Sin dudas se trata de lo que Jorge Beinstein ha denominado “el supergigante inesperado”. Un supergigante por su peso económico y su poderío político-militar (y nuclear). Su trayecto formativo se inicia desde el bajo perfil, en 1995, en el marco del neoliberalismo dominante, con la conformación impulsada por China del llamado “Club de los Cinco” (Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán), buscando conformar un contrapeso de negociación económica ante las potencias occidentales. En junio 2001 es rebautizado como Organización de Cooperación de Shanghai, con la incorporación de Uzbekistán, manteniendo todavía modestos objetivos, y poco innovadores (seguridad regional, desarrollo, cooperación y lucha contra el terrorismo).
La coyuntura que catalizó esta coalición para constituirse en ese gigante inesperado, fue el inicio de la nueva etapa de la guerra de Eurasia conducida por Estados Unidos y su aliados, con la invasión de Afganistán en septiembre de 2001, y la invasión a Irak en 2003, lo que implicó un gran despliegue militar por parte del Imperio en la región, en los márgenes del espacio que representa la Organización de Shanghái. La guerra de Eurasia comenzó con la primera guerra de Irak, seguida de la guerra de los balcanes, apuntando al control de la franja estratégica que va desde allí hacia Pakistán, región que contiene en conjunto las mayores reservas hidrocarburíferas del planeta. Desde entonces, el también conocido como Club de Shangái, abandonó el bajo perfil.
Alto perfil
Desde entonces, la Organización de Shanghái se garantizó que quedara claro que abandonarían el bajo perfil. Comenzaron entonces las cumbres de jefes de Estado con grandes despliegues mediáticos, y presencia de figuras de alta exposición, como las recordadas presencias del presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, en plena tensión con EEUU y demás potencias occidentales.
A su vez, desde 2005, iniciaron los despliegues de imponentes ejercicios militares conjuntos entre Rusia y China, que incluían presencia de los Jefes de Estado Mayor de cada fuerza, elementos terrestres, navales y aéreos.
Esto coincidió con el gran crecimiento económico de los países integrantes, especialmente China y Rusia, y de sus socios observadores, como India o la propia Irán por un lado, y por otro, con la multiplicación de relaciones económicas entre países de la región y el consiguiente enfriamiento de las relaciones económicas con EEUU y la Unión Europea.
Convergencia de autonomías y expansión
El pasado 11 y 12 de septiembre se llevó adelante la más reciente reunión de Jefes de Estado de la Organización de Shanghái, en Dusambé (Tayikistán). Allí se resolvió la expansión de la organización con la incorporación de nuevos miembros permanentes. Los primeros en la lista serán India, Pakistán e Irán. Con dicha ampliación, el bloque representará a casi la mitad de la población global, controlará el 20 por ciento del petróleo y la mitad de las reservas de gas a nivel mundial.
La integración ganó peso en la agenda de la OCS con la propuesta China para crear un cinturón económico que vincule al gigante asiático con India y Rusia, representando el mayor volumen de población del planeta: la “Ruta de la Seda del siglo XXI”, cuyo objetivo final es la reconstitución ampliada, quizás, de lo que fuera el espacio civilizatorio más importante de la historia humana, una red de caminos que conectaron durante siglos la región con Europa, extendiéndose en una red de 10.000 km de longitud, durante 2 milenos, como sistema de culturas interconectadas. Implica claramente un gran desafío para los intereses de Estados Unidos en la región de Asia-Pacífico, donde la potencia imperial aspira a consolidar por su parte el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP).
A su vez, el histórico acuerdo energético entre Rusia y China de espaldas a las sanciones de Occidente y el comienzo de la construcción del gasoducto que suministrará a Pekín de 38 mil millones de metro cúbicos anuales de combustible ruso por un lapso de 30 años, anuncian la posibilidad de estabilidad y desarrollo que ambas potencias buscan y pueden garantizarle, no ya solamente para los integrantes del bloque asiático sino para toda la región.
En la cumbre, el presidente chino Xi Jinping subrayó lo que representa una orientación básica de la OCS: los países miembros de la organización de Shanghái deben resolver los problemas que se plantean eliminando la necesidad de contar con actores extra-regionales, en directa alusión a los EEUU.
Estabilidad regional, prioridad para el Club de Shanghái
En este marco, los ejercicios militares conjuntos son cada vez más frecuentes entre los miembros del bloque asiático frente a la llamada política de “pivot asiático” que encabeza Estados Unidos, a partir de la cual el Pentágono planea tener hacia el 2020 al 60 por ciento de los activos de la Armada en la región tras el objetivo de “contener” a China, y desde la OTAN, cercar a Rusia, actualmente, so pretexto de la crisis en Ucrania. En los últimos días, el Mando Europeo de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, realizó ejercicios conjuntos con distintos países aliados de la región, incluido Ucrania, en suelo de este país, en las operaciones denominadas Rapid Trident 2014.
Desde la Organización de Shanghái sostienen que un problema central para la seguridad regional es la situación de Afganistán, donde el inestabilidad ha crecido luego de 13 años de ocupación militar por parte de EEUU, y los problemas de seguridad se podrían profundizar y expandir geográficamente luego del posible retiro de las tropas extranjeras responsables de la seguridad en el país, desde cuando el débil Gobierno afgano deberá hacerse cargo del asunto. De hecho, salvo Turkmenistán todos los países limítrofes con Afganistán, e incluso el mismo Afganistán, son miembros permanentes u observadores de la OCS. Sostienen, con énfasis desde China y Rusia, que la estabilidad en Afganistán sólo podrá consolidarse solamente si ese proceso es llevado adelante solamente por los propios afganos, con colaboración de los países de la región directamente afectados por la situación, y con el fin de la injerencia y ocupación imperialista.
El pasado 24 de agosto en la región autónoma de Mongolia Interior (China), los miembros de la OCS realizaron el ejercicio militar conjunto más grande en la historia del bloque (“Mission of peace 2014”) en el que participaron 7 mil efectivos de China, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán.
Seguidamente, China e Irán, en el Golfo Pérsico, llevaron adelante por primera vez en la historia ejercicios navales conjuntos, donde practicaron intercambio de información e inteligencia, operaciones de socorro y rescate, desplegando capacidades operativas y de poder.
Asimismo, China y Rusia iniciaron esta semana ejercicios navales conjuntos en el Mar Oriental de China (“Joint Sea 2014”), en un intento por profundizar la confianza política entre los dos países y su cooperación militar. Un total de 14 buques, dos submarinos, nueve aviones de ala fija, así como helicópteros y fuerzas especiales están participando las maniobras militares. Se trata del tercer ejercicio naval conjunto de este tipo entre ambas potencias, después de las operaciones en la costa de este de Rusia en julio de 2013 y el Mar Amarillo, en abril de 2012.
Cabe destacar que, a fines de agosto trascendió que China y Rusia se encuentran negociando un “acuerdo militar histórico” que incluye la compra por parte de Pekín de submarinos diesel furtivos con “intercambio de tecnologías”, mientras continúan negociando la venta de cazas Sukhoi-35 y sistemas de defensa antiaérea S-400, considerados los más avanzados del mundo.
¿Nuevo paradigma o contrapeso de la OTAN?
La expansión de la OCS, para emplear otro término acuñado por Jorge Beinstein, es sin dudas una “superpotencia colectiva”. Sin embargo existen debates abiertos en torno de si el Club de Shanghái es en verdad una coalición que podría disputarle el liderazgo global a los EEUU, rompiendo finalmente con la unipolaridad reinante desde la caída del Muro de Berlín, para conformar una emergente bipolaridad.
Beinsten estableció claramente que EEUU desde hace varios años ya, no es más una potencia emergente. Es sí una gran potencia, pero con claros indicios de decadencia, de declinación. Por otro lado, esta colación liderada por China se compone de países con graves contradicciones y limitantes internos, antagonismos inter-estatales que persisten y fuertes lazos económicos con Occidente, especialmente con EEUU.
Rusia representa un sistema económico elitista y dependiente del mercado mundial. Presenta grandes masas de población marginada, lo que podría representar un potencial de turbulencia y con algunos conflictos internos de gravedad (Chechenia). China es una potencia industrial que ha entrado en virtual recesión, y depende fundamentalmente de la exportación (su principal cliente es EEUU) y presenta grandes disparidades regionales y un gran nivel de desigualdad. India, el nuevo integrante, presenta duraderos conflictos internos (sociales, étnicos, regionales), persiste el enfrentamiento con Pakistán y presenta una fuerte dependencia de las inversiones occidentales.
Estos son elementos que no pueden quedar solapados al momento de considerar o no a la Organización de Shanghái, en términos de la renovada discusión de la unipolaridad-bipolaridad-multipolaridad.
Es sin dudas, una convergencia de autonomías en búsqueda de alternativas comunes, favorecida por la decadencia de la potencia norteamericana. Si bien no se trata solamente de una organización militar, y tal como lo expresó el presidente chino en la última cumbre de Dushanbé, los integrantes de la OCS han creado e impulsan un nuevo modelo de relaciones internacionales abandonando la injerencia en la soberanía y libertad de sus integrantes, se trata sin lugar a dudas de una inmensa potencia militar, un verdadero contrapeso en el balance de seguridad regional.