Sin que nadie repare en él, un pájaro sobrevuela una ciudad cualquiera. Hoy son pocos los piropos que se llevan él y su familia. Apenas nadie recuerda a sus antepasados, aquellos que se convirtieron en auténticos héroes de guerra. No hablamos de la rama más conocida, la de los mensajeros. Los grandes olvidados son sus ancestros espías: las palomas que fotografiaron la Primera Guerra Mundial desde el cielo.
Eso de mezclar espionaje, fotografía y colombofilia suena, en el mejor de los casos, a película de animación, pero esta es una historia tan real como lo fue la Batalla de Verdún: un arnés, cámaras diminutas y automáticas y palomas entrenadas son los protagonistas de esta historia, que deja en buen lugar a las desprestigiadas ‘ratas voladoras’.
Un farmacéutico innovador
El responsable es un boticario alemán nacido a mediados del siglo XIX, de nombre Julius Neubronner. Desde su negocio familiar situado en Kronberg, revolucionó la recién nacida fotografía aérea gracias a su afición por las palomas, su ingenio y la pura casualidad.
Este farmacéutico usaba a las palomas mensajeras para recibir pedidos de un sanatorio cercano, y enviaba por la misma vía los medicamentos (de un peso de hasta 75 gramos). Sus palomas eran sus mejores empleadas a la hora de atender solicitudes urgentes.
Esa chispa que precede a todo «¡eureka!» llegó precisamente cuando una de sus mensajeras se extravió. Tras cuatro semanas en paradero desconocido, la paloma perdida volvió a casa, con buen aspecto y presumiblemente bien alimentada. ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Quizás ya era tarde para saberlo, pero Neubronner ideó una forma de descubrir, en el futuro, la ruta que seguían sus palomas para hacer el servicio. La solución no era otra que fotografiar el vuelo de sus aves.
Hablamos de principios del siglo XX, lo que hace aún más asombrosa la idea de Neubronner. La fotografía no había cumplido ni cien años de vida y su versión aérea iba todavía en pañales. Por no hablar de la dificultad de diseñar un aparato lo suficientemente ligero como para que pudiera sujetarlo una paloma. En nuestra época es la BBC la que hace lo propio con halcones, pero ¿cómo hacerlo en los recién nacidos mil novecientos?
La clave de todo estaba, básicamente, en el diseño de la cámara. Debía ser lo suficientemente ligero como para que las palomas soportaran el peso y, además, tenía que tener un mecanismo automático para que las imágenes se capturasen por sí mismas desde las alturas (por motivos obvios).
Neubronner lo consiguió. Hechas de aluminio y con un sistema neumático que controlaba el intervalo de tiempo que transcurría entre el disparo automático de una fotografía y el siguiente, la cámara creada por este boticario alemán llegó a contar con 12 versiones distintas. Así, en 1907, Neubronner solicitó la patente de este método para tomar fotografías desde el cielo, una petición que fue rechazada por considerarse imposible – hombres de poca fe – que una paloma llevara el peso de una cámara.
Tras aportar las pruebas necesarias, en diciembre de 1908, nuestro boticario consiguió su patente.
Del palomar a la guerra
De esta forma, Neubronner aportó su granito de arena a la fotografía aérea, una modalidad que se venía practicando desde unas décadas atrás gracias a los globos aerostáticos. De hecho, tan solo 20 años antes, se había buscado una vuelta de tuerca gracias a las cometas, que permitieron tomar imágenes sin necesidad de un aparato tripulado. Fue precisamente este artilugio gobernado por el viento el que permitió captar esta espectacular panorámica de San Francisco tras el terremoto que asoló la ciudad en 1906.
Fotografía aérea de San Francisco tomada desde una cometa tras el terremoto de 1906.
Con el tiempo, Neubronner utilizó el sistema no ya para conocer la ruta de sus palomas, sino para poder obtener fotografías desde el cielo por placer. El boticario llevaba a las aves a unos 100 kilómetros de distancia de su palomar, las soltaba y ellas volvían a casa haciendo lo que ahora hace un satélite para Google Maps.
De hecho, a día de hoy, podemos compararlas con cualquiera de las no pocas tecnologías que hacen algo semejante. Por ejemplo, podemos decir que Neubronner descubrió cien años antes (salvando las distancias, claro) los omnipresentes drones. O, mejor dicho, su antecesor animal: estas palomas llegaron a realizar una de las funciones más habituales de estas pequeñas: espiar desde las alturas.
Una de las capturas realizadas en pleno vuelo.
El invento de este alemán tenía claras aplicaciones militares y, además, dio pie a otra herramienta útil durante la Primera Guerra Mundial: el palomar móvil.
La idea de fotografiar el campo de batalla o el territorio enemigo desde una paloma, en teoría, era perfecta. Las aves con la cámara volaban a una altura de entre 50 y 100 metros y eran mucho más discretas que un globo o un avión.
Neubronner ofreció el sistema al Ministerio de Guerra prusiano, cuyos responsables recibieron el invento con escepticismo. Además de lo increíble que pudiera sonar eso de unas palomas fotografiándolo todo en pleno vuelo, había un problema: los pájaros entrenados por el boticario volvían siempre a un palomar determinado, pero en una hipotética (y cercana) guerra, el sistema de espionaje no podía depender de un palomar concreto y fijo.
El ingenio del inventor dio pie a otra creación que venía a solventar la deficiencia: un palomar móvil. Algo tan sencillo como un remolque de dos alturas, con un cuarto oscuro en la parte inferior para revelar las fotos y el palomar en sí en la parte superior.
El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hizo que las palomas de Neubronner se estrenaran en el campo de batalla, algo que les valió un reconocimiento peculiar: una sala en el Museo Internacional del Espionaje en Washington DC.
Las ahora maltratadas ‘ratas voladoras’ se utilizaron para obtener imágenes de las tropas enemigas y conocer su posición. Su arnés, su ligera cámara (Neubronner llegó a diseñar una de tan solo 40 gramos de peso) y algo de entrenamiento las convirtieron en auténticas espías.
A partir de ahí, llegó la oscuridad para las palomas fotógrafas o, al menos, poco más se sabe de ellas. No existe la certeza de que estas espías aladas repitieran su rol en la Segunda Guerra Mundial, aunque sí hay indicios de que eran transportadas por perros amaestrados en el interior de cestas hasta cruzar las líneas enemigas. Una vez allí, eran liberadas para volver al palomar móvil, fotografiándolo todo por el camino.
Lo que sí se sabe con certeza, aunque no sin su halo de misterio, es que años más tarde la mismísima CIA desarrolló una de estas microcámaras para palomas, tal y como puede verse en su museo. No obstante, se desconoce qué misiones llevaron a cabo estas espías aladas defendiendo la bandera estadounidense porque los detalles están aún clasificados.
Cámara para palomas expuesta en el museo de la CIA
Pero que tanto espía no nos desvía de lo realmente importante: gracias a este sistema revolucionario de fotografía que se adelantó un siglo a los drones, el boticario pudo saber qué fue de aquella paloma que estuvo cuatro semanas en paradero desconocido. Si volvió bien alimentada es porque, tal y como pudo comprobar Neubronner con las fotos de sus siguientes vuelos, la muy sagaz hacía escala en casa del chef de un restaurante.
Por Álvaro Hernández/ Eldiario.es