El día Lunes 08 de Septiembre a las 14:05 PM explotó una bomba en los alrededores de la estación del metro Escuela Militar, comuna de Las Condes. La explosión dejó aproximadamente entre 714 víctimas (cifra que depende de la fuente a la que acudamos), ninguna de ellas comprometidas vitalmente.
El hecho no es más ni menos que esto. Sin embargo, dada su emergencia en un espaciotiempo histórico determinado, fue inmediatamente revestido por el Estado y sus aparatos con conceptos de gran carga ideológica, tales como anarquía y/o terrorismo; conceptos que permean inevitablemente sobre la opinión pública y reduce la potencial gama de reacciones a una única e inequívoca reacción de
rechazo; rechazo que hace de línea base para mirar, pensar, y condenar el hecho, siempre acorde al enfoque paliativo, nunca comprensivo, de seguridad nacional.
Frente a este panorama, donde además se cumplen trece años desde las caídas de las Torres Gemelas, el presente escrito admira dichos hechos rotulados de terroristas (y cuantas cualidades concomitantes), para ofrecer un enfoque comprensivo a la cuestión. Ofrece un marco interpretativo necesario sobre el cual posicionarse antes de rechazar tales hechos por mera homeostasis social. Lo anterior se hará
conforme a los recursos reflexivos que nos propone el filósofo francés Jean Baudrillard en su obra “El espíritu del terrorismo” (2001), artículo que escribió a dos meses de las caídas de las Torres Gemelas, y que dado a la historia y sus paradojas, se hace imprescindible retomar.
De acuerdo a Baudrillard (2001), existe un antagonismo fundamental que sustenta a la sociedad en Occidente desde tiempos ilustrados. Un antagonismo entre el Bien (que su objetivo es realizar el liberalismo) y el Mal (que su objetivo es sacrificar el liberalismo). Hasta comienzos del siglo XXI, dicho antagonismo se había conservado en una especie de equilibrio, en cuanto a que ambos tanto Bien
como Mal tenían proporcional presencia sobre el globo (p.e. Guerra Fría). Pasado el tiempo, este equilibrio se vio perturbado por el proceso de globalización, proceso por el cual el Bien comenzó a propagarse, asentarse y reproducirse exponencialmente por todo el mundo, encauzando bajo su lógica todos los aspectos de la vida en Occidente; lógica liberal estéticamente llamativa a la cual la población mundial sin dudar obedeció. Sin embargo, fue inevitable generar en paralelo y proporcionalmente un malestar por tan perfecta omnipotencia liberal, dado a que arrebató lo único que al hombre le pertenece de hecho: La vida; malestar que de todas formas logra ser sublimado pero no eliminado por medio de aquello que conocemos como cultura, y que involucra al arte, la psicología y/o la recreación, entre otros.
Por su lado el Mal, al verse desplazado de tal forma por el Bien, quién acaparó todos los medios formales e institucionalizados, busca y encuentra una vía autónoma, invisible e informal por la cual concebir su propósito: “Cuando la situación es monopolizada así por la potencia mundial, cuando se está implicado en esta formidable condensación de todas las funciones mediante la maquinería tecnocrática y el pensamiento único, ¿Qué otra vía hay diferente a una transmisión terrorista de situación? Es el sistema mismo quién ha creado las condiciones objetivas de esta retorsión brutal” (Baudrillard, 2001)
Pero ¿Porqué dicha retorsión brutal que es el terrorismo? Porque no existe otro recurso disponible, dirá el autor. Como dijimos, el Bien totalizó la creación y la vida de modo formal , por lo que el Mal la otra parte de este cimiento antagónico ilustrado mantendrá vigente la amenaza a su poder por la destrucción y la muerte de modo informal.
Claramente, el Bien desaprueba moralmente esta vía terrorista ya que no puede opacar su estética reconociendo que también él ha ocupado la muerte y destrucción para vetar aquella única cualidad por la cual la vida del hombre merece ser vivida, que es la libertad. Conforme a esto, debemos además silenciar el regocijo que nos produce saber que las causas reales de nuestro malestar al fin están siendo
objeto de ataque: “La desaprobación moral y la unión sagrada contra el terrorismo están a la medida del prodigioso regocijo de ver destruir esta superpotencia mundial, más aún, de verla en cierto modo, destruirse a sí misma, suicidarse con señorío, pues es ella quien por su insoportable poder ha fomentado toda esta violencia infundida en el mundo, y por consecuencia, esta imaginación terrorista que (sin saberlo) nos habita a todos” (Baudrillard, 2001)
El terrorismo no debe ser considerado como mero accidente, ni acto puro, como han querido revestirlo el Estado y sus aparatos, imponiendo una línea base de interpretación frente al hecho ocurrido el pasado lunes. El terrorismo debe ser pensado comprensivamente como acontecimiento simbólico, el cual nos quiere dar atisbos de la dinámica que fundamenta nuestro presente histórico. El terrorismo
genera crisis, entendida esta etimológicamente como posibilidad de algo nuevo; desacraliza el simulacro diría el autor para mostrarnos el territorio. Si seguimos con la lógica de paliar aquello que el terrorismo más allá del acto concreto nos quiere decir, seguiremos promoviendo estas vías informales por la cual se busca derrocar al orden liberal, siendo garantes querámoslo o no de las consecuencias que conlleva.
Referencia
Baudrillard, J. (2001) El espíritu del terrorismo.