Las súplicas y amenazas del primer ministro británico, David Cameron, y sus compinches para que Escocia no se separe del Reino Unido y siga siendo parte de la familia han provocado que el no a la independencia se haya incrementado levemente en la población.
No obstante, la diferencia es casi un empate. Muchos escoceses están contra la espada y la pared, sin información clara sienten el miedo de convertirse débiles por no ser parte ya de una de las potencias del mundo, pero por el otro, sienten la justicia de querer controlar sus propias riquezas.
Inglaterra amenaza con no dejarles usar la libra y seducir a sus bancos a trasladarse a Londres. Lo cierto es que la posible independencia de Escocia prendería la mecha violentamente de una euforia de celebración que se extendería por toda Europa, léase caso Cataluña, algo que los amantes a acaparar el poder, detestan.