Las últimas semanas nos han llenado de novedades de una manera tan vertiginosa, que escribir sobre algún tema se antoja en ocasiones complicado. No sólo porque hay muchísimos -desde el fraude de cripto inversiones impulsado por el presidente de Argentina, los decretos -ilegales en su mayoría- del presidente norteamericano o las negociaciones de paz en las guerras inmediatas de occidente: Ucrania y Palestina- sino también porque el ritmo a través del cual aparecen hace parecer que al comenzar a escribir, estás ya instalado en algo que ha pasado y que hay nuevas cosas que están pasando ahora.
No importa cuantas veces cambies el tema. Puedes hablar sobre lo que el Mayo Zambada exige, sobre la relación entre poderes fácticos e institucionales o entre las comunidades fuera de la ciudad y sus ingresos, derivados de actividades legales, ilegales o semi legales (porque seamos claros, en nuestro país, muchas, muchas grandes empresas, reconocidas y anunciadas, con prestigio social, llevan a cabo actividades ilegales con un manto de impunidad absoluta). Hay temas más nuevos.
Esto podría pensarse como algo derivado de esa apariencia de nueva inmediatez que dan las redes sociales y el internet; una revolución de lo instantáneo, de lo efímero, de lo fugaz que antes, pensamos, no existía. Y por ello, por su supuesta novedad, es que buscamos igualmente respuestas recién creadas, que utilicen los mismos caminos, y más importante aún, que surjan desde nuevos procesos. Porque el pasado ha quedado ya, como su nombre lo dice, en el pasado.
Es en el punto más álgido de esta vorágine que resulta necesario detenernos un momento. Ver, a través de los procesos sociales de largo aliento, que esto no es algo excepcional, sino una vieja -o reciente, dependiendo nuestro marco de referencia- táctica que el capitalismo ha utilizado desde sus orígenes. Marshall Berman, un importante sociólogo americano del siglo pasado, escribió en un maravilloso libro llamado Todo lo sólido se desvanece en el aire, la forma en que el capitalismo se constituye a sí mismo como un torbellino que borra y destruye de forma ininterrumpida aquello que tiene frente a sí.
El nombre de dicho del libro viene de un pequeño panfleto escrito a mediados del siglo XIX por un par de pensadores alemanes llamados Friedrich Engels y Karl Marx. En El manifiesto del partido comunista, los padres del llamado “socialismo científico” manifestaban su admiración por un sistema que ejerce una fuerza revolucionaria constante y permanente, que destruye los viejos esquemas del pasado y donde todo lo que antes era sagrado y perpetuo, es simplemente transformado por la necesidad innovativa que su propio modelo contiene. El capitalismo (nombrado así por Marx), no tiene ningún tipo de respeto sacro por el ayer si éste no le sirve para la ganancia del mañana.
Para Berman, la figura que representa mejor esta conducta, es la elaborada por el escritor Johann Wolfgang von Goethe, quien a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, escribió la que es quizá la más conocida versión de la leyenda clásica alemana de Fausto. Basada en el personaje de Johann Georg Faust, un mago alquimista y sabio del siglo XV, este magnífico libro representa las transformaciones del mundo a lo largo del proceso de acumulación capitalista. En una de sus escenas cumbre, Fausto tiene que acabar con la pequeña casita de pescadores de sus suegros para construir un complejo gigantesco -y moderno-. Aún sabiendo que eso podría acabar su relación e incluso, con la vida de quien es su amada, por quien ha hecho un trato con el diablo Mefisto (o Mefistófeles), él lo hace sin dudarlo: el mundo nuevo requiere de ello, y él no es más que su herramienta.
Unidos así, un mago del siglo XV, un escritor del XVII, dos pensadores del XVIII, un sociólogo del XX y un lector del XXI, compartimos esa sensación inmediatista del modelo de acumulación del capital. Todo parece siempre nuevo, todo se presenta como urgente, como necesario, como impostergable y a la vez, como efímero, intrascendente e inútil cuando ha pasado de largo.
En los últimos días, Musk originalmente, y una serie de actores secundarios después, han realizado de forma abierta un saludo fascista. La imagen, que se reproduce de forma constante y a través de ello naturaliza ese gesto, es disculpada por algunos como algo secundario. Es, nos dice por ahí un listillo, un “saludo romano”. Claro que lo es: es así que los fascistas llamaban a su saludo. El gesto es un intento provocativo de centrar nuestra atención en él. Como en cualquier espectáculo de magia se sabe, los movimientos tienen la intención que dirijamos hacia allí la mirada, con la finalidad de que el truco se realice en otro lado. Recortes a la salud, a los derechos sociales y laborales, a los procesos de inversión para la igualdad, incluso a las pensiones, son diseñados, ejecutados y puestos en vigor mientras los “saludos romanos” y los comentarios “políticamente incorrectos” se nos presentan como centro discursivo. No hay, dice Barney Stinson, el personaje de la comedia How I meet your mother, mejor audiencia para el mago, que un grupo de personas borrachas. Y la estrategia, siempre la misma, es precisamente que lo estemos siempre: de miedos, de informaciones intrascendentes o de indignaciones vanas.
Para que Mefisto pueda hacer bien su trabajo, todo mundo debe estar viendo al otro lado. Y sentir después, que todo está cambiando de formas insospechadas. Que el mundo se acaba, que todo lo que era mañana, no es ya, en el hoy, sino el pasado.
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