El peligro de una sociedad sin pensamiento crítico

Chile está en un punto de inflexión. El debilitamiento del pensamiento crítico no es solo un problema académico; es una amenaza real para la democracia.

El peligro de una sociedad sin pensamiento crítico

Autor: El Ciudadano

Por Mimi Cavalerie Salazar

El 2025 marcará un hito crucial en la historia política de Chile. Con elecciones presidenciales y parlamentarias en el horizonte, el país se encuentra en una encrucijada que definirá su futuro democrático. Pero más allá de los nombres en las papeletas, hay una amenaza mayor que acecha a la nación: el debilitamiento del pensamiento crítico.

La política, en su forma más elevada, debería ser una batalla de ideas bien argumentadas. Sin embargo, en Chile, la contienda ha sido secuestrada por la manipulación emocional, la desinformación y la retórica simplista. Figuras como José Antonio Kast, Johannes Kaiser y Evelyn Matthei, junto con agrupaciones como el Partido de la Gente y el Partido Social Cristiano, han cimentado su discurso en falacias diseñadas para explotar el miedo y la frustración de la ciudadanía. El resultado es un electorado cada vez más vulnerable a la manipulación, donde las decisiones se toman desde la emoción y no desde la razón.

Este fenómeno no es exclusivo de Chile. Hannah Arendt advirtió que la mentira sistemática es una de las herramientas más eficaces del totalitarismo. Karl Popper insistió en que una sociedad abierta debe basarse en la racionalidad y el escrutinio constante de las ideas. Sin pensamiento crítico, la democracia se convierte en un cascarón vacío, donde la ciudadanía actúa como un rebaño guiado por eslóganes en lugar de argumentos. En esta línea, Michel Foucault y Jürgen Habermas explicaron cómo el control del discurso puede moldear sociedades enteras. En Chile, esta dinámica es evidente: el sistema educativo ha sido incapaz de fomentar una cultura de cuestionamiento y análisis, dejando un vacío que ha sido llenado por discursos simplistas y populistas.

El problema se agrava cuando los líderes políticos que se benefician de una ciudadanía acrítica emplean tácticas bien documentadas. Kast ha construido su imagen sobre la idea de una “crisis de seguridad” que justifica el autoritarismo, mientras que Johannes Kaiser ha hecho de la desinformación su bandera, negando la crisis climática y minimizando la desigualdad económica a pesar de la abrumadora evidencia científica. Evelyn Matthei defiende un modelo económico basado en la reducción extrema del gasto público y los impuestos corporativos, medidas que organismos como el FMI y la OCDE han advertido que pueden agravar la desigualdad. Mientras tanto, el Partido de la Gente de Parisi apuesta por un populismo digital sin estructura programática, y el Partido Social Cristiano promueve una agenda ultraconservadora que busca restringir derechos fundamentales. Estas estrategias no serían efectivas sin una ciudadanía dispuesta a aceptar discursos sin cuestionarlos.

Y ahí radica la verdadera tragedia de una sociedad sin pensamiento crítico: se convierte en presa fácil de la manipulación política. La historia ofrece ejemplos escalofriantes de lo que ocurre cuando el pensamiento crítico se suprime. Martha Nussbaum ha señalado que una democracia sin ciudadanos informados y críticos está condenada a la autodestrucción. La Alemania de los años 30 es un caso paradigmático: la propaganda y la repetición de mentiras permitieron la consolidación de un régimen totalitario. En Chile, los síntomas de este fenómeno son evidentes. La desinformación masiva circula sin obstáculos, moldeando la percepción pública. La erosión democrática se hace patente cuando se deslegitiman las instituciones que no favorecen una determinada agenda política. La polarización extrema transforma el debate en una lucha de bandos, donde la verdad deja de importar. Y, al final, las decisiones políticas dañinas favorecen a minorías privilegiadas en detrimento de la mayoría.

Si bien el panorama parece desalentador, existen soluciones concretas. Para fortalecer el pensamiento crítico en la sociedad chilena, es imperativo exigir un sistema educativo que priorice el debate y el análisis argumentativo. Además, es fundamental fomentar el consumo de información verificada y contrastada, promoviendo el escepticismo racional frente a promesas políticas simplistas. Asimismo, examinar con rigor las trayectorias y propuestas de los candidatos sin caer en discursos emocionales es un ejercicio imprescindible para una democracia saludable.

Chile está en un punto de inflexión. El debilitamiento del pensamiento crítico no es solo un problema académico; es una amenaza real para la democracia. Elegir con responsabilidad no es solo marcar una casilla en la papeleta electoral, es un acto de resistencia contra la manipulación y la ignorancia. El destino del país no lo definirán únicamente los candidatos, sino la capacidad de la ciudadanía para ver más allá de los discursos vacíos. No se trata de izquierda o derecha, sino de la diferencia entre una sociedad que piensa y una que se deja arrastrar por la marea de la desinformación. Y en ese dilema, la única opción viable es la razón.

Por Mimi Cavalerie Salazar

Editora Independiente

24 de marzo de 2025

Bibliografía

  • Arendt, H. (1967). Verdad y política.
  • Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar.
  • Habermas, J. (1981). Teoría de la acción comunicativa.
  • Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades.
  • Popper, K. (1945). La sociedad abierta y sus enemigos.
  • OCDE (2023). Panorama de políticas públicas en América Latina.
  • FMI (2022). Informe de estabilidad financiera global.

Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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