La aparición del depuesto presidente Manuel Zelaya en Tegucigalpa ha devuelto a Honduras algo de protagonismo. Ante el golpe militar del 28 de junio, hubo condena y casi unánime. A nivel mundial. Pero con el correr de los días, la situación se fue decantando y las gestiones internacionales fracasando. Parecía que el régimen de facto, encabezado por Roberto Micheletti, alcanzaba cierto grado de estabilidad. Más por inoperancia de la presión internacional que por méritos políticos propios. Un cambio que en geopolítica no puede ser obra del azar. Quien comprendió mejor aquello fue el propio Zelaya y de allí el regreso a la tierra natal.
Su presencia en la embajada de Brasil ha dado nuevo impulso a su causa. Y, de paso, está dejando entrever la lencería de la diplomacia latinoamericana y la significación que en ella tiene Washington.
Honduras no es país extraño a la geoestrategia norteamericana para la zona y para toda América Latina y El Caribe. Washington mantiene bases militares de larga data. Hoy se encuentran operativas las de Palmerola, Cucuyagua y la Ceiba. Allí fueron entrenados militantes de la “contra” que intentaron poner fin al régimen sandinista en la vecina Nicaragua. Eran tiempos de la Guerra Fría. Los Estados Unidos no estaban dispuestos a dejar que en una zona considerada parte esencial de su seguridad se estableciera un régimen que ideológicamente le sería adverso. El gobierno de Ronald Reagan (1980-1988) no escatimó esfuerzos.
América Central conoce de la atención estadounidense. Las grandes compañías bananeras fueron las primeras que impusieron control económico en el área. Y dieron, de paso, origen a empresarios locales que se transformaron en aliados seguros. Las intervenciones militares norteamericanas fueron reiteradas. Hasta que el trabajo de deponer a regímenes molestos lo comenzaron a hacer las Fuerzas Armadas locales. Todas ellas preparadas por instructores y en escuelas norteamericanas.
La condición fundamentalmente estratégica de Centroamérica para los Estados Unidos queda de manifiesto en su paupérrimo significado económico. Cuando activa todo su poderío por la aparición del sandinismo, la región representa apenas el 2,5% de las inversiones norteamericanas en América Latina y el 10% de las que hacía en El Caribe. En cuanto a créditos para la banca, alcanzaban al 2,3% de lo que recibían los bancos latinoamericanos. En términos generales, a América Central llegaba nada más que el 0,3% de la inversión estadounidense en el mundo.
En la actual crisis, Washington ha mantenido una actitud pasiva. Y a eso se debe que Micheletti aún se mantenga en el poder. El depuesto presidente Zelaya había comenzado a dar muestras de simpatías hacia el régimen venezolano de Hugo Chávez. Y en consonancia con éste, pretendió dar un giro a la institucionalidad de su país, generando una nueva Constitución. En ese momento fue depuesto.
Todo parece indicar que hoy estamos ante la exhibición de los límites democráticos que el poder está dispuesto a soportar. Y en ese marco no cabe la profundización de la participación. Tampoco acciones y definición estructurales que puedan afectar lo establecido. Cada vez que gobiernos como los de Bolivia, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, han intentado hacer reformas profundas que amenazan a los grupos de poder tradicionales, una ola de condenas no se deja esperar.
Es lo que hoy ocurre con el de la presidenta Cristina Fernández, en Argentina. Desde la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) ha partido la voz de alerta. La amenaza es un proyecto que legisla sobre la tenencia de medios de comunicación. Pretende evitar la concentración de poder comunicacional. Un elemento esencial en estas democracias virtuales que vivimos. Y a la SIP se han sumado todos sus miembros: la abrumadora mayoría de los medios de comunicación, que representan el poder económico del continente.
En resumen, el poder está dispuesto a defender la democracia, pero sin que ésta sea remozada para dar soluciones a problemas sociales urgentes. Algo así como democracias de baja intensidad. Y cualquier intento de que el Estado pueda profundizar el control de los grupos económicos, es condenado. Igual cosa ocurre si se pretende alcanzar un trato tributario que haga más equitativo el reparto de la riqueza.
Todo esto está en juego en Honduras. Con algunos agregados novedosos. El hecho de que la embajada en que se cobija Zelaya sea la brasileña, habla a las claras que Lula está dispuesto a jugar el liderazgo que cree le corresponde a su país. Por ahora, eso no significa nada dramático ni espectacular. Nada parecido a un choque abierto con los Estados Unidos. Pero sí el erigirse como alternativa de sello latinoamericano a la propuesta de Chávez y su socialismo del Siglo XXI.
La subsistencia de la democracia de baja intensidad parece a punto de superar otro escollo. A eso apuntan las gestiones que ya iniciaron en Washington la Secretaria de Estado Hillary Clinton y el presidente de Costa Rica, Óscar Arias.
Si finalmente Zelaya logra recuperar la presidencia, su mandato estará acotado dentro de márgenes muy rígidos.
Por Wilson Tapia Villalobos