La importancia de la reproducción social

Análisis sobre como se desempeña la reproducción social dentro del capitalismo, una cuestión que no ha estado suficientemente analizada desde el marxismo. La reproducción y el mantenimiento de las personas –es decir, de la fuerza de trabajo– se tienen que concebir como trabajo y parte esencial del funcionamiento económico del sistema para poder entender mejor la opresión de la mujer. Producción y reproducción no son esferas aisladas, sino partes inseparables de un sistema global.

La importancia de la reproducción social

Autor: Sebastian Saá

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En verano de 2012, Cincuenta sombras de Grey se convirtió en uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. El 1 de agosto Amazon anunció que la serie había superado las ventas de todos los libros de la serie de Harry Potter juntos. La autora, E.L. James, fue entrevistada en televisión en horario nocturno de máxima audiencia, mientras los anuncios cubrían todo Londres. La serie trata sobre la relación entre una estudiante universitaria y su pareja, que resulta ser un magnate de los negocios amante del bondage.Los libros son notables no sólo por la abusiva relación mostrada en su interior, sino por la descripción de una pareja completamente mercantilizada. El personaje principal no se compra un ordenador, se compra un Apple Mac. A ella no le regalan un reloj, le regalan un Rolex.

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Ese verano, las Cincuenta Sombras estaban por todas partes. Llegó un punto en que me di cuenta de que toda la gente de mi edad (veintipocos) lo estaba leyendo. Luego llegó un momento donde todo el mundo lo estaba leyendo. No importaba si habían ido a la universidad o no, o si estaban en una relación o no. Algo en esos libros había captado el sentir de los tiempos. Esto provocó largos y encendidos debates en los blogs feministas y reavivó muchas de las cuestiones de las “guerras de género feministas” de los 80 –¿es el sadomasoquismo opresivo? ¿El porno está bien en algún caso? Todos esos debates reemergían junto con nuevos movimientos feministas en la India, Egipto y el Estado español, por nombrar algunos.

Cincuenta sombras fue la culminación de lo que el neoliberalismo dice sobre la mujer, que tiene que ser como Anastasia Steele: sexy, cariñosa, inteligente, trabajadora, pero también dispuesta a ser madre. Si Cincuenta sombras estuviera colocada en la parte de ficción de las librerías, debería ser en la sección de “fantasía”.

Además, durante este verano algo quedó muy claro. Las y los marxistas parecían tener muy poco que decir sobre el fenómeno. ¿Cómo podía ser que un libro sobre la opresión de las mujeres, la mercantilización y el trabajo doméstico se convirtiera en el libro más vendido de todos los tiempos pero no pudiera provocar una respuesta? Hay dos posibles razones: una es que el marxismo no cuenta con ningún análisis útil sobre la opresión de las mujeres que ofrecer a los nuevos movimientos que emergen en el mundo. La otra razón es que los análisis marxistas sobre la opresión de las mujeres han flaqueado desde los debates feministas de los 80 y han sido incapaces de lidiar con el impacto que el neoliberalismo ha conllevado en la vida de las mujeres. Este artículo argumentará lo segundo: que mientras los análisis marxistas han dejado bastante que desear en el pasado reciente, el armazón que Marx, Engels, Luxemburgo y más tarde Lise Vogel y otras han proporcionado es todavía útil para comprender la opresión de las mujeres en nuestros días.

El divorcio

El crecimiento del movimiento feminista en los 60 y 70 generó preguntas fundamentales como el rol de las mujeres en la sociedad y en sus relaciones personales con los hombres. También comenzó a moldear de nuevo el sentido de la política para las mujeres. Manifestaciones y protestas fueron parejas al “crecimiento de la consciencia”. Intervenir en este terreno no era tarea fácil. Algunas personas marxistas plantearon un rechazo reflejo contra todo el activismo feminista, otras fueron más corteses, pero igualmente no comprometidas.

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Pero el asunto que muchas feministas habían señalado era importante. Los primeros marxistas argumentaron que el impulso definitorio de la historia era “la producción y reproducción de la vida inmediata”1. ¿Pero dónde estaba su análisis de la reproducción? Por supuesto Marx proporcionó estudios detallados de la fuerza de trabajo, las fábricas, los pormenores del comercio del algodón, pero… ¿cuándo habló de la vida en el hogar? ¿Dónde estaba el valor de la limpieza? ¿Cuál era la fuerza de trabajo usada al bañar a un bebé? Incluso en Cincuenta sombras, el ama de llaves, Mrs. Jones, juega un papel importante asegurando que su patrono desagradecido pueda regresar al trabajo al día siguiente.

Estas cuestiones sobre “reproducción social” se abordaron en los “debates sobre el trabajo doméstico” de los 70. Uno de los modos en que el marxismo se diferencia de las teorías “burguesas” sobre la sociedad es en su compromiso con el materialismo; en otras palabras, una teoría anclada en el mundo real. Como un escritor señala, “ser marxista es embarrarse en el reino de lo concreto”2.

Aquellas implicadas en el debate sobre el trabajo doméstico tomaron conceptos de El Capital y los aplicaron a la opresión de las mujeres con diversos grados de éxito. El punto de inflexión fue la publicación del artículo de Margaret Benston “La Economía Política de la liberación de las mujeres” en 1969. La originalidad de Benston yacía en su propuesta de que la labor doméstica era “productiva” en el sentido marxista. Sin el trabajo doméstico, argumentaba, los y las trabajadoras no podían reproducirse, y sin trabajadores el capital no se podía reproducir.

Benston allanó el terreno para otra serie de autoras, como Mariarosa Dalla Costa o Selma James, que también argumentaron que la labor doméstica era productiva. En 1972, Dalla Costa y James publicaron su folleto que argumentaba que el capitalismo, al crear estructuras familiares, había liberado al hombre de reproducir la fuerza de trabajo. Por ello, las mujeres se convirtieron en canal de la alienación que los hombres sufrían fuera de sus hogares. Practicando la dominación sobre sus mujeres, los hombres podían regresar al trabajo al día siguiente, habiéndose desahogado. El folleto tuvo inmensas implicaciones políticas. Creó el sustrato teórico para una pequeña pero agresiva campaña por salarios para el trabajo doméstico (aunque la misma Dalla Costa nunca estuvo de acuerdo con esta reivindicación). También se citó como inspiración para el influyente trabajo de Silvia Federici, Calibán y la Bruja3.

El problema con su conclusión es que malinterpretaron lo que Marx había querido decir con “productivo”. Confundieron la utilidad del trabajo con su forma social. En otras palabras, a Marx no le importa qué tipo de trabajo se haga; lo que importa es su relación con el capital. Como dijo Rosa Luxemburgo:

Mientras el capitalismo y su sistema salarial gobiernen, sólo el tipo de trabajo que genere plusvalía, que genere beneficio capitalista, será considerado productivo. Desde este punto de vista, la bailarina de musichall cuyas piernas barren beneficio a los bolsillos de su empleador es una trabajadora productiva, mientras que el duro trabajo de las mujeres y madres proletarias en las cuatro paredes de sus casas es considerado improductivo. Esto suena brutal y demente, pero corresponde exactamente con la brutalidad y demencia de nuestra economía capitalista actual4.

En resumen, tanto Dalla Costa como James confundieron las condiciones necesarias para la explotación con el proceso de explotación mismo.

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El debate se propagó hasta 1979, cuando Heidi Hartmann publicó su largo artículo “El infeliz matrimonio del marxismo y el feminismo” condenando al marxismo como “ciego al género”. En él desarrolla una “teoría de sistemas duales”, la idea de que patriarcado y capitalismo son ambos sistemas separados que combatir –y ambos tienen una base material. Para Hartmann y las nuevas feministas radicales que emergieron en los 70 el “matrimonio” entre marxistas y feministas había acabado. Si el marxismo fue el marido opresor, el feminismo fue la muy sufrida esposa –que ahora quería un divorcio.

En la década posterior al artículo de Margaret Benston el paisaje político se había transformado. Muchas feministas concluyeron que no había ninguna estructura marxista para comprender la opresión de las mujeres. La elección de Margaret Thatcher en 1979 y Ronald Reagan en 1980 correspondía a un periodo de serio retroceso de la izquierda. Desorientadas, muchas y muchos activistas volvieron su mirada hacia adentro. Como dijo Nancy Fraser, las demandas de “representación” de los 60 se sumergieron en políticas de la identidad y demandas de “reconocimiento”.

A fin de no empantanarnos demasiado en los pormenores del debate que se encendió en los 80, consideraremos en mayor detalle las dos cuestiones que siguen emergiendo y la solución ofrecida por quienes siguieron desarrollando y aplicando categorías marxistas. Primero, ¿qué es el trabajo productivo? ¿Qué significa que el marxismo considere el trabajo doméstico como “improductivo”? Segundo, ¿cómo interacciona, por tanto, la esfera reproductiva con la productiva? Y finalmente, ¿qué dijo, si dijo algo, Marx sobre esto?

La mercancía especial

Cuando mi profesor en la universidad nos pidió que leyéramos El Capital, nos prometió “¡una lectura fascinante, un libro que no se podrá dejar desde el capítulo uno!” El Capital no es una lectura fácil, pero Marx comienza el volumen con una percepción profunda. La fuerza de trabajo o “nuestra capacidad de trabajar” es “la mercancía especial” que mantiene funcionando al sistema. Escribe:

“El capital […] puede aparecer en la vida sólo cuando el propietario de los medios de producción y subsistencia se encuentra en el mercado con el trabajador libre vendiendo su fuerza de trabajo. Y esta condición histórica conforma la historia del mundo”.

En otras palabras, la gente hace cosas, logra que las cosas sucedan –y aun así esta percepción aparentemente simple ha eludido incluso a los más aclamados teóricos burgueses. Pero lo que sigue a partir de aquí es crucial. Si la fuerza de trabajo es la bisagra sobre la que todo el sistema gira, ¿cómo se produce la fuerza de trabajo misma?

Una de las autoras que tomó esta percepción de Marx en El Capital y más la desarrolló fue Lise Vogel. Propuso tres formas en las que la fuerza de trabajo se reproduce5. La primera son las actividades diarias que ayudan a recuperar al trabajador o trabajadora permitiéndole que regrese al trabajo; incluyendo comida, cobijo, pero también el cuidado psicológico que sucede dentro del hogar6. La segunda forma engloba actividades similares dirigidas a no trabajadores (ancianas, hijos, desempleadas) que están fuera de los procesos de producción. La tercera, tal vez la más obvia, es la reproducción de nuevos trabajadores: el parto.

Ver el trabajo reproductivo bajo este prisma le permite a Vogel escapar de alguna de las suposiciones que eran comunes en el debate sobre el trabajo doméstico. Muchas asumían que la reproducción social debía pasar por la forma familiar heterosexual. Centrándose en la relación del trabajo reproductivo con el sistema en su conjunto, Vogel demuestra como la reproducción social puede ser flexible. Escribe: “El conjunto actual de trabajadores y trabajadoras podría ser albergado en dormitorios, mantenido colectivamente, hecho trabajar hasta la muerte y luego reemplazado por nuevos trabajadores y trabajadoras traídas del exterior”7.

Vogel también enfatizó el impacto que los cambios en la esfera de la producción tenían en el hogar. Esto es crucial: si las y los trabajadores reciben menos salario, son menos capaces de proveer para sí mismos y para quienes dependen de ellos. En el Norte global esto significa que van a ser capaces de tener menos descendencia8. Desde el comienzo de la recesión las tasas de nacimiento han caído de manera dramática en Europa, con referencias en las revistas económicas a “la otra crisis” –la demográfica. En el Estado español se predice que en 2017 las tasas de mortalidad superarán a las de nacimiento9.

En el pasado, los servicios públicos pueden haber provisto cuidados para la gente anciana o necesitada. Sin embargo, las crecientes políticas neoliberales, particularmente las de “austeridad”, han forzado la vuelta de los cuidados al hogar, abriendo el sector público a la inversión y beneficio privados. No son sólo adultos quienes realizan este trabajo no pagado. Entre 2001 y 2011, el número de menores de 18 años que proporcionan cuidados en los hogares de padres o familiares se incrementó en Gran Bretaña un 19.5%10.

¿Qué podemos aprender de esto? El trabajo en los hogares es una parte vital del sistema. Las mujeres pueden ser “invisibles”, pero también son indispensables. ¿Significa eso que las feministas que dicen que produce plusvalía están en lo correcto? Las y los marxistas argumentarían que no, pero para entenderlo tenemos que ver lo que Marx quiso decir realmente cuando señaló que la fuerza de trabajo era una mercancía.

Valor de uso y valor de intercambio

Para Marx, una mercancía es algo que se produce para intercambiar en un mercado. Todas las mercancías están formadas por dos elementos: un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso únicamente habla de la cualidad de ser útil para la gente –una manzana es útil para comer. El valor de cambio es algo que surgió con el mercado. Representa cuánto cuesta una mercancía en relación con otras mercancías. El valor de cambio de una barra de pan puede ser 1 euro –que la panadera puede cambiar por un mechero.

Irónicamente, el valor de uso y el valor de cambio suelen tener poca relación.Consideremos lo que algunos economistas llaman “la paradoja agua/diamante”. El agua es muy útil, aunque su valor de cambio es muy bajo, mientras que los diamantes únicamente son bonitos pero tienen un valor de cambio descomunal. Lo que Marx entendió es que el valor de cambio no tiene nada que ver con “la oferta y la demanda” como argumentaban muchos economistas, sino que más bien fue el resultado de cuánta fuerza de trabajo conllevó producir la mercancía.

En lo que respecta al hogar, esta distinción es crucial. El trabajo no remunerado en los hogares no tiene valor de cambio –no es una mercancía comprada y vendida en el mercado. Es lo que Marx llamaba trabajo concreto, “el acto específico de trabajar para producir cosas útiles”11. Sólo el trabajo en el mercado se convierte en trabajo abstracto con su valor de cambio. Sencillamente, el trabajo en el hogar no produce plusvalía –es decir, que no es productivo bajo el capitalismo en el sentido marxista. Por tanto, Dalla Costa y otras estarían equivocadas: ningún intercambio tiene lugar entre mujeres y capitalistas que incremente el beneficio de los últimos. Esto no implica degradar el trabajo que se hace en los hogares. Implica reflejar el sistema retorcido en que vivimos, donde un trabajo tan vital no se considera realmente valioso.

Transición

Habiendo considerado lo que cuenta como “trabajo productivo” en el capitalismo, volvemos nuestra atención a la relación entre la esfera productiva y la reproductiva. Para entenderla completamente, merece la pena recapitular cómo surgió la familia capitalista.

Los acontecimientos que llevaron a la revolución industrial no sólo transformaron el trabajo de la gente, sino también los hogares. En tiempos feudales, el hogar campesino era una “unidad de producción”, así como una “unidad de consumo”. Esto significa que así como consumían cosas del sistema (comida, cobijo) también producían cosas para el sistema –o para el señor en cuyas tierras trabajaban. Las familias a día de hoy no producen cosas en sus salas de estar y las venden en sus puertas. Esta es una obvia pero crucial diferencia.

La familia campesina no fue “privatizada” o clausurada desde fuera de la sociedad. Como explica Mark Poster, “la unidad básica del primer campesinado moderno no fue la vida conyugal, sino la aldea. La aldea devino la ‘familia’ del campesinado”12.

Con el cercado de tierras y la urbanización que precedieron a la revolución industrial, las formas de producción comenzaron a cambiar, contribuyendo al aumento del aislamiento de la familia. Marx y Engels pensaron que esto podría llevar a la abolición de la familia por completo, pero estaban equivocados13. Feministas como Heidi Hartmann buscaban en este periodo del siglo XIX las raíces de la opresión de la mujer. Argumentan que la existencia continuada de las familias era resultado de una alianza entre trabajadores masculinos y capitalistas masculinos. A cambio de leyes que mantuvieran a las mujeres lejos de los centros de trabajo, los hombres recibirían un “salario familiar” reteniendo una posición privilegiada en el trabajo –y en casa.

No obstante, este argumento no parece atenerse a los hechos. La legislación protectora que se introdujo para limitar el número de mujeres y menores en las minas, por ejemplo, no tuvo el impacto que supone Hartmann. En muchas áreas, mujeres y hombres sencillamente no competían por trabajo en este sentido. En Yorkshire, tan solo 22 de cada 1.000 mineros eran mujeres. El impacto de expulsar a estas mujeres habría sido mínimo.

Más aún, las mujeres no siempre estaban en contra del salario familiar. Algunas estaban contentas de regresar al hogar por sus terribles condiciones laborales. Por tomar un ejemplo, la huelga de Preston de 1853-4 fue la disputa industrial más larga de la historia de Inglaterra y comportó una campaña importante de mujeres por el “salario familiar”.14 Frente a la miseria absoluta, la familia se vuelve un refugio. El trabajo de Angela Davis sobre la familia, defendiendo a los y las esclavas negras en América, es particularmente interesante. Escribe: “la vitalidad de la familia resultó más fuerte que los rigores deshumanizadores de la esclavitud” y los lazos familiares experimentaron un resurgimiento15.

Marx reconoció que el empleo de hombres, mujeres y menores extendió el valor de la fuerza de trabajo a la familia de clase trabajadora al completo, en última instancia reduciendo el valor de la fuerza de trabajo de cada componente. En las fábricas de zapatos en Nottingham, los salarios cayeron tan drásticamente tras los 1820, después de incorporar a mujeres y menores al trabajo, que el salario conjunto de los miembros de la familia era menor que el salario obtenido antes únicamente por el hombre16. A mediados del siglo XIX, los capitalistas advirtieron que les interesaba restablecer la reproducción social dentro de los hogares y aplicar políticas rápidamente para que sucediera.

Consumo

¿Qué significa que la familia bajo el capitalismo sea únicamente una “unidad de consumo”? En la concepción del consumo de Marx hay dos elementos, ambos igualmente importantes para el mantenimiento del capitalismo. Marx explica:

“El trabajador consume de dos modos. Mientras produce, consume con su trabajo los medios de producción y los convierte en productos con un valor más elevado que aquel que el capital avanzó. Este es su consumo productivo. Al mismo tiempo es consumo de su fuerza de trabajo por el capitalista que lo compró”.

En otras palabras, el trabajador “consume” cosas para aumentar su valor –por ejemplo, un constructor de barcos “consume” metal para hacer barcos. Marx sigue:

“Por otro lado, el trabajador convierte el dinero que se le ha pagado por su fuerza de trabajo en medios de subsistencia: éste es el consumo individual. El consumo productivo del trabajador y su consumo individual son por tanto completamente distintos. En el primero, él actúa como el motivo del poder del capital, y pertenece al capitalista. En el último, él pertenece a sí mismo y desempeña sus funciones vitales necesarias fuera del proceso de producción. El resultado de uno es que los capitalistas viven; el del otro es que el trabajador vive”.

La clave aquí es el modo en que Marx contempla ambos lados del consumo –el que sucede en el trabajo (productivo) y el que sucede en el hogar (individual) como parte del proceso global.

No hay dos esferas separadas funcionando paralelamente la una junto a la otra. Ambas deben funcionar para que el sistema completo opere. Esto está magníficamente resumido en la última frase de Marx –para que los capitalistas vivan, el trabajador también tiene que vivir lo suficiente para que el capitalista se aproveche de su trabajo. Ahora viene una pregunta importante: ¿qué sucede cuando el trabajador vuelve a casa? ¿En qué se traduce este “consumo individual”?

Ésta es la parte del análisis de Marx que diversas autoras, notablemente Lise Vogel y recientemente Heather Brown, han intentado desarrollar. Los medios de subsistencia incluyen la habilidad de las y los trabajadores para comprar comida para sí mismos, pero también su “reemplazo generacional”: su descendencia. Pero, tristemente, ni la comida se prepara ni los hijos se crían de forma mágica. A pesar de lo mucho que algunos y algunas estudiantes lo intenten, ¡no puedes comer de platos sucios! Una hija no puede llevar la misma ropa todos los días tras jugar en el barro. Para que la gente trabajadora sea capaz de “consumir” en el hogar, es necesario el trabajo doméstico.

¿Por qué se les ha endosado entonces a las mujeres la gran mayoría del trabajo doméstico? ¿Es esta la raíz de la opresión? La intuición de Vogel es importante aquí. Trató intencionadamente de alejarse de razonamientos biológicamente deterministas sobre la opresión de las mujeres, centrándose en las tres formas diferentes de reproducción social mencionadas antes. De esas tres, únicamente la última –el parto –se basa en diferencias biológicas. Pero estas diferencias biológicas no se pueden considerar fuera del contexto social. Y es aquí donde una de las grandes contradicciones del capitalismo entra en juego. Durante y poco después del embarazo, las mujeres de clase trabajadora necesitan al menos algún periodo de trabajo reducido durante el cual tienen que mirar por sí mismas y por su recién nacida. En resumidas cuentas, no pueden participar completamente en la producción, lo que implica que los beneficios de los capitalistas sufren. Aun así, a largo plazo el capitalismo necesita este nuevo suministro de trabajo.

Vogel identifica los roles diferenciados que hombres y mujeres adquieren en los meses de cuidado de las hijas e hijos como una de las contribuciones a la opresión de las mujeres. Señala que “en principio los papeles diferenciados de hombres y mujeres sólo deberían durar esos meses de cuidados”, pero como resultado los hombres se perciben como proveedores de “medios de subsistencia” y las mujeres más como proveedoras de tareas relacionadas con el “trabajo necesario”. El arranque del capitalismo creó esta distinción tan nítida entre donde se genera el beneficio y donde se realiza el trabajo doméstico. En las sociedades feudales, como se decía, esta distinción no era tan clara.

Vogel no identifica esta distinción como la única contribución a la opresión de la mujer –una reducción que la hubiera expuesto a acusaciones de determinismo biológico. Apunta: “el hecho de que mujeres y hombres estén diferentemente implicados en la reproducción de la fuerza de trabajo durante el embarazo y la lactancia […] no constituye necesariamente una fuente de opresión”17. Su énfasis está completamente en el significado social que se le da a la división del trabajo en las diferentes sociedades.

Brevemente, merece la pena remarcar que el análisis particular de Vogel de la opresión de la mujer es aplicable únicamente al capitalismo. En ninguna sociedad previa hubo un beneficio extraído en forma de salario laboral. Por lo que respecta a Vogel, si la teoría del valor-trabajo no se puede aplicar, entonces tampoco las teorías de la reproducción social.

Conclusiones

A finales de los 80, el debate sobre el trabajo doméstico que emergió del movimiento estaba relegado a las revistas académicas. Las llamadas “guerras de género feministas” que debatían el sadomasoquismo y la pornografía llevaron a muchas y muchos a preguntarse si el movimiento feminista no había sido, en realidad, un caballo de Troya para el neoliberalismo, ya que lenguaje de la “elección” parecía haber sido cooptado por el sistema18.

¿Cuál es entonces la relevancia de la reproducción social para quienes luchamos hoy? Lo primero que cabe decir es que queda un recurso enorme sin utilizar en los escritos de Marx respecto a la unidad entre producción y reproducción. En su increíble estudio del género en Marx, Heather Brown concluye que su “concepto de reproducción es más complejo de lo que muchas explicaciones permiten […] no parece tratar la producción y el consumo como completamente separados, ni parece tratar el consumo como un reflejo de la producción. Los dos son en cambio elementos dialécticamente integrados de la totalidad”19.

Relecturas recientes de Marx resultan útiles, mientras que defensas automáticas de Engels lo son menos. Las reediciones del influyente trabajo de Vogel han ayudado a reenfocar los análisis de la opresión en su lugar dentro del sistema global y no sólo dentro del hogar20. Mientras que pueden ser, en ocasiones, algo abstractos, los concienzudos estudios de Vogel de las posiciones de Lenin y Clara Zetkin son fascinantes, aunque es una lástima que no evalúe el trabajo de Alexandra Kollontai.

La segunda razón por la que la reproducción social es importante hoy es porque ofrece una forma de comprender la opresión que no depende de la biología ni de la asunción de que la opresión siempre ha existido. Es una teoría enraizada en la idea de que los límites biológicos siempre son sociales21. La reproducción conlleva más que la mera creación de seres humanos: conlleva la reproducción de la “relación del capital” en sí misma –el trabajador y el capitalista.

La reproducción social enfatiza el tipo de sociedad donde la reproducción tiene lugar. Reconoce que no tiene que suceder dentro de la familia. Miremos a las grandes fábricas Foxconn en China, donde 230.000 trabajadores y trabajadoras reciben su comida y refugio en grandes dormitorios, no en familias. Del mismo modo consideremos los millones de esclavos y esclavas en la historia que han sido conducidas hasta su muerte, y simplemente reemplazadas del exterior. A un sistema construido para el beneficio no necesariamente le importa el “reemplazo generacional”. Sin embargo, al menos por ahora, parece que la reproducción social se da en casa, dentro del hogar.

La tercera razón tiene que ver con la lucha. La resistencia a la crisis económica ha sido usualmente tan poco predecible como el sistema mismo. Mientras que las grandes huelgas contra los gobiernos han sido un rasgo distintivo, también hemos visto la aparición de movimientos que no se basan inicialmente en el centro de trabajo –el 15-M o los movimientos en Turquía y Brasil.

Como marxistas, creemos que para sentar las bases de una sociedad verdaderamente democrática, la clase trabajadora debe unir las esferas política y económica tomando el control de los medios de producción. Pero esto no significa que la lucha siempre estalle primero en la esfera productiva. Si no encontramos un modo de comprender las esferas productiva y reproductiva como partes de un proceso global, estamos condenadas a cometer los mismos errores (aunque de forma opuesta) que las y los teóricos de los sistemas duales.

El resurgimiento reciente del movimiento feminista se ha enfocado a menudo en problemas de violación y asalto sexual, en parte por su incremento desde la crisis pero también por el modo tan literal en que muestra la violencia del sistema. Desestimar estos movimientos como campañas monotemáticas o, aún peor, incapacitarnos para participar en ellos sería un error monumental.

Terminemos regresando a Cincuenta sombras de Grey. Un aspecto de la crisis actual es el modo en que el género se usa como herramienta ideológica para esconder la realidad de clase. La cultura sexista, acusar a la víctima y atacar los derechos reproductivos son formas de hacerlo reordenando la feminidad. Con tales reordenaciones, sin embargo, puede llegar la inestabilidad: cuando las mujeres (y los hombres) comiencen a cuestionar el sistema, todo el edificio ideológico puede acabar derrumbándose.

La historia de Cincuenta sombras de Grey –del millonario hecho a sí mismo y su pareja perfecta– es la historia del neoliberalismo. Christian Grey es explícito: “Ejerzo control sobre todas las cosas, Señorita Steele […] Empleo a más de cuarenta mil personas”. Y así, mientras los titulares estén y continúen estando dominados por Cincuenta sombras –cuya película de Hollywood saldrá el próximo año– seguiremos estafadas. Cincuenta sombras no es sólo un libro sobre sexo, sino un libro sobre el sueño americano. Anastasia Steele no sólo había sido absorbida por una relación abusiva, se había acomodado dentro del 1%.

En consecuencia, la solución vendrá del 99 por ciento. No acabaremos con la opresión de la mujer vistiendo ropa diferente, convirtiéndonos en directoras de empresas o teniendo más y mejor sexo. Para acabar de verdad con la opresión tenemos que enviar a aquellas como Anastasia al mismo lugar que su tocaya rusa y romper el mundo de Cincuenta sombras de Grey en pedazos22.

Por Estelle Cooch
La hiedra

Tomado de Rebelion.org

Notas:

1 Engels, F., 1972: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Alianza Editorial.

2 McNally, D. y Ferguson, S., 2004, en Vogel, L.: Marxism and the Oppression of Women. Towards a Unitary Theory. Haymarket, p. 2.

3 Federici, S., 2010: Calibán y la Bruja. Mujeres, Cuerpo y Acumulación Primitiva. Madrid: Traficantes de sueños.

4 Luxemburgo, R., 1912: “El voto femenino y la lucha de clases”, ponencia recogida en: El pensamiento de Rosa Luxemburg. Barcelona: Ediciones del Serbal, http://bit.ly/1psyFFW.

5 Vogel, L., 1983: Marxism and the Oppression of Women: Toward a Unitary Theory. Pluto Press, p. 144.

6 Por supuesto, las actividades psicológicas no son siempre de apoyo –la violencia doméstica y el abuso siempre suceden en el hogar. El supuesto papel de la familia, sin embargo, se espera que sea positivo. De hecho, muchas situaciones de abuso emergen de las presiones sociales para que las familias sean “perfectas”.

7 Vogel, L., 2000: Domestic Labor Revisited. Science and Society, 64(2), p.5. http://bit.ly/1gT11Qd.

8 En el sur global esto puede suponer el efecto opuesto, con un incremento de nacimientos como intento de incrementar los ingresos familiares.

9 Think Spain, 23/11/2013. http://bit.ly/1lHNCSM.

10 Office for National Statistics, 4/6/2013. http://bit.ly/1mHapOd.

11 Saad-Filho, A., 2002: The Value of Marx: Political Economy for Contemporary Capitalism. Routledge, pp. 26-29.

12 Mark Poster citado en Cliff, Tony, Lucha de Clase y liberación de las mujeres: 1640 hasta hoy, Bookmarks, 1984, p. 227.

13 Ha habido mucha dificultad al traducir la palabra alemana usada por Marx y Engels “aufhebung”. El equivalente usado más comúnmente en inglés es “abolition” (“abolición”), pero en algunas traducciones se usa “transformation” (“transformación”) o “destruction of domestic ties” (“destrucción de lazos domésticos”). No hay un equivalente que describa el proceso de despejar y preservar que evoca el original alemán.

14 Dutton and King, Ten Percent and No Surrender, Cambridge University Press; e investigación personal (un capítulo de un libro actualmente en edición).

15 Davis, A., 1982: Mujeres, raza y clase. Madrid: Akal, p.14.

16 Foster, J., 1974: Class Struggle and the Industrial Revolution. London: Weidenfeld & Nicolson 1974, p.87.

17 Vogel, L., 1983, ídem, p.147.

18 Levy, A., 2005: Female Chauvinist Pigs. Free Press.

19 Brown, H., p. 73.

20 Desafortunadamente hasta la fecha solo se han vuelto a publicar en inglés.

21 Para poner un ejemplo, pensemos en las muchas mujeres de la clase dirigente que, al decidir no dar pecho, contrataron a enfermeras para que lo dieran por ellas. A día de hoy, con los grandes avances en ciencia y tecnología los límites son incluso más “sociales” que en el pasado.

22 Anastasia Nikolaevna fue la hija más joven del Zar Nicolás II, ejecutado tras la Revolución Rusa.


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