La gala viñamarina

Difícil será encontrar en el mundo algo parecido a nuestra Gala, en el que pulula lo peor de nuestra condición de país tercermundista, con las características propias del arribismo social, la fatua ostentación y el mal gusto criollo.

La gala viñamarina

Autor: Juan Pablo Cardenas

Creo que esta columna será una de las más impopulares que escriba. Me referiré a un evento que todos los años se hace relevante en la época estival, cuando la política reposa, mientras millones de chilenos descansan o se obligan a seguir trabajando. Seducidos a fondearse en sus casas para seguir la vida de los demás a través de sus televisores o, incluso, celulares. En un país en que estos artefactos son principales e ineludibles, hasta en los hogares más modestos del país.

La Gala es de por sí un espectáculo que antecede siempre al Festival de la Canción de Viña del Mar.  Un desplazamiento por una larga y ancha alfombra roja de centenares de cantantes, comediantes, “rostros” de la televisión, futbolistas y un numeroso grupo de protagonistas de la farándula nacional. Así como muchos publicistas, periodistas de espectáculos y otros que se vinculan a un gran evento musical que todos los años nos ofrece tanto aciertos como decepciones de acuerdo a los vítores o rechiflas de un enardecido público que se le ha denominado el Monstruo. Capaz de catapultar a la fama a muchos artistas, así como condenar a otros a la ruina y al desdoro universal.

Difícil será encontrar en el mundo algo parecido a nuestra Gala, en el que pulula lo peor de nuestra condición de país tercermundista, con las características propias del arribismo social, la fatua ostentación y el mal gusto criollo. Cada uno de los paseantes con un atuendo muy especial en que el desnudismo entre las mujeres asoma cada vez más generoso entre los paños y oropeles de sus vestimentas.

Trajes largos y minifaldas sesenteras; joyas por doquier y colgajos fabricados hasta con metales y vidrios luminosos tan pesados que provocan un derroche de sudor entre las estrellas que los portan, las que además deben cargar con sus pronunciados implantes mamarios. En que los hombres, también, portan trajes que claramente nada tienen que ver con la época actual ni mucho con las vestimentas aristocráticas de antaño, dado sus archi ceñidos pantalones, por ejemplo, sus telas de fantasía, zapatos coloridos y, casi siempre, libres de calcetines. Unos y otros marcados, generalmente, por recargados tatuajes, aros y otros elementos que hasta portan en sus zonas más íntimas, se injertan en sus pezones y, como algunos lo comentan, hasta se abrochan a sus labios vaginales y escrotos. Una lúdica expresión (como la denominan) de estas excéntricas costumbres actuales.

Personajes sometidos a lo que dicta la moda; la del mal gusto, por supuesto. Diseñadores, dícese reputados, que hacen mucho dinero con los vestuarios que discurren para engatusar a los incautos e incautas convencidos de verse bien con este despliegue millonario de trapos, joyas y bisuterías que realmente no necesitarían muchos de los marchantes sobre la alfombra viñamarina. Cuando se trata de caras y cuerpos jóvenes o bien conservados que no requieren ser pintarrajados en extremo, en que siempre al final dejan en evidencia la poco delicada intervención de sus pómulos, cejas, pestañas y uñas. Con una estridente exageración, que se traiciona con las emociones y lágrimas que abundan en este tipo de representaciones.

En estas galas también suelen desfilar algunos políticos y personajes que solo conocen los espectáculos del parlamento y concejos municipales. Cada vez menos, por supuesto, ya que ahora hay que tener mucho arrojo para exponerse a la rechifla, dado que esta Gala es observada por miles de personas que suelen llegar a primera hora de la mañana a presenciar este cortejo de la siutiquería, término que los chilenos le damos a la cursilería. A todos los cuales este año se les cobró una módica suma de dinero destinado a reforestar los cerros de Valparaíso y Viña arrasados por los incendios de un año atrás, en que miles de hogares lo perdieron todo y, hasta ahora, ni el 10 por ciento de los damnificados ha recibido el apoyo comprometido entonces por el Gobierno. En un evento que afectó a centenares familias pobres entre lo más pobres de la Quinta Región.

Una Gala difundida por todos los canales de nuestra televisión abierta que se disputan los altos índices de rating de una inmensa cantidad de espectadores que, pese al calor del verano y debido a sus modestos ingresos, se ven impedidos de llegar a los balnearios o asistir a aquellas manifestaciones de la cultura que a fuerza en Chile deben ser pagadas y solo muy rara vez son trasmitidas por los medios de comunicación. Lo que tiene como consecuencia un empobrecimiento paulatino de nuestra cultura, en la que es ya una evidente intención política: que los ciudadanos permanezcan ignorantes y distraídos por la vulgaridad. Y, a la hora de elecciones, terminen sufragando por el mal menor y no por un bien superior.

Todo bajo la superflua democracia y un sistema económico social tan desigual como el que tenemos, expresión de lo cual fue el reciente apagón que dejó a oscuras a más del 80 por ciento de la población. Y que causara la justa ira presidencial contra las empresas eléctricas y la vergüenza de una población altamente presumida, como la que se hace presente en la Gala. A los que años atrás se nos tildara como los “argentinos mal vestidos”, por el desplante que veníamos adquiriendo por nuestro hipotético éxito económico, pero en la precariedad o sobriedad que mantenían nuestras vestimentas. Cuando pretendíamos ser los “jaguares” del continente, después de habernos creído por generaciones “los suizos de América”.

Ni qué hablar de los comentaristas y reporteros mal hablados que se toman los programas de la televisión cuando sus principales “rostros” vacacionan, y que en realidad hacen gala de su precario lenguaje y flagrante ignorancia. Que violan las más elementales normas de nuestra gramática castellana que, si no se ha empobrecido todavía más, es gracias a los miles de colombianos, venezolanos, peruanos, bolivianos y otros que, pese a su modesto origen y condición de inmigrantes, hablan y razonan gracias a sus mejores años de formación si se lo compara con la  que recibe el grueso de nuestra población. Que no remonta todavía en sus niveles educativos desde el atraso que nos dejara la Dictadura.

Bien pudiera la “Ilustre” Municipalidad de Viña del Mar fomentar un desfile de famosos en que no se cometieran tantos excesos ante millones de espectadores, los que se merecen, acaso sin saberlo, una mejor expresión de sensatez, mesura y discreción. Las autoridades no debieran dejarse manejar por quienes piensan que lo popular es consentir con los despropósitos de una tradición civil que año a año discurre nuevas vulgaridades.

Por Juan Pablo Cárdenas S.

Política y Utopía, 3 de marzo 2025.

Fuente fotografía


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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