¿Solamente para la guerra divulgó Martí la fraternidad entre blancos y negros en Cuba? Sin duda que la unión o hermandad racial, como también le llamó, es una de sus más reiteradas proclamaciones, fundamentales para la lucha armada. Pero la crítica se detiene aquí y el resto es silencio.
Cuando se descubren las nociones martianas de desobediencia civil, la fraternidad racial adquiere su más profundo sentido. Martí anheló también tal hermandad como sustrato sobre el que se desplegarían las nociones de lucha pacífica que previó para la República.
Recordemos que Martí prevé una república donde continuará la discriminación racial contra quienes han sido y serían mayoría en el ejército independentista, y anuncia, además, la actuación del poder: «Triunfarán los conservadores cuando la revolución triunfe», y añade que «la esencia no cambiara, ni cesarán la ira y el hambre». Más que temer, está seguro que a los pobres se les desconocerá «acaso mañana, en la hora del triunfo», y hace enfásis en una república tal vez ingrata con estos pobres.
Cuando el político habla de oprimidos, humildes o pobres incluye en primer lugar a los negros, que son los que peor viven en Cuba. Esto era muy sabido en el XIX, tanto en el exilio como en la Isla, pero dicho conocimiento será más de una vez cuestionado por la crítica ya adelantado el XX y con pertinacia por la del XXI.
Si Martí anuncia de tal modo el resultado de la guerra, ¿cuál es el sentido de la misma? ¿Para qué el esfuerzo bélico si el statu quo se mantendría? ¿Qué fin tenía el derroche de sangre que todos atisban en el horizonte?
Ante esto, es lógico buscar si existe en su escritura una solución a semejantes planteos, por cierto absolutamente voluntarios. La solución palpita en sus letras desde siempre, pero escondida entre presiones políticas, desidias, desenfoques y desenfrenos de la crítica, y lo que se ha dado en llamar —también es verdad— «selva martiana».
La confianza de Martí poco tiene que ver con la República, su confianza está en las posibilidades para reformarla que brindan la democracia y las libertades que asume como el corazón mismo de lo que vendrá, algo que recuerda a sus compatriotas hasta el hartazgo.
Los historiadores coinciden en que entre 1902 y 1906 se puede llamar democracia al régimen instalado en la Isla, y en este aspecto no debe orillarse el proceso de surgimiento, organización y propaganda legal del Partido Independiente de Color (PIC). En buenas cuentas, Martí ganó su batalla. Lo otro, la decepción que llega hasta hoy, no le corresponde. No haber encarnado lo que este artículo devela es la irresponsabilidad más grande de los cubanos con nuestra propia historia, en particular la que sigue a 1959.
La sustancia de lo que el poeta denominó derechos políticos y sociales, derechos humanos o simplemente derechos, era conocida también por los isleños del XIX, y Rafael Rojas los pondrá en perspectiva desde un texto de Martha C. Nussbaum. ¿Puede, en fin, plantearse con argumentos sólidos que Martí teorizó la desobediencia civil para la nación que soñó y peleó?
Algunas influencias
Si tanto Buda como Jesús se involucran en los acercamientos a la desobediencia civil en Martí, no desconoció ni a John Ruskin ni a Tólstoi, que también influirán en Gandhi. Lo que logró sacar en limpio de la complejísima Era de la Reconstrucción, donde divisa «más erguidos» a los negros en el Sur, constituyó otro escenario de conocimiento significativo.
Pero la influencia más intensa fue del movimiento abolicionista en Estados Unidos, cuya historia el cubano penetró hasta tal punto que George W. Curtis, quien despidió el duelo de Wendell Philips, le escribió elogiosamente al isleño sobre la coincidencia de ambos en la valoración del célebre antiesclavista.
Es conocido que Emerson y el trascendentalismo imprimieron una marca insoslayable en Martí. El movimiento antiesclavista, con el que el trascendentalismo está muy relacionado, representó lo que se ha definido como soberanía legítima en la sociedad civil norteamericana.
Si Martí supo más de lo que se ha dicho en torno a Thoreau, el autor de Civil Disobedience, en una nota de agenda se recuerda a sí mismo que debe continuar leyéndolo. Y por cierto que no necesitó leer el ensayo de Thoreau para asimilar y proponer vislumbres de esta forma de lucha social y con el tiempo intentar conceptualizarla.
Pero, más que una lectura u otra, es su profunda comprensión del cuadro general, del espíritu y la efervescente circunstancia de la rebeldía civil abolicionista lo que resuena en las nociones que él piensa para resolver pacíficamente problemas políticos y sociales en su república. Vale no perder de vista que el abolicionismo «is a structure of perception», como afirma Valerie H. Ziegler citando a Ronald Walters.
De su percepción de aquella historia legó una síntesis donde al espacio público se unió el privado, al unísono con acciones sin violencia o de baja intensidad. En opinión de Martí, la batalla civil contra la esclavitud «tuvo que darse en todas partes: en el meeting, en la prensa, en el libro, en el templo como en el Capitolio, en el tumulto de las calles lo mismo que en las conversaciones del hogar».
Si el abolicionismo tiene al negro en su centro, hay también que buscar en el descendiente de África, en la inferioridad de la que tiene que salir en Cuba, como escribió, raíces de sus adelantos teóricos en la desobediencia civil. El análisis en 1883 del libro de Castro PalominoCuentos de hoy y de mañana. Cuadros políticos y sociales, deviene punto estimable.
Lo que anota aquí como «reformas más urgentes» no arribarán por «la reacción que acarrea la rebelión inculta», sino por la «razón triunfante» y «el triunfo definitivo de la calma activa».
De este texto ofrecemos una pizca. Escribe que la resolución de tales problemas sociales son «de demasiada monta para que los precipite voluntad alguna aislada», con lo cual supera la carencia de colectividad explícita en Thoreau. Además de aludir a los negros y de indicar el fortalecimiento psíquico que la «calma activa» provee, señalará que «los derechos justos pedidos inteligentemente tendrán sin necesidad de violencia que vencer», pues este es el «único modo eficaz de mejorar los males sociales presentes».
En otra zona de sus escritos se mete en el pensamiento de su momento en Estados Unidos y no por gusto selecciona a un comentador que augura: «ya vendrá quién dé con el modo —puesto que no es más que cuestión de modo—, de echar abajo sin violencia este orden de acumulaciones inmorales».
A Fermín Valdés-Domínguez dirá que la violencia anarquista es «innecesaria en un país de república». Lo mismo opina acerca de las luchas pacíficas del periodista ecuatoriano Federico Proaño, y al respecto propone que a quien merme facultad alguna de las que puso en el hombre la naturaleza (un modo de aludir a derechos humanos): «¡guerra como la de Proaño! ¡Guerra de día y de noche, guerra hasta que quede limpio el camino!».
A juicio de Noël Salomon, Martí pretende generar un hombre autónomo, en especial acerca del negro y el blanco oprimidos decimos nosotros, quienes deben ser capaces de bregar, amparados en la democracia, hasta que «no haya un solo derecho mermado». Al mostrar la reforma que en lo andado hasta aquí debe sufrir la república, no escamotea la afirmación literal: «en cuya libertad descansarán mañana para abogar por sus derechos».
Pero cuál es su experiencia en la república del norte, que pide a gritos reformas primordiales: la administración de la muerte contra los negros y segregación no solo en el Sur. Martí describe en Estados Unidos lo que no desea en su república: «por no traer en el corazón a sus hijos todos, puede caer por la ira de sus hijos expulsos o vivir ocupada en reparar (…) los daños de un constante combate interno».
Las luchas civiles y pacíficas que calcula serían mucho menos arduas y peligrosas sin la fraternidad que ansía, proceso de ascenso solidario que se apreciará muchas décadas después en Estados Unidos. Sin el rechazo y odio como sucede contra el afronorteamericano, la brega civil en la Isla sería, según se colige de su escritura, más breve, hacedera y fructífera.
Contra aquella administración de la muerte impulsa la solidaridad racial en Cuba, que a veces propone como realidad ya hecha, lo cual desde luego comporta un idealismo. El amor o hermandad racial no las formula únicamente para la guerra, ni es fruto de una metafísica inasible, sino una necesidad objetiva entre clases, sectores y grupos que inevitablemente iban a dirimir sus intereses una vez fundada la República.
Para despejar cualquier titubeo entremos en una de sus conceptualizaciones: «Las campañas sociales no son, por lo de esencia, más trascendentales que las políticas, que son frecuentemente campañas de forma: —¡por qué no se han de organizar los hombres para ellas como se organizan para las políticas! De éstas vienen buenos o malos gobiernos; de aquéllas, buenos o malos pueblos: —Se trata de estancar a los hombres: o de hacerlos libres».
Los afrocubanos en la raíz de la desobediencia civil en Martí
En comentario en el periódico Patria, Martí distingue a aquellos que están «prontos a morir por el derecho del hombre, sea negro o blanco». Claro que el destino de la frase es la República, donde no lo sorprendería que el poder reprimiera incluso bajo democracia, elemento presente en la práctica y teoría de la desobediencia civil.
Sin olvidar que al libro de Castro Palomino no lo identifica con un esfuerzo intelectual, sino con «una buena acción», en carta a un integrante de La Liga, el afrocubano Juan Bonilla, anuncia un bregar contra el racismo muy vinculado con la concepción arriba transcrita. Parece referirse a sus propios textos y clases contra la discriminación, para no relacionarla con la guerra misma:
«Estos no son más que los preliminares de una gran campaña, una campaña redentora y activa, y tal que después de ella los malos nunca se atreverán a serlo tanto. Así la sueño y así verá que la vamos a hacer.» Semejantes criterios ayudaron a crear sujetos de raza negra en La Liga y fuera de esta, como sostuve en un artículo publicado en el diario de Cuba. Así va delineando al menos una de las inscripciones de nacimiento del PIC, al cual hubiera integrado más blancos antirracistas, según sus planteos sobre este tipo de lucha.
Lo que en los años ochenta del siglo XIX designaba como calma activa, tomará rumbos más específicos con la noción «campaña redentora y activa», y apunta meridianamente a lo que vendrá después del triunfo.
La educación, más necesaria para los negros que para cualquier otro grupo, no busca únicamente su movilidad social, y por eso dirá sobre el afronorteamericano que la educación le permite medirse «mente a mente» con el blanco. Martí asume la cultura occidental también como resistencia, y desde tal posición anota la necesidad de que el negro «calce con igual maestría el discurso y el guante». Habla de un duelo —discursivo y, por tanto, pacífico— donde el descendiente de África no es pensado, sino que se piensa y defiende a sí mismo.
En un ensayo notable, Juan E. Mestas enfatiza en las meditaciones martianas sobre las huelgas, y una de sus conclusiones estriba en que la diferencia fundamental entre la violencia y el carácter pacífico de la protesta en Martí «es de método». La huelga se considera un ingrediente decisivo de la desobediencia civil.
Son más que vislumbres las incursiones del poeta en el tema y nos limitaremos a mencionar su discrepancia con la lucha de clases de Marx a partir de esta visión pacífica, pues él prefiere el «remedio blando al daño». Aunque dicha postura resulta dominante, al menos en una ocasión ocupa términos violentos y habla de romper en dos a quien se oponga al usufructo del derecho por otros hombres.
La vigilancia como preámbulo a la intervención activa
También en La Liga nace una concepción acerca de una serie de preguntas escritas por sus alumnos afrocubanos, quienes ponen en entredicho la amistad íntima entre hombres en estados sociales diferentes, lo cual involucra al poeta.
En síntesis, su respuesta es la siguiente: «La desconfianza, ¿no es una enfermedad, además de ser un deber?». Alude así al racismo y los prejuicios y la actitud de los negros al respecto. La noción, evidentemente problemática, la sustituirá progresivamente por vigilancia.
Quien adquirió conciencia de las «vueltas de la preocupación», o sea, las regresiones del racismo, escribe que los beneficios de la revolución son para todos, y subraya: «se ha de recomendar a los soberbios el reconocimiento fraternal de la capacidad humana en los humildes, y a los humildes la vigilancia indulgente e infatigable de su derecho, y el perdón de los soberbios».
Además la exigencia del derecho, «sin cara de cejar», «descorazona y conquista a los que más quisieran oponérsele», y ya ha reflejado los cambios, «ennoblecedores y vitales», es decir, psicológicos y en autonomía, que sufre en el proceso el sujeto reclamante. Son nociones imprescindibles de la desobediencia civil en Gandhi, meditadas poco después del momento fundador en un conflicto racial en Sudáfrica.
En síntesis muy veloz, la vigilancia en Martí implica un ámbito extenso en cuanto a razas, sectores, clases, etc; un mecanismo que determinará la intervención social y que estudios actuales suelen llamar «monitoreo», que en él va más allá del «intelectual centinela» postulado por Edward W. Said.