El remoto estado de Alaska será uno de los protagonistas de la elección legislativa de Estados Unidos este invierno. ¿El motivo? Podría convertirse en el primer estado republicano (“rojo”, en la jerga política del país) que legaliza la marihuana para “fines recreativos”, siguiendo el camino que abrieron Washington y Colorado en 2012.
Alaska, Oregón y el Distrito de Columbia celebrarán sendos referendos en las elecciones legislativas, llamadas de medio término, para decidir si legalizan la droga más popular del planeta. En 2016, será el turno de California, principal productor y exportador de cannabis del país. Si éstas iniciativas populares triunfan, en dos años la marihuana será legal en toda la costa oeste de Estados Unidos. Para entonces, más de la mitad de los estados del país ya permitirán el uso médico de la hierba.
Antaño denostada y temida, la planta vive su gran momento. La opinión pública se ha volcado a favor de su legalización y La Casa Blanca ha acabado respaldando su avance. Barack Obama, presidente del país que diseñó y exportó la guerra contra las drogas, ha dicho que no es más dañina que el alcohol, parafraseando a los activistas. La junta editorial del periódico más famoso del mundo, The New York Times, también ha apoyado la reforma con una serie de artículos benévolos con la hierba.
Uno de los establecimientos de venta de marihuana en Colorado/Reuters
El avance de la marihuana en Estados Unidos ganó velocidad después de la última elección presidencial, cuando los estados de Washington y Colorado hicieron algo que nunca antes se había hecho: legalizaron el consumo de cannabis para “fines recreativos” y crearon un modelo regulado para producirlo, distribuirlo y venderlo. Ambos modelos ya han sido implementados con buenos resultados. “El cielo no se ha caído”, es la frase a la que recurren los activistas a favor de la legalización a la hora de describir lo ocurrido. En Colorado ha sido un auténtico éxito: el crimen ha continuado en franca caída y la recaudación de impuestos ha aumentado gracias a los nuevos negocios de los “ganjapreneurs”.
Detrás de este giro histórico que vive Estados Unidos hay hombres y mujeres que le han dado forma a un movimiento diferente, heterogéneo, revolucionario, en el que conviven personajes para todos los gustos: activistas, abogados, empresarios, políticos, madres, médicos, policías, algunos con tres títulos universitarios y otros con ninguno; algunos, amantes del cannabis; otros, personas que no lo han tocado en su vida. No tienen nada en común, salvo una cosa: quieren legalizar el cannabis y ver el fin de la guerra contra las drogas.
Pioneros de la legalización
La organización más antigua de cuantas comenzaron a impulsar la reforma de las leyes que rigen la marihuana, National Organization for the Reform of Marijuana Laws (NORML), fue fundada en los 70, cuando aún vivía en la Casa Blanca Richard Nixon, el hombre que lanzó la actual guerra contra las drogas.
Luego se le sumaron dos organizaciones que están detrás de las consultas populares para legalizar la droga. Por un lado la Drug Policy Alliance (DPA), liderada por Ethan Nadelmann -bautizado “el verdadero zar de las drogas” por la revista Rolling Stone- y financiada por el magnate George Soros. El segundo es el Marijuana Policy Project.
Las “punto org”, como se las conoce dentro del movimiento, son las que diseñan e impulsan las campañas de legalización a través de referendos o con las actividades de lobby con los legisladores. Éstas organizaciones permitieron que naciera y se creara una multimillonaria industria, forjada por los “ganjapreneurs”, que se han convertido en integrantes del movimiento: con negocios serios y profesionales, le brindan credibilidad a la legalización.
Brendan Kennedy, cofundador de Privateer Holdings, el primer fondo de inversión dedicado en exclusiva al cannabis, estima que sólo en Estados Unidos el mercado tiene un valor de unos 50.000 millones de dólares. Detrás de una tajada de ese pastel hay empresas pequeñas, grandes corporaciones y multinacionales que ya han logrado ir más allá de las fronteras de Estados Unidos, a países con legislaciones amistosas al cannabis, como España o Uruguay, el primero en legalizar la hierba.
La revolución del cannabis ha llevado a que la cuestión (al menos en Estados Unidos) ya no sea si el cannabis será legal en todo el país, sino a “cuándo” ocurrirá y “cómo” ocurrirá. La respuesta hasta ahora más común es que será el gobierno federal quien deje esa decisión en manos de los estados.
El debate por la legalización ha dejado, sin embargo, un temor a la vista: el riesgo de que surja un nuevo complejo corporativo, bautizado en EEUU como Big Marijuana, que promueva el abuso de la droga para obtener mayores ganancias. Mark Kleiman, profesor de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), ha advertido de que la caída de los precios que traerá la legalización, más la creación de un modelo de negocios en el que se permita a las empresas lucrar con la venta de marihuana (tal como ocurre con los cigarrillos o el alcohol) llevará a las empresas a empujar el consumo. Kleiman lo resume aportando dos números: la industria del alcohol obtiene el 80% de sus ingresos del 20% de los consumidores. Son, en términos llanos, los más afectos a la bebida, incluidos los alcohólicos.
Las personas que intentan detener el avance del cannabis hacen la misma advertencia: la legalización está engendrando una nueva industria tabacalera que luchará por sus intereses. Los activistas relativizan estos riesgos, al afirmar que no hay nada que no pueda resolverse con una regulación estricta y rigurosa que prevenga el temor más grande: un aumento en el uso de la droga por parte de los adolescentes. Lo cierto es que, por ahora, el cannabis mantiene su avance, sin prisa, pero sin pausa, hacia un mundo distinto, que ofrecerá su veredicto final acerca de la legalización dentro de muchos años.
Por Rafael Mathus / Nueva York