Por: Azul Segura
“Porque no sé si debí nacer o desafié a la suerte, he venido a explorar mi vida” es un verso que compartió la poeta y traductora Andrea Rivas en entrevista para El Ciudadano México y que resume gran parte de la conversación con ella: la escritura, más que un trabajo, es una exploración del estar vivx.
“Cuando todo haya terminado, quiero decir: toda mi vida fui una novia casada con el asombro. Yo era el novio, tomando el mundo en mis brazos”, escribió Mary Oliver, poeta conectada con la visión de Andrea sobre la escritura como compañera necesaria en la vida cotidiana. Escribir para reconectar con el asombro, para prestar atención al mundo natural y “de las cosas”, y para dejarse afectar (no de manera negativa) sino referente a generar afecto por un rayo de sol o por un gato que te maulla en la calle camino al trabajo.
Son este tipo de vivencias personales las que alimentan la escritura desde la época en la que la poesía era más bien el género de la lírica, cuya raíz se situaba en hablar desde un “yo” en el mundo. Así lo ejemplifica Andrea con la obra de Catulo, uno de los poetas latinos más conocidos del periodo helenístico, cuya poesía era totalmente autorreferencial: “¡Pobre y pobre de mí, que tengo que quejarme mucho y más, alma mía! ¿Qué clase de figura hay, que no haya asumido?”. Sin embargo, pareciera que el lado patriarcal de la literatura se empeña en ignorar esta práctica autorreferencial y el origen íntimo de la escritura poética cuando quienes escriben son mujeres o personas disidentes.
“La cuestión para mí es que históricamente nos han enseñado que cuando las cosas vienen dichas desde lo hegemónico y desde lo normativo, que es patriarcal, son válidas y universales. Me parece importante reconocer cómo la autorreferencialidad honesta ha ayudado a enseñarnos y a poner de manifiesto que hay más de una forma de existir en este mundo”
Andrea Rivas
Poeta
Por lo anterior, pareciera necesario que el deseo de subvertir la crítica despectiva de la escritura de mujeres o disidencias, calificada como “demasiado íntima e individual” se convierta en una práctica de escritura en la que la identidad propia esté siempre, de alguna manera, en el texto. En primer lugar para reivindicar que otras vivencias, ritmos, lenguajes y personajes existen en el mundo y merecen resonar en él. En segundo lugar, para que esta reivindicación tome más fuerza a través de la colectividad, generando puentes de comunicación con quienes nos leen y a quienes leemos: para saberse menos solx, ya no menos locx, locx quizá pero acompañadx.
Para Andrea Rivas, hablar con lxs otrxs, a través de la creación artística, también le ha permitido celebrar y reflexionar sobre las luchas que las mujeres y grupos disidentes han venido ganando mediante la resistencia y la defensa de que es posible existir más libres. De uno de esos diálogos viene el título de esta nota, de la plática en la que la poeta estadounidense Mary Oliver, con su poema “Gansos Salvajes”, le recordó a Andrea (y ahora también a nosotrxs), que:
“No tienes que ser buena.
No tienes que atravesar el desierto
de rodillas, arrepintiéndote.
Solo tienes que dejar que ese delicado animal
que es tu cuerpo ame lo que ama”
Mary Oliver
Fragmento de Gansos Salvajes
En esta entrevista, Andrea Rivas compartió las reflexiones que ha tenido consigo misma y con otras escritoras a través de la poesía, meditaciones que nos regalan el mensaje de que nuestra existencia y nuestra escritura merece un lugar en el mundo, un lugar que no tenemos que ganarnos porque ya existe “en la familia de las cosas” y, quizá también, en una nueva tradición poética-literaria: la que hemos venido construyendo “lxs que no somos buenxs”.
Foto: El Ciudadano
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