Para muchos de nosotros la sexualidad es un pulso vital, tan indomable como dispuesto a ser purificado. Un portal que resguarda las fronteras entre la realidad convenida y el potencial desdoblamiento de la conciencia —la catedral evolutiva. Sin embargo, es innegable que a lo largo de buena parte de la historia humana, la esencia de esta herramienta ha sido velada por múltiples tabúes: demonios culturales promovidos de acuerdo a mezquinas agendas que enarbolan la bandera del pudor, la moral y, especialmente, la culpa.
Y si estás leyendo esto, es altamente probable que hayas crecido en un entorno sociocultural que, en mayor o menor medida, te empujó a vivir la sexualidad desde una perspectiva poco natural. En lugar de orientarnos al manejo honesto de la más alta frecuencia compartida, nos orillaron a crecer entre la desacralización del cuerpo humano —originalmente diseñado para confabular intercambios energéticos— y, en el otro extremo, escapes atropellados en rincones animados por la pornografía y el morbo.
Pero más allá de intentar hacer un repaso histórico sobre las verdaderas causas y las costosas consecuencias de haber entablado una mísera relación, a nivel cultural, con nuestra sexualidad, tal vez es momento de enfocarnos en develar, conscientemente, las mieles de esta práctica. Básicamente se trata de un ejercicio durante el cual nos remitiremos brevemente a algunas tradiciones ancestrales, como el tantra o la sexualidad en el ocultismo occidental y la alquimia, las cuales postulan al sexo como un divino recurso para expander los limites de nuestra conciencia y no como una distracción mundana ante el sendero del espíritu.
Finalmente intentaremos dilucidar o al menos coquetear con el potencial paralelismo entre la evolución de la conciencia y la sublimación de nuestra vida sexual. Para ello tomaremos como base la teoría psicológica de los 8 circuitos del cerebro, acuñada originalmente por Timothy Leary. Este modelo plantea la existencia de distintos niveles de desarrollo de conciencia, a cada uno de los cuales asignaremos una potencial frecuencia sexual.
Tantra
El término proviene del sánscrito तन्त्र, “conducto, principio, doctrina”, que deriva de la raíz tan ”extender o expandir” y el sufijo tra “instrumento”. La fecha de surgimiento de esta corriente es un tanto incierta. Algunos le adjudican aproximadamente quince siglos de antiguedad, mientras que otros hablan de varios miles de años. Lo que sí es claro es que a partir de él se derramaron múltiples escuelas esotéricas al interior del budismo y el hinduismo.
Más que un sistema cerrado, el Tantra corresponde a un cúmulo de técnicas y concepciones, dirigidas a lograr un acceso a planos más sutiles de existencia —utilizando la propia conciencia como catalizador entre el microcosmos y el macrocosmos. Dentro de la perspectiva tántrica no se niega o suprime el aspecto mundano de las cosas sino que, similar a la tradición alquímica, busca la sublimación de estos elementos, a través de la purificación, la elevación, y la reafirmación del ser, derivando así en un nuevo plano en donde impera la plenitud consciente. Y el hilo conductor de que dispone el practicante, a lo largo de este arduo trayecto, es su propia energía vital, su Prana.
Una de las propiedades más significativas de ciertas prácticas de Tantra es que responden a la modulación bioquímica del cuerpo a través de ritos específicamente sexuales. Por medio de esta conjunción ritual entre un hombre y una mujer, dictada de acuerdo con ancestrales protocolos esotéricos, se logra cristalizar un estado de alerta infinita, de conciencia propulsada, entre ambos participantes —en algunas disciplinas, previo a este encuentro, cada participante debe haber primero despertado su propio Kundalini.
Es importante enfatizar que, a diferencia de la perspectiva común que tenemos del sexo, dentro de la cual este responde básicamente a dos principios, el de la reproducción o el del placer, la tradición tántrica nos habla de un tercer cauce: la liberación del ser. Es decir, la cópula no solo es una herramienta que puede motivar la preservación de la especie o detonar un enorme placer, también puede utilizarse como un portal a la expansión de la conciencia: el matrimonio entre la sexualidad y la espiritualidad.
Ocultismo occidental
Las diversas doctrinas que integran el ocultismo occidental generalmente están ligadas a preceptos más antiguos que emergieron en las escuelas místicas de las tradiciones árabes, egipcias y, en menor medida, orientales. Toda doctrina religiosa de Occidente está empapada de metáforas y alusiones a estas otras tradiciones que les antecedieron y dentro de las cuales la sexualidad, el culto explícito al falo y a la vulva, jugaba un rol fundamental. Incluso los elementos más icónicos de religiones como el catolicismo, por ejemplo la cruz, están directamente ligados a ritos sexuales, en este caso el falo, y su eventual conjunción con la rosa, la vulva.
En cuanto a la Kabbala, un protocolo sagrado que desempeña un importante rol en el misticismo judaico, el estudioso y miembro del Golden Dawn, A.E. Waite, nos habla de que “para el cabalista el máximo sacramento es el acto sexual, cuidadosamente organizado y manifestado como el máximo trance místico” [1]. Mientras que la orden conocida como O.T.O. (Ordo Templaris Orientis), derivada de la Francmasonería, clamaba poseer “la Llave que abre todos los secretos masones y herméticos, es decir, la enseñanza de la magia sexual, la cual explica, sin excepción alguna, todos los secretos de la Naturaleza, el simbolismo completo de la Francmasonería y de cualquier sistema religioso”[2].
En cuanto a la tradición mágica occidental, la cual ha sido históricamente perseguida por diversas instituciones religiosas, en particular la católica, el sexo ocupa, una vez más, un rol fundamental en las prácticas místicas de las diversas escuelas que la integran. El orgasmo representa un túnel, un pasaje catalizador que nos permitirá, en caso de manejarlo con maestría, acceder a planos superiores de conciencia. En este contexto se parte de la premisa de que en la sexualidad tenemos los recursos necesarios para crear o diseñar realidades. Incluso acusan a la Iglesia y demás instituciones de querer censurar nuestra relación astral con el sexo, para evitar que nos empoderemos lo suficiente como para disolver el tablero de juego dentro del cual ejercen su dominio.
Y al hablar de sexualidad, magia y rituales en Occidente, sería imprudente dejar de mencionar a Aleister Crowley, una de las personalidades más polémicas de la tradición mágica y quien utilizaba el sexo (y múltiples drogas) para fertilizar el terreno, como una herramienta infaltable durante los más elevados rituales. En su manual para los iniciados al grado XI de la O.T.O, De Arte Magica, Crowley hace referencia a una práctica tántrica que él llevaba a cabo y que fusionaba, quizá experimentalmente, con recursos de otras tradiciones:
Los hombres sabios de la India creen que un cierto tipo dePrana o fuerza, reside en el Bindu (semen). Por eso es que estimulan al máximo posible su generación, recurriendo a prostitutas consagradas para que exciten sus órganos sexuales, mientras que con vigorosa voluntad retienen la energía. Luego de unos cuantos ejercicios, afirman que pueden desflorar hasta ochenta mujeres vírgenes en una noche, sin perder una sola gota de Bindu. De esta forma la energía jamás se perderá, sino que será absorbida por cada tejido del cuerpo. Y así los órganos sexuales actúan como una especie de sifón que constantemente provee a la reserva cósmica, con frescas recargas de vida.
Alquimia
El Ars Magna, la alquimia, tiene su origen en Egipto —hay quienes sitúan su comienzo en Alejandría, durante el siglo III— y eventualmente se convertiría en uno de los linajes espirituales de mayor fuerza en Occidente. Más tarde la tradición alquímica de Occidente se fusionaría con preceptos Neoplatónicos, Gnósticos y Herméticos. Tras la caída del Imperio Romano, el conocimiento adquirido quedó sepultado por la sombra del Cristianismo y solo en Arabia logró conservarse. Por esta razón no fue hasta finales del siglo XI que Occidente retoma la guía del Gran Arte y, durante la Edad Media y el Renacimiento, la alquimia gozó de un exquisito auge alrededor de Europa.
Paracelso, el genial suizo a quien se considera como el padre de la medicina occidental, del arte Espagírico y uno de los máximos representantes de la tradición alquímica, expuso explícitamente que el Ars Magna era, principalmente, un proceso de depuración, de re-sacralización del cuerpo físico y el plano de lo mundano. Además, Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, aludió abiertamente a la presencia de la sexualidad dentro de esta tradición, en su obra “Sobre el Espíritu de los Planetas”, en donde afirma: “Cuando la semilla del hombre abraza la semilla de la mujer, esta es la primera manifestación y la llave de todo este trabajo y arte”.
Complementariamente, Paracelso enfatizaba, al igual que William Blake y otros grandes místicos, en el papel de la imaginación. Y a esta cualidad del ser humano, que pudiese responder a la porción de divinidad que todos poseemos, adjudicaba una especie de poder seminal que nos permitía imprimir nuestra voluntad en los objetos externos, tal como lo hizo con nosotros Dios. “Dios plantó su semilla en toda su realidad y especificidad, profundo, en la imaginación del hombre […]. Y si alguien tiene la voluntad, el deseo emerge en su imaginación y este deseo genera, a su vez, una semilla”.
Evolución etérea: la sexualidad y el desarrollo de la conciencia
Aunque pudiésemos pasar días recorriendo el papel de la sexualidad al interior de las tradiciones místicas, una travesía en verdad estimulante, en esta ocasión debemos proceder al fenómeno que justifica este breve ensayo: el pulso paralelo que comparten el desarrollo de la conciencia y el de la sexualidad.
En su libro The Eight-Circuit Brain: Navigational Strategies for the Energetic Body, el genial y multidisciplinario Antero Alli analiza la interacción entre los ocho circuitos de nuestra conciencia y las frecuencias sexuales a las que tenemos acceso. Y retomando este memorable ejercicio, trazaremos una relación directa entre los pulsos evolutivos del sexo y la conciencia.
El Modelo de los 8 Circuitos, originalmente propuesto por Timothy Leary en su libro Neurologic (1973) y complementado en Exo-Psychology (1977), básicamente responde a una estructura compuesta por ocho centros de información —o circuitos cerebrales—, que están ligados al mismo número de escaños de conciencia dentro del ser humano.
Circuitos 1-4 / Supervivencia
Circuito 1: Inteligencia fisio-biológica / la respiración conciente
Alude a la confianza necesaria que desarrollamos, en forma primigenia, y que nos permite sobrevivir.
– Sexualidad Visceral: un acercamiento impulsivo, incluso violento, al acto de copular. La atracción sexual de esta naturaleza responde a un estimulo que surge, ya sea por instinto de reproducción o por simple auto-hipnosis hormonal —la caótica colisión entre testosterona y feromonas.
Circuito 2: Inteligencia emocional-territorial / el deseo de poder o Ego
Tiene que ver con el florecimiento de las emociones y estrategias de dominación/sumisión.
– Sexualidad emocional: en este formato se ignora la mente o la moral y se utiliza como guía exclusiva la emoción. El sexo emocional está ligado a satisfacer necesidades de estatus, seguridad, poder y fidelidad. La dinámica básica es generar ciertas emociones en nuestro interior que requieren de otro cuerpo receptor para ser vaciadas.
Circuito 3: Inteligencia simbólica y neurosemántica / la mente racional
Surge a partir de artefactos humanos y sistemas simbólicos.
– Sexualidad mental: la experiencia se conceptualiza, razón por la cual hablar, pensar o fantasear sobre un encuentro erótico puede ser en ocasiones incluso más estimulante que el propio acto sexual. La pornografía o el voyeurismo son manifestaciones propias de esta frecuencia.
Circuito 4: Inteligencia doméstica o sociosexual / la identidad adulta
Se imprime a raíz del primer orgasmo experimentado y de los lineamientos morales de su tribu o contexto social.
Sexualidad tribal y culturalmente convenida: está acotada por códigos de conducta que incluyen íconos, rituales, fetiches y otros elementos que distinguen la sexualidad colectiva entre uno y otro grupo social. Estos códigos generalmente están respaldados por fundamentos institucionales —en el caso de Occidente contemporáneo, por ejemplo, la monogamia está sustentada por el modelo de matrimonio.
Circuitos 5-8 / Expansión
Circuito 5: Neurosomático / conexión entre mente y cuerpo
Se imprime a través de prácticas como la comunión con la naturaleza, el enamoramiento o la meditación.
– Sexo tántrico: A partir de este nivel el sexo deja de ser una persecución del orgasmo y, por primera vez, cruza el portal que separa a lo físico-bioquímico de lo etéreo. La sexualidad se torna un vehículo en busca de estados de éxtasis relativamente perdurable. El problema que se presenta en este nivel es que aún no estamos del todo preparados para navegar a través de estas frecuencias y ello puede dar paso a un cierto temor que, de manera automática, se traduce en un ancla depositada en suelo cultural. Cuando esto sucede, la experiencia queda en una especie de momentáneo vistazo al útero del cosmos.
Circuito 6: Inteligencia psico-intuitiva / metaprogramación
Se origina en el experimentar el cuerpo aúrico o energético; acceso a la clarividencia, intuición, realidad selectiva y magia ritual
– Sexo mágico: la pareja comienza a modular las frecuencias eléctricas del sexo y la práctica entabla un diálogo directo con nuestro sistema nervioso. En esta etapa comienzan a sobrepasarse los cuerpos físicos y los cuerpos energéticos asumen un rol mucho mayor. Lo anterior se traduce en la potencial consumación de neuro-orgasmos hiperreales y se desata, a la velocidad de la luz, una danza de comunión electromagnética.
Circuito 7: Mito-genética y morfogenética / ADN y conciencia liberada
Se imprime tras exponernos a regresiones y arquetipos autónomos, o fenómenos como la sincronicidad y conciencia cósmica.
– Sexo arquetípico o planetario: la comunicación entre los dos involucrados se remite directamente a una especie de registro akáshiko. Por primera vez en el desarrollo de su sexualidad, la pareja comienza a co-fundar realidades, los mapas referenciales se disuelven ante la intensidad del intercambio energético y se introduce un tercer personaje, la propia Tierra, para dar paso a una especie de ménage-à-trois planetario.
Circuito 8: Inteligencia cuántica y no-local / ADN y conciencia liberada
Emerge producto de experiencias cercanas a la muerte, desdoblamientos corporales, sueños lúcidos, comunión con la vacuidad, etc.
– Sexualidad entre cuerpos astrales: comúnmente implica el desdoblamiento corporal por parte de ambos participantes. Es como una cita en un motel onírico, energéticamente impecable, que, al ya no estar sujeto a nada en este plano, se torna infinito: como cabalgar desnudos, copulando, sobre el espiral del tiempo-espacio. Esta frecuencia sexual jamás dependerá de un cuerpo físico, por el contrario, estará envuelto en risas y gemidos interdimensionales, en miradas que proyectan etéreas catedrales mientras se mecen en la totalidad. Por fin la unidad ha sido consagrada, cada gota de sudor diluye cada probable realidad… la máxima ceremonia compartida ha sido consumada, la energía se abraza así misma, y el ouroborus observa, inmutable, el matrimonio sagrado.
Así termina este intenso recorrido, una fugaz mirada cenital a dos hebras de energía, la conciencia y la sexualidad, desdoblándose rítmicamente: en un principio de manera torpe, a la sombra biológica, pero purificándose gradualmente, sincronizándose en plataformas fractales, se relamen mutuamente en busca de la esencia cristalina. Y en algún punto, cuando el silencio intercambiable transmuta en la más hermosa melodía, cundo la energía irradiada es suficiente no solo para desterrar el mapa sino para proyectarse en un cuarzo sin cuerpo, entonces ahí, en el centro de un infinito laberinto, sobre un axis, dos gotas de energía se funden para jamás volverse a separar.
Artículo publicado el 5/03/2012
Por Javier Barros del Villar en Pijama Surf
[1] A.E. Waite, The Holy Kabbalah, University Books, Citadel Press introduction by Kenneth Rexroth, p. ix.
[2] Francis King, The Rites of Modern Occult Magic, The MacMillan Company 1970): 119.