El Ébola segó cientos de vidas en Sierra Leona, donde el virus corrió como la pólvora desde que una curandera local pretendiese curar la fiebre hemorrágica, atrayendo así a los enfermos de la vecina Guinea.
Esta herborista de Sokoma, un pueblo cercano a la frontera guineana, «afirmaba que podía curar el Ébola«, contó Mohamed Vandi, principal responsable médico de Kenema, en el este de Sierra Leona, epicentro de la epidemia.
«Enfermos de Guinea cruzaban la frontera para ser curados» por esta mujer, añade. «Ella resultó infectada y murió. Durante su funeral también se contagiaron varias mujeres de los alrededores».
Las personas que asistieron al funeral se fueron a las colinas de la región fronteriza, desencadenando una reacción en cadena de muertes, y sus posteriores entierros públicos, que propician nuevos contagios.
El preocupante aumento de casos se transformó en epidemia cuando el 17 de junio llegaron a Kenema, una ciudad multiétnica de 190.000 habitantes, conocida ya por haber registrado el triste récord mundial de fiebre de Lassa, otra enfermedad hemorrágica.
Pese a su experiencia en este tipo de enfermedades, el hospital local no logró resistir a la brutalidad del nuevo virus.
Las fotos de enfermeras fallecidas colgadas en los tableros de anuncios de las paredes del establecimiento recuerdan los estragos causados por el Ébola.
Doce enfermeras figuran entre los 277 muertos registrados desde el primer ingreso en el hospital de Kenema. Unas diez enfermeras fueron contagiadas pero consiguieron curarse.
El establecimiento cuenta con la única unidad en el mundo de aislamiento contra la fiebre de Lassa, y ahora posee una sección para el Ébola, construida a toda prisa.
«Las enfermeras muertas y las que sobrevivieron no podían saber que iban a resultar infectadas. Libramos una nueva batalla. El virus del Ébola está de nuevo aquí y aprendemos sobre la marcha», reconoce Vandi.
Medios precarios
Responsable desde hace más de 25 años de la sala de tratamiento de la fiebre Lassa, Mbalu Fonnie sobrevivió a esta enfermedad, pero no al Ébola.
Su muerte, la de otras dos enfermeras y la un conductor de ambulancias provocó una huelga contra la mala gestión del centro anti Ébola.
«Donde el virus Ébola golpea por primera vez afecta a un porcentaje elevado de personal sanitario», recalca Mohamed Vandi. «El virus del Ébola es mortal e implacable. Al mínimo error hay un contagio».
El virólogo Umar Khan falleció en julio tras haber salvado un centenar de vidas, y desde entonces murieron al menos nueve enfermeras.
La unidad contra el Ébola cuenta con 80 camas, casi el doble de su capacidad. El personal es voluntario y muchas enfermeras se negaron a trabajar en ella.
Algunas afirman haber trabajado sin parar durante semanas unas doce horas al día.
Emmanuel Karimu, marido de Rebecca Lansana, fallecida en agosto, afirmó que su mujer había sido trasladada del servicio de maternidad a esta unidad tras una formación exprés de una semana.
Un día, después del trabajo, comenzó a tener fiebre y se sometió a un test que dio positivo.
«Ese mismo día la ingresaron en la unidad contra el Ébola y falleció cuatro días después», contó Emmanuel Karimu, que acusa al hospital de no suministrar material de protección adecuado.
Desde entonces ha mejorado considerablemente la formación del personal, gracias a la ayuda de las agencias humanitarias mundiales y a la Organización Mundial de la Salud (OMS), asegura el hospital.
Desde que una curandera local prometiese la curación a las víctimas de la epidemia, declarada al comienzo del año en Guinea, el virus contagió a 848 personas en Sierra Leona, matando a 365, según el último balance de la OMS.
Fuente: Los Andes