Palacios dirigió el asalto a La Moneda el 11 de septiembre de 1973 en momentos en que era jefe de inteligencia del Ejército.
La solicitud fue presentada por los abogados Roberto Celedón y Matías Coll el jueves 11 –aniversario del golpe militar– en el despacho del ministro Mario Carroza, localizado a una cuadra de la Plaza de Armas de Santiago.
Cabe consignar que esta causa fue sobreseída “definitivamente” por dicho magistrado en fallo del 13 de septiembre de 2012. Allí se aseguró que el deceso del presidente Allende fue resultado de un suicidio, “descartándose la participación de terceros en los hechos”. Dicha determinación fue ratificada por la Corte de Apelaciones de Santiago, en junio de 2013, y por la Corte Suprema, apenas el 6 de enero pasado.
De esa manera se validaba jurídicamente la versión oficial elaborada por la Junta Militar galvanizada en un comunicado de cuatro puntos — redactado por el secretario de prensa de la Junta Militar Federico Whilloughby— emitido pasado el mediodía del 12 de septiembre de 1973.
Ahí se sostuvo que Allende “se rindió incondicionalmente a las 13:09 horas” y que al ingresar una patrulla militar a La Moneda, “encontró en sus dependencias el cadáver del señor Allende”.
Según esta versión –que se basa fundamentalmente en el relato del “testigo clave” doctor Patricio Guijón– no hubo combates ni muertos por esta causa en La Moneda.
Palacios, en la mira
En los fundamentos del escrito en que se solicita la reapertura del Caso Allende se argumenta que en el último tiempo “se han allegado nuevos antecedentes que permiten seria y fundadamente estimar que la muerte del presidente Salvador Allende fue provocada por el general Javier Palacios Ruhmann, responsable de la toma del Palacio de La Moneda el día 11 de septiembre de 1973”.
Al citar la mencionada nota de El Ciudadano –titulada “Mi tío el general Palacios nos contó que él le dio un tiro de gracia a Salvador Allende”–, se da cuenta del contexto de la confesión. “Dagoberto Palacios recuerda que cuando tenía 14 o 15 años su papá (Fernando Palacios) comenzó a llevarlo como acompañante a algunas de sus actividades”.
El 18 de febrero de 1977 –luego de un partido entre la selección de Chile y Flamengo, de Brasil–, Dagoberto acompañó a su papá a comer a un restaurante ubicado en la calle Cuevas de Santiago, que era propiedad de otro familiar: Omar Palacios. Además de él y su papá, participaron de dicho encuentro los oficiales de Ejército Javier Palacios, el general Carlos Forestier y el coronel Sergio Badiola.
“Antes de que trajeran la comida, mientras se servían un par de copas de vino, alguien preguntó: ‘¿Qué pasó con Allende el día del golpe en La Moneda?’. Entonces mi tío, el general Palacios, nos contó que él le dio un tiro de gracia a Salvador Allende”.
En la misma presentación se da cuenta que hay otros testimonios en que Javier Palacios reconoce haber rematado al presidente Allende. Se consigna que a fojas 644 del expediente del caso Allende hay una carta remitida en febrero de 2011 desde Italia –localidad de Abbiategrasso, cercana a Milán–, en la que el escritor y editor chileno Julio Araya Toro se dirige al juez Carroza con el fin de aportar información para el caso Allende.
Allí expone que su ya extinto padre, Jorge Araya Gómez, fue íntimo amigo del general Javier Palacios y que éste le contó a aquél “con lujo de detalles (…) cómo tomó por asalto el Palacio de Gobierno” y lo ocurrido con Allende en sus minutos finales.
Pero la justicia chilena no respondió a esa misiva.
En la página seis del escrito que pide la reapertura de la causa –que consta de 19 hojas– se señala a este respecto: “Sin embargo, de esa carta incorporada al proceso, tomó conocimiento el sociólogo, corresponsal periodístico y escritor Francisco Marín Castro, quien en su afán investigativo y próximo a editar un libro sobre el presidente Allende, tomó todas las medidas para comunicarse con Julio Araya”.
Luego de mencionar el libro Allende: “Yo no me rendiré”. La investigación histórica y forense que descarta el suicidio, escrito por Luis Ravanal y Marín (editorial Ceibo, 2013), Celedón y Coll informan en qué consistió la revelación hecha por Palacios a Jorge Araya:
“Esto me lo contó mi padre luego de que nos encontramos con el general Palacios –en febrero de 1992– en el centro de Viña del Mar. En ese momento mi padre, al verlo (al general Palacios) caminando hacia él, le grita ‘¡Javier!’ y a su vez, Palacios le responde ‘¡Jorge!’ y, antes de abrazarse (cuando ya ambos estaban muy cerca), mi padre se dirige a mí y me dice: ‘Te presento al general que asesinó al presidente Salvador Allende’”.
Julio Araya contó que Palacios “se desfiguró y respondió: ‘No digas esas cosas porque la gente puede creer cualquier cosa’. Se saludaron, se abrazaron, conversaron diez minutos y después se despidieron. Entonces, mi padre me dijo: ‘Te voy a contar la historia de lo que pasó el 11 de septiembre y cómo Palacios asesinó al presidente Allende…”.
“…Esto comenzó cuando el general Palacios hizo una visita a mi padre en su casa en la (santiaguina) comuna de Maipú, en marzo de 1974, llegando con un gran despliegue militar y vestido con uniforme de guerra. Yo tenía 7 años pero lo recuerdo perfectamente”.
Palacios relató a Jorge Araya que al entrar a La Moneda “el ambiente era un infierno (…) ardía por el bombardeo y no se podía respirar por los gases lacrimógenos. En el segundo piso, Palacios fue recibido con ráfagas de metralletas de Allende y de algunos de sus hombres que estaban en el Salón Rojo. En ese momento, Palacios grita a los miembros del GAP que se rindieran y fue Allende quien responde gritando: ‘¡Soy el presidente de Chile y si te crees muy valiente, ven a buscarme… conchetumaire!’”.
El relato prosigue: “Inmediatamente, los GAP y Allende comienzan a disparar y una bala de Allende hiere en la mano derecha a Palacios. Los hombres de Palacios, al ver a su general herido, avanzan disparando contra los miembros del GAP y éstos van cayendo por las balas de los militares, mientras Palacios es asistido por Armando Fernández Larios, que le pasó su pañuelo para detener la sangre de la mano herida. Entretanto, seguía la balacera más adentro, ya que los GAP iban replegándose.
“Dos militares que iban disparando hirieron en el estómago o el pecho a un civil que portaba una metralleta, un casco y una máscara antigases; el civil se plegó y cayó al suelo. Palacios comienza con sus hombres a ver quiénes estaban vivos y quiénes muertos y le llamó la atención el civil que portaba un reloj fino. Al sacarle la máscara antigases y el casco reconoce al presidente Allende, y fue en ese momento que Palacios saca su pistola de ordenanza y dispara a quemarropa a la cabeza del presidente Allende. A todo esto eran las 14:00 hrs. Palacios con sus hombres trasladan el cuerpo del presidente Allende al Salón Independencia. Comienzan entonces a preparar el montaje para decir que el presidente Allende se había suicidado”.
Este testimonio fue por primera vez publicado el 8 de septiembre de 2013 en la nota Indicios de ejecución –que adelantó el libro de Ravanal y Marín– y que está contenida en el reporte especial que preparó Proceso con ocasión de los 40 años del golpe militar.
Elementos concordantes
En entrevista con Apro, el abogado Roberto Celedón expresó la que a su juicio es la relevancia de los testimonios mencionados: “Por primera vez tenemos un narración de cómo acontecieron los hechos, que es coherente con la constatación científica en cuanto a que el presidente Allende tuvo dos disparos en su cabeza: uno, hecho con un arma corta en la frente que antecede a otro disparo: el realizado en la zona submentoniana con una metralleta AK. Ninguno de ellos tiene carácter suicida”.
El jurista advierte que hay otros antecedentes que fueron públicos y que son concordantes con esta versión que dio el general Palacios a personas de su círculo más íntimo. Específicamente cita las declaraciones dadas por este general, una semana después del golpe, a la agencia Latin de Colombia –país al que se desplazó Palacios para encabezar la delegación chilena que participaría de un encuentro deportivo de militares sudamericanos– y que aparecen en la revista Ercilla 1991, del 26 de septiembre de 1973.
“Cuando penetré al Palacio –señala el general– las llamas lo habían convertido en un infierno. Encontré a Allende recostado sobre un sillón, con la metralleta que le había regalado Fidel Castro, colocada contra su cuerpo, cerca de su mandíbula. Se había disparado dos proyectiles”.
Añadió Palacios: “Él (Allende) estuvo disparando todo el tiempo porque tenía las manos llenas de pólvora. El cargador de la metralleta estaba vacío. Había numerosas vainillas en la ventana y cerca de su cuerpo. A su lado también estaba un revólver y cuando pasé a identificarlo tenía un casco y una máscara de gases”.
A este respecto, Celedón señala: “Es decir, Palacios reconoce que Allende estuvo disparando hasta el final; que a su metralleta ya no le quedaban balas, que estaba con un casco y una máscara antigases, que son elementos que están en el relato de su íntimo amigo Jorge Araya”.
Este abogado subraya que en la versión de Palacios, Allende tenía dos disparos.
Lo anterior es concordante con relevante evidencia forense, recopilada en esta investigación, pero que fue desestimada por el ministro Mario Carroza en su sentencia definitiva.
Concretamente, con el informe pericial químico 261 (mayo de 2011) elaborado por el perito químico de la Policía de Investigaciones (PDI), Leonel Liberona Tobar, que en sus conclusiones informa que “en la muestra 3 (situada en la frente del cadáver de Allende) se constató la presencia de plomo, bario y antimonio, cuyas concentraciones son compatibles con un orificio de entrada de proyectil balístico generado a corta distancia”. Este disparo de entrada en la frente es a su vez coherente con un orificio de salida de bala “tallado a bisel externo” en la parte posterior de la bóveda craneana, descrito en la autopsia del 11 de septiembre de 1973.
Esta revelación, que sólo pudo conocerse en 2008, después de décadas en que este informe de autopsia permaneció oculto, también fue ignorada por el magistrado, como si la existencia de disparos en la cabeza de Allende fuesen aspectos tangenciales en la investigación relativa a las causas de su muerte.
En el escrito de Celedón y Coll se cita otra relevante confesión del general Palacios y que aparece en ese mismo número de Ercilla, en la crónica “Relato de un testigo”, del periodista Claudio Sánchez, quien ingresó a La Moneda liderando un equipo de Canal 13:
“Juntos subimos por Morandé 80. Eso ya no era escalera. El general tenía una mano vendada. Me explicó que esa era la obra de quien prefirió suicidarse a rendir cuentas”. Evidentemente que Palacios se refería a Allende y le atribuía a él haberle disparado en la mano, lo que también es coincidente con lo revelado por Jorge y Julio Araya.
Celedón y Coll también consignaron en su solicitud de reapertura de la causa, las declaraciones que el mencionado general hizo pocos días después de ocurrido el golpe militar y que aparecen en la película Más fuerte que el fuego (1978), de los cineastas alemanes Walter Heynowski y Gerhard Schewman:
“Ya en el interior de La Moneda y buscando pieza a pieza, dependencia a dependencia dónde ubicarlo (a Allende), porque no se olviden que la misión mía era exigirle, intimarle rendición. Hasta que lo encontré: Tenía las manos llenas de pólvora y llenas de vainilla (sic). Hasta el último momento él disparaba contra nosotros”.
Estos testimonios de Palacios –citados en el libro Yo no me rendiré– tampoco figuran en el fallo final del “caso Allende”.
En el escrito de Coll y Celedón se pone de relieve el voto de minoría del ministro de la Corte Suprema Hugo Dolmestch, quien –en enero de 2014– se opuso a que se dictase el sobreseimiento definitivo en esta causa:
“Los antecedentes que arroja la vasta investigación sumarial no logran resolver la discordancia que surge del análisis de los informes periciales realizados. En efecto, los hallazgos descritos en el protocolo de autopsia 2449-73, establecieron la existencia de un orificio de salida en la zona posterior de la bóveda craneana del expresidente, incompatible con la destrucción causada por el impacto autoinferido con un fusil de guerra, lo que refuerza la tesis de la ocurrencia de al menos dos impactos de bala penetrantes en el cráneo, uno provocado presuntamente por un arma de mediana o baja velocidad, y otro de fuente distinta, pudiendo corresponder a proyectiles y armas diferentes, circunstancia que no descarta la intervención de terceros”.
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En su voto de minoría Dolmestch también expresó: “Las mismas dudas surgen a partir de la ausencia de escurrimiento sanguíneo desde la zona submentoniana, lo que no concuerda con la hipótesis de disparo suicida en vida, y se estrella con la existencia de mayor concentración de plomo, bario y antimonio en la zona facial, que es compatible con un orificio de entrada de proyectil balístico generado de corta distancia y que concuerda con el hallazgo de una lesión en la zona orbital derecha”.
Celedón y Coll abordan en su escrito la complejidad jurídica que supone solicitar que se reabra un proceso que está “definitivamente” cerrado: “Estamos frente a una causa judicial relativa a los derechos humanos. En esta materia, las puertas cerradas a la verdad no existen, son contrarias a la Constitución y a la normativa internacional de derechos humanos que obligan a Chile”. Y, en relación con esto, vuelven a destacar el voto de minoría de Dolmestch, cuyos planteamientos son definidos como “simplemente proféticos”:
“La importancia histórica del hecho investigado –sin duda de lo más trascendente ocurrido durante nuestra vida institucional– impone a la jurisdicción el deber de máxima rigurosidad en el establecimiento de la verdad, por lo que no resulta aconsejable cerrar para siempre el proceso, desde que tal vez a futuro bien podrían aparecer nuevos antecedentes que despejen sus actuales dudas”.