Le Monde Diplomatique cumple 100 ediciones en Chile

Es emocionante ser testigo y colaborador de un esfuerzo marcado por la defensa de dos derechos fundamentales: el derecho a informar y el derecho a ser informado


Autor: Sebastian Saá

Es emocionante ser testigo y colaborador de un esfuerzo marcado por la defensa de dos derechos fundamentales: el derecho a informar y el derecho a ser informado. Es cierto que ambos derechos deberían ser parte de un todo llamado libertad de expresión, mas por mandato del poder del mercado no es así, y los medios de comunicación mayoritariamente en manos de grandes grupos se han convertido en una repetición del discurso del poder dominante.

Y es justamente en este mundo de medios obedientes, desinformadores y deformadores, en el que las excepciones de prensa independiente como la edición chilena de Le Monde Diplomatique tienen una importancia más que relevante.

Son escasas las revistas o periódicos independientes que llegan a publicar el número 100, y mucho más raras todavía las publicaciones que festejan su número 100 conservando la misma línea de intenciones, de estilo, y de coherencia informativa del primer número.

Recuerdo especialmente una tarde, en Santiago, en que participé en la presentación de la editorial “Aún Creemos en los Sueños”, que hace posible la edición chilena de Le Monde Diplomatique. La sala estaba repleta de amigas y amigos, periodistas y lectores, ligados por la convicción de una necesidad básica: mantener a toda costa expresiones de prensa independiente, crítica y postuladora de ideas alternativas, Sin mayores palabras, sin que fuera necesario un discurso fundador, todas y todos los que ahí estábamos sabíamos que, paso a paso, línea a línea, palabra a palabra, de idea en idea, participábamos de la más resistente de las intenciones: la de colaborar en la construcción de un nuevo lenguaje de izquierda, creativo y capaz de asumir la complejidad del siglo XXI. Sin embargo del entusiasmo reinante en esa sala, para muchos chilenos la experiencia de una edición chilena de Le Monde Diplomatique estaba destinada al fracaso, porque la destrucción cultural lograda por la dictadura condenaba a los escasos lectores de prensa a la triste condición de consumidores de titulares amarillos, e incluso más de alguien opinó que el nivel de esa publicación “afrancesada” era incomprensible para el lector medio de Chile.

Podría emplear muchas páginas en demostrar que tal afirmación era equivocada, así que, como soy escritor de novelas, me permitiré citar una anécdota rigurosamente cierta. Hace unos seis años, un día de febrero, sentí que la canícula santiaguina me estaba cocinando la cabeza y entré medio desesperado a una peluquería de una de las tantas galerías o pasajes que salvan del calor a los santiaguinos en sus desplazamientos por el centro. El peluquero, amablemente, me dijo que debía esperar unos quince minutos hasta que terminase de rapar a otro desesperado por el calor, y me ofreció la prensa del día. Tenía los diarios permitidos por el miedo que dejó como herencia la dictadura, El Mercurio, La Tercera, y las páginas satélites de esos dos periódicos. Como me había ofrecido lectura con amabilidad, le pregunté si no tenía Le Monde Diplomatique y la respuesta del peluquero me sorprendió: No, pero se lo mando a buscar.

Y así fue. El imprescindible “junior” que acarrea cafés, mote con huesillos o los elegantes sandwichs de ave-pimiento tan representativos de la gastronomía de esos pasajes, llegó a los pocos minutos con un ejemplar de lo que había pedido.

La primera conclusión a la que llegué era que Le Monde Diplomatique no era desconocido para el peluquero y tal vez tampoco para el “junior”. Sabían en qué quiosco se compraba. Leí mientras esperaba, y cuando me tocó el turno y el fígaro le daba duro a las tijeras, empezamos a hablar del mundo, de lo que ocurría en Palestina, y de la llamada globalización, término que al peluquero le resultaba aplastante porque nadie se lo había explicado, y más aplastante todavía le resultaba no saber por qué había gente que se oponía a eso. En la medida de mis posibilidades y sin dejar de vigilar en el espejo lo que hacía con mi cabeza, intenté explicarle que en realidad aquellos que, aparentemente se oponían a la globalización, por ejemplo los adherentes de ATTAC, en el fondo postulaban la mayor de las globalizaciones, no solamente de ciertos aspectos de la economía, sino de los derechos humanos, del libre comercio justo, de la información sin censuras y, sobre todo, de la participación social.

No sé si lo convencí. Me cortó bien el pelo, pagué, me despedí, y cuando a los dos años regresé a la misma peluquería había muchos ejemplares de Le Monde Diplomatique sobre la mesita de espera, y a ellos se agregaban algunos de los libros publicados por la editorial “Aún Creemos en los Sueños”.

En nuestro segundo diálogo en el espejo, el peluquero me confesó el pasmo que la había provocado saber qué era el Opus Dei, y en cuanto a la globalización tenía una opinión definida. El también se incluía en el bando de los alter globalizadores.

He estado en la Feria del Libro de Santiago y en algunas de provincias, en concentraciones y actos de protesta, y siempre que veo a gentes de todas las edades acercarse al mesón de Le Monde Diplomatique para adquirir ejemplares antiguos, me confirmo en la nobleza del proyecto y en la necesidad de continuar entregando argumentos, ideas para el necesario debate social que, más temprano que tarde, se convertirá en praxis emancipadora.

Es verdad que la edición chilena de Le Monde Diplomatique no es un medio de circulación masiva, pero sus lectoras y lectores son aquellos que saben que hoy, justamente hoy, la neutralidad informativa no existe, que dada la complejidad del mundo y de los desafíos es fundamental el esfuerzo pedagógico, esclarecedor, multiplicador de curiosidades.

Y eso es la edición chilena de Le Monde Diplomatique que alcanza el número 100. Un esfuerzo crítico contra la torpe idea del pensamiento único, una barricada contra la que se estrellan las interpretaciones dogmáticas de la realidad, y un llamado urgente a informarse, a ejercer el derecho fundamental a estar informado para así tener una opinión libre de prejuicios o monsergas del poder.

Salud, pues, por el número 100 de la edición chilena de Le Monde Diplomatique, de la publicación de los que Aún Creemos en los Sueños, de los que insistimos en que Otro Mundo es Posible.

por Luis Sepúlveda
­*Escritor y colaborador de Le Monde Diplomatique

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