El 11 de septiembre no es sólo el 11 de septiembre, es también todo ese inicio de los ochenta con mi papá enfermo de cesantía crónica, humillándose en el PEM y el POJH y nosotros, con mi mamá, recibiendo donaciones miserables del CEMA Chile. Sí, aún recuerdo el olor a perfume dulce de las viejas que se pavoneaban con su caridad en el centro de madres y nos entregaban una bolsita con ropa y que en mi caso fueron esos pantalones de tela horrible o esas blusas de colegio que me dieron y que me tuve autoconvencer que eran camisas.
Entonces el 11 de septiembre también fueron todas esas burlas por usar ropa de mujer, por tener que hacer gimnasia con zapatos de colegio.
Así cualquiera se construye resentido, ¿o no?
El 11 de septiembre no es sólo el 11 de septiembre, también era ver a mi mamá como, con rabia, le daba patadas a una plancha de zinc en la jornada de protestas. Era ver a mis padres siempre con la misma pinta y dando vuelta el cuello de las camisas cuando se gastaba por un lado. Era escuchar al almacenero decirme “ahí viene el populacho que le gusta el ají de color”.
Tallas gueonas que me tuve que mamar por culpa del 11.
El 11 de septiembre también era ver a Pinocho y sus eternas cadenas nacionales, fue escuchar en la radio Recreo cómo se contaba la historia de un tal Víctor Jara muerto por causas naturales y que mi madre se encargó de corregir inmediatamente.
“No es verdad, a él le rompieron sus manitos” recuerdo que me dijo mi madre emputecida o con pena, bueno en esa época (y aún) todo esta(ba) mezclado.
El 11 de septiembre también fue la década del 90, de mi papá embadurnándose en caca porque no tenía plata pa parar la olla. De trabajar en la contru levantando todos esos edificios que la economía pujante construía en Reñaca, de verlo nuevamente cesante y desesperado, de tener que chorear, de verlo preso, con frío.
No, él no era un perseguido político, era un pobre muerto de hambre como dijo el juez. Así que nuestra pobreza ni siquiera alcanzaba para ser digna.
Vivíamos en un 11 de septiembre permanente, era como un gran día de la marmota ahora que lo pienso. Comíamos y cagábamos 11 de septiembre a diario. Aunque ahora que escribo esto pienso que todavía regurgito once a cada instante.
El 11 de septiembre no es solo el 11 de septiembre, es el día en que murió mi abuelo quien odiaba a Gabriel González Videla y que con su demencia senil nunca cachó que los milicos respondían a otro general.
El 11 de septiembre también fue mi protesta, también fue mi recorrida furtiva por la pobla, de quemar un miserable neumático en la avenida el Parrón, de chantar la bandera con la cara de Allende en vez de la chilena en la casa, de recibir lluvia de piedras por ser izquierdosos en pobla de feriantes fachos abducidos por la UDI.
El 11 de septiembre no es solo el 11 de septiembre, también es escuchar a Gladys Marín diciendo, a los pies de la estatua de Allende, que lo gringos se merecen el atentado que tuvieron.
El 11 de septiembre fue ver como mi padre trabajó por 15 años de noche para que el perla pudiera estudiar.
El 11 de septiembre está todavía en mí y me cruza y me corroe.