La efusiva apertura de información registrada en las últimas décadas impactó todas las áreas del conocimiento humano, la academia, la ciencia, la religión, etc. Y entre las múltiples consecuencias de este fenómeno, de pronto aparecieron en la superficie del imaginario pop ciertos conceptos –y su respectiva terminología– que durante siglos habían permanecido guarecidos en contextos herméticos o, al menos, selectivos.
De la mano de este proceso, y encabezado por figuras como Madame Blavatsky y George Gurdjieff, emergió lo que hoy conocemos como new age, un movimiento que, sin entrar por ahora en polémicas y posturas específicas, promovió y ejerció la apertura, síntesis y, quizá el aspecto más cuestionable, la mixtura de antiguos preceptos asociados con tradiciones sacras y escuelas místicas. Vale la pena recalcar que, aunque en realidad comenzó a masificarse en la década de los 70, los antecedentes directos de este movimiento datan de hace aproximadamente un siglo –y de hecho, hay quienes señalan a Swedenborg (1688-1772) como su primer precursor.
Debido a múltiples circunstancias, la evolución de esta “nueva era” espiritual encontraría una resonancia masiva entre las más recientes generaciones, proceso que durante los últimos 15 años simplemente explotó. No sé si lo recuerden, pero hasta hace unos pocos años términos como karma eran parte de un nicho lingüístico aún bastante reducido, sospechosamente excéntrico o, en el mejor de los casos, incomprensible. Hoy, en cambio, hay miles de mascotas llamadas mandala o shiva, la palabra “karma” está impresa en miles de intercambios cotidianos y tomar ayahuasca es cool. Además, como complemento a este peculiar contexto, resulta que figuras como Oprah o Paulo Coelho integren el grupo de los principales “líderes espirituales” de la actualidad.
Pero más allá de criticar o juzgar este escenario –un ejercicio harto cómodo–, es interesante reflexionar sobre las posibles implicaciones de este fenómeno –al cual, en un texto previo, denominamos “espiritualidad pop”. A continuación, brevemente, un par de ellas:
Por un lado da la impresión de que, en lugar de resacralizar nuestra realidad –un proceso que parece fundamental para superar buena parte de los vicios contemporáneos–, terminamos liados en una dinámica que consiste en “mundanizar” o, peor aún, frivolizar lo sagrado. En algún punto los dos planos debieran regresar a ser sólo uno, pero ello, supongo, tendría que ocurrir de manera natural –sin dogmas, atuendos o pretensiones de por medio.
También tenemos el factor de la accesibilidad, es decir, el primer encuentro de millones de personas con nociones que han resultado, a lo largo de la historia, piezas fundamentales en el desarrollo del espíritu. Y esto, en esencia, debiera implicar consecuencias positivas: el solo hecho de encontrarnos con ciertas metáforas o aforismos podría bastar para inspirar cambios importantes en nuestra vida. En este sentido, la masificación de preceptos místicos tal vez debería celebrarse.
En fin, ya habrá tiempo, tal vez, de profundizar más en la interrogante inicial. Por ahora basta con poner el tema sobre la mesa, reflexionar un poco en los pros y contras de las circunstancias (accesibilidad VS abaratamiento), y cuestionarnos un poco sobre la manera en la que ejercemos nuestra espiritualidad (o en la que dejamos de ejercerla).
Javier Barros del Villar