Tras realizar el programa “Work And Travel” en Australia, Gonzalo Erize desembarcó en Laos, en el sudeste asiático, esperando hallarse a sí mismo. Intuía que era un viaje distinto a cualquier otro que hubiese hecho, pero no imaginaba cuánto. En el pequeño pueblo de Póng Khám, en donde apenas alcanza para sobrevivir, se encontró por casualidad con un chico que sufría una extraña enfermedad que ponía en peligro su vida. Cuando lo vio, hubo un quiebre en él. A partir de allí hizo todo para salvarlo.
Fue un instante en que sus miradas se encontraron. Saun, que estaba sentado solo a un costado de la cancha (cuatro palos de madera), miraba cómo sus compañeros se divertían. Quería jugar; soñaba incluso con hacer gambetas, pero a sus once años de vida su batalla era otra: tenía huesos extremadamente débiles y un abdomen que parecía a punto de explotar. Gonzalo estaba ahí. Era el 25 abril y la mañana sofocante- como suele ser todo el mes- dificultaba la respiración. Pero cuando la pelota desgastada empezó a rodar, poco importó. Saun seguía el juego, siempre con una sonrisa. Esa sonrisa tan típica en todos los habitantes de Póng Khám.
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Así se conocieron y a partir de ese momento pasarían mucho tiempo juntos. Gonzalo sintió que debía hacer algo y no entendía cómo Saun podía vivir así ; más inexplicable aún le resultaba que nadie, ni siquiera su propia familia, supiese el nombre de la enfermedad.
En Phón Khám no existe el lujo. Ni siquiera hay agua caliente; sólo montañas y casas de bambú. Saun vive hacinado con sus padres y sus tres hermanos. Cuando nació vendieron todo lo que tenían por tan sólo 150 dólares para afrontar una operación quirúrgica.
En la cocina Gonzalo charló con ellos. No sabía ni una palabra de lao, pero gracias al administrador del sitio donde se alojaba, que ofició de traductor, logró hacerse entender. Tenía una idea: llevar al pequeño a la capital de Laos, Vientián, para que sea tratado. La mamá de Saun- que los acompañaría- se largó a llorar y lo abrazó; él sonrío.
“En el mismo momento en que vi a Saun decidí ayudarlo. Es difícil explicar, pero algo dentro de mí se empezó a movilizar y me decía que debía actuar. Me di cuenta que era el único que podía hacer algo por él, o iba a estar condenado a vivir sufriendo. Ese día me prometí que iba a ir hasta lo último para salvarlo”, dijo.
En la Argentina, Gonzalo trabajó en diversas ONGs, y, entre otras tareas solidarias, repartió comida a la gente de escasos recursos o, incluso no era extraño verlo en Palermo, donde vive en la Argentina, escuchado a una persona en situación de calle para tratar de ayudarla.
Mientras Gonzalo no dejaba de asombrarse por el camino lleno de pozos por el cual circulaban, pero, sobre todo, por las gallinas que llevaban los pasajeros en pequeñas jaulas y las calabazas arriba del techo del vehículo, pensó por primera y única vez: “¿Qué hago a cargo de dos personas que no conozco gastando mi plata?”. Pero la respuesta ya la sabía. “Pase lo que pase, todo va a valer la pena”, se dijo a sí mismo.
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Tras cinco horas de viaje llegaron a destino. En el hospital y luego de los primeros chequeos le informaron que Saun debía permanecer internado y que harían falta muchos estudios. Los días pasaban. Los pacientes eran muy pobres. Había desesperación: muchos no podían pagar el tratamiento que necesitaban. En el piso de Saun, había otros chicos: Gonzalo les regaló juguetes a todos y se pasó tardes enteras jugando con ellos.
Diez días después los médicos le comunicaron algo que no quería escuchar: la enfermedad que tenía Saun no podía ser tratada en Vientián y le dijeron, incluso, que no sabían con certeza qué padecía, aunque sí, que necesitaba urgente ser tratado. “Ahí me dije, ¿qué hago ahora? ¿Todo por nada? ¿Voy a rendirme sin más? Averigüé sobre los mejores hospitales que estuviesen cerca. Había que ir a Bangkok”, recordó. Pero había un problema… Ni “El Enano”- así lo empezó a llamar de manera cariñosa Gonzalo a Saun- ni su madre tenían pasaportes.
– Usted ve a ese chico ahí. Si no tiene los documentos para salir del país esta semana, se muere. Su vida está en sus manos ahora- le advirtió Gonzalo a la persona encargada en el Ministerio de Relaciones Exteriores, que le había informado una serie de trámites a realizar que llevarían mucho tiempo y de imposible cumplimiento.
– … (Silencio)
– Vamos a hacer esto: traiga una carta del director del hospital de Vientián que diga que el chico no se puede tratar en Laos y tiene que ir a Bangkok- le dijo el empleado
Y así fue. No quería esperar un minuto más. Paró al primer Tuk Tuk( taxi) que pasó y fue directo al hospital. Ya tenía la carta. Volvieron al Ministerio; ahora faltaba llenar los formularios con los datos personales de Saun y su mamá. El problema: ninguno de los dos sabía leer ni escribir.[ «Dios, decíme como escribir en lao», dijo Gonzalo]. Un hombre que veía que hacía un tiempo que estaban con los documentos sin avanzar, se acercó. Se sentó con ellos y, tras una hora y media, todo estuvo listo.
Los ahorros de Gonzalo se estaban terminando, pero prefería no pensar mucho en ello. Les había contado a sus amigos y familia la historia de “El Enano” y lo que estaba haciendo: había cancelado su viaje por el continente para intentar ayudarlo. Fue entonces que recibió un correo de sus amigos. “Gonza, vos ocúpate de salvar al pibe, acá vamos a empezar a juntar plata para ayudarte”, le escribieron. Conmovido por la historia, un amigo que había viajado con él, y que incluso había pasado unos días en Phòng Khám, volvió a Laos y aportó el dinero para los pasajes. Ya en el avión, la mamá de Saun pensaba que la nave se iba a caer y empezó a rezarle a Buda, mientras “el Enano” saltaba de la alegría.
Un mes y 12 días después Saun fue dado de alta del hospital Rajivithi. La enfermedad congénita que lo afectaba se llamaba Hirschsprung, que produce una dilatación extrema del colón. Los nervios están ausentes y eso impide que existan los movimientos para que avance el contenido intestinal, haciendo que se produzca un remanso y posterior obstrucción. En total se juntaron 6500 dólares que permitieron no solamente pagarle la operación a Saun sino también, como sobraron 1500 dólares proque Saun fue dado de alta antes de lo que se pensaba, se ayudó a la hija de un refugiado pakistaní.
Cuando Gonazalo volvió a Phòng Khám fue nombrado lo que en la Argentina se conoce como “visitante ilustre”, algo que nunca olvidará…. “Todos los del pueblo me regalaban pulseras para la suerte, no sabés lo que fue….”, dijo desde Indonesia. “Lo importante es que todos tiramos para el mismo lado sin importar los credos. Acá hubo de todo. Musulmanes, católicos, hindúes, que ayudaron a que se haga el sueño. Gente que sé que no le sobre nada también contribuyó para cumplir el sueño. Me llegaron cientos de mails y personas de países como Australia, Inglaterra, y demás se unieron en esto. Es increíble lo que se puede lograr cuando todos empujan para adelante”, señaló.