes Kaiser (ambos también de ascendencia alemana), pero que hasta ahora siguen decididos a postular en la primera vuelta electoral e imponerse sobre la candidata de los tres partidos que conforman Chile Vamos. Para luego, en una segunda vuelta, ganarle a la Bachelet o a quien resulte candidato del oficialismo.

Se habla mucho de ultraizquierdas y ultraderechas como alternativas que deben mantenerse acotadas tal como resultara en las elecciones presidenciales anteriores. Pero la verdad es que está muy latente esta vez la posibilidad de que los comunistas dejen de permanecer con un pie en La Moneda y otro en las calles, donde cunde el descontento social.

Así como los candidatos que se resisten a unirse a la Matthei por la necesidad de recoger el descontento del electorado derechista molesto con las condescendencias políticas de Renovación Nacional, la UDI y Evópoli con las propuestas oficialistas. Como también existen otros que están irritados por el deslindamiento o impostura de esos sectores en relación al legado de Pinochet y las razones que los llevaron a respaldar el Golpe de 1973. Tanto así que ya hay quienes proponen erigir un monumento al ex Dictador, tal cual se hace con quienes han ocupado la primera magistratura.

Ciertamente, una eventual candidatura de Bachelet podría aplacar las tendencias centrífugas del oficialismo. Así como una sola candidatura opositora le daría prácticamente la certeza a la derecha de retornar a La Moneda y ganar gran presencia en el Parlamento. Tal como lo consiguiera el ahora extinto Sebastián Piñera, quien muy posiblemente estaría bregando, también, por un tercer período presidencial, en un país de muy mala memoria política, en que se levantan estatuas a lo más desafortunados gobernantes.

De no resultar las fórmulas “salvatorias” e imponerse la dispersión podríamos enfrentarnos a fin de año con una lluvia de postulantes, ya que resulta fácil reunir el número que la Ley exige como patrocinadores. Hasta podría surgir un líder (un outsider) que desafíe al conjunto de la clase política y asuma las demandas populares ahogadas.

Todo esto dentro de un marco marcado por el voto obligatorio, que surgiera hace algunos años como solución al creciente ausentismo electoral y la escasa credibilidad que le queda en la democracia. Como siquiera a la representatividad de quienes se ufanan de ser elegidos por el pueblo. En un país de muy pobre educación cívica, con un alto analfabetismo estructural, profundas desigualdades sociales y muy pobre diversidad informativa. De todo lo cual hablan las cifras oficiales y de la OCDE, la realidad de los cientos de campamentos y la inminencia de miles de pobladores a punto de ser erradicados de ellos por mandato de la Ley y la fuerza.

En que desde hace tiempo se vota en contra más que a favor. Por el mal menor, más que por el bien mayor.

Por Juan Pablo Cárdenas S.

Política y Utopía, 24 de febrero 2025.

Fuente imagen


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

Sigue leyendo:


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano