La nueva fiebre del oro en América Latina y la depredación de los recursos naturales

El planeta que habitamos es el hogar que debemos cuidar y compartir


Autor: Wari

El planeta que habitamos es el hogar que debemos cuidar y compartir. Los estragos ecológicos y económicos que viene desencadenando “la nueva fiebre del oro y de otros metales codiciados” está sembrando la destrucción de los territorios y de los pueblos que los habitan, desde las montañas mexicanas hasta el extremo sur de Tierra del Fuego.

El planeta que habitamos es el hogar que debemos cuidar y compartir y en consecuencia se trata de administrar un patrimonio que hemos heredado y que debemos preservar para las generaciones futuras.

Los estragos ecológicos y económicos que desde hace ya más de una década vienen desencadenando la promoción minera «La nueva fiebre del oro y de otros metales codiciados» está sembrando la destrucción de los territorios y de los pueblos que los habitan. Desde las montañas mexicanas hasta el extremo sur de Tierra del Fuego esta sufriendo el rigor del fenómeno más asolador que haya generado la mano del hombre sobre la espina dorsal de los pueblos latinoamericanos.

La industria minería tiene una larga historia; por ejemplo, el subsuelo mexicano: uno de los motivos de la conquista en el siglo XVI ha sido también señalada como una de las causas del estallido de la Revolución mexicana en 1910; hoy más de 1.500 empresas canadienses tienen una presencia en México y otras 3.100 están dando pasos para realizar en breve su primera transacción en este país.

Los informes de la actual industria minera exigen el debilitamiento de los derechos laborales y el amordazamiento de los movimientos sociales como requisitos para que prosperen sus proyectos mineros, tanto en México como en otros países La «estabilidad política» que reclaman las empresas en su mayoría canadienses no es la estabilidad social sino que se trata del control con mano dura de los movimientos sociales, de la militarización del campo y el desplazamiento de las comunidades locales como se viene dando en este país para permitir la implementación y la protección de las inversiones corporativas.

En Guatemala los depredadores que enfrentan los pueblos mayas en los departamentos de Huehuetenango, Quetzaltenango, El Quiché, San Marcos, Sololá y Totonicapán son las mismas trasnacionales de la minería a cielo abierto que, con métodos similares, actúan en toda la región, pretendiendo extraer oro y plata mediante el método de demoler montañas con explosivos, dejando sin agua a las comunidades aledañas, contaminando el suelo, el agua y el aire con el letal cianuro para retirarse luego dejando tras de sí solo desolación y ruinas.

En El Salvador, el Ministerio de Economía extendió 28 licencias de exploración a varias empresas extranjeras, entre éstas las canadienses Pacific Rim y Martinique Minerals, que están buscando oro y plata en la zona norte del país. Sin embargo, algunos políticos han levantado su voz para evitar que esos proyectos prosperen argumentando que la estrechez territorial, la densidad poblacional y la cercanía de los recursos hídricos, son factores que hacen inviable la minería metálica en el país, sugiriendo incluso a las comunidades afectadas no vender sus terrenos a la compañías mineras.

En Panamá se denuncian las graves consecuencias ecológicas, sociales, laborales y culturales dejadas en el país por los proyectos de minería, que responden a los intereses de lucro de las empresas transnacionales y distorsionan las verdaderas actividades productivas y económicas de las comunidades indígenas. Prueba de ello son la contaminación del río San Félix, su fauna y su flora, con azufre, cianuro y ácido sulfúrico, además del riesgo para las actividades ganaderas y agrícolas de la región, la pérdida del uso de enormes cantidades de territorio, como resultado de los depósitos de materiales y tierra extraídos de las minas; dándole carácter nacional a la contaminación sobre una parte importante del territorio, debido a las explotaciones y al reducido tamaño del país.

Según el economista William Hughes, «por muy ‘sana’ y ‘limpia’ que sea la tecnología usada, las implicaciones sobre el medio ambiente de este tipo de proyectos, son dramáticas, y decir lo contrario es simplemente un engaño».

En Colombia, en el Encuentro Nacional Agrominero Interétnico (campesinos, afrocolombianos, indígenas y trabajadores sindicalizados de la minería), procedentes del Sur de Bolívar, Catatumbo (Norte de Santander), Cauca, Nariño, Risaralda, Caldas y Antioquia, manifestaron en contra de “la legislación minera que el Estado ha venido desarrollando desde 1996, creada bajo la asesoría de abogados y organizaciones al servicio de las transnacionales”, denunciando al mismo tiempo que “estas políticas gubernamentales, plantean una negación al libre desarrollo, equilibrado y sostenible, en donde la libre disposición de los recursos naturales, es entregada a intereses foráneos”.

En Ecuador las actividades de las transnacionales mineras y de las hidroeléctricas privadas están causando una aguda conflictividad social. Amenazan la vida y el ambiente, desplazan comunidades, se apropian de extensos territorios, de las aguas, de la biodiversidad y desequilibran la seguridad y soberanía alimentaría de las poblaciones afectadas.

En Perú y Bolivia, países de mayor tradición minera, se encuentra actualmente contaminada: las cuencas de los ríos lagunas y lagos, las zona agrícola del Valle del Mantaro, etc., especialmente por los relaves, botaderos de desmontes, sedimentos, rebase de las canchas de relaves, agua ácida de las minas, aguas servidas, dispersión de los contaminantes secos por el aire y otros tóxicos, que eliminan sin ningún tratamiento al aire, suelo y a los recursos hídricos.

En la Oroya, no sólo se detectan en la población que los niveles de plomo en la sangre de los habitantes de la zona son superiores a los admitidos, sino que los ríos como el Mantaro son cloacas de las compañías mineras; se trata de un río muerto en un 100% y profundamente contaminado, especialmente por metales pesados: 4 veces más de lo permitido en cobre y cadmio, en plomo 13 veces más, en hierro más de 30 veces, llegando en ciertas épocas del año a más de 160 veces más de lo permitido. Con esta agua tremendamente contaminada se está irrigando la zona agrícola del Valle.

Chile y Argentina con uno de los más ambiciosos y destructivos proyectos del continente. El denominado Pascua-Lama, montado sobre los glaciares y las altas cumbres andinas gracias al incalificable Tratado sobre Integración y Complementación Minera, firmado en el año 2000 por los entonces presidentes de Chile y Argentina, “destinado a facilitar el desarrollo de diversas actividades en el ámbito económico y, entre ellas, el estímulo a las inversiones recíprocas y a la complementación y coordinación para el desarrollo del sector minero” y a “asegurar el aprovechamiento conjunto de los recursos mineros que se encuentren en las zonas fronterizas de los dos países. Propiciando, especialmente, la constitución de empresas entre nacionales y sociedades de ambos países y la facilitación del tránsito de los equipamientos, servicios mineros y personal adecuado a través de la frontera común”, y que ha desencadenado un atractivo negocio para las transnacionales mineras que allí operan, sin limitaciones de ninguna de las partes y que constituyen la peor amenaza a los sistemas socioeconómico y ecológicos.

Las comunidades vienen reclamando con tenacidad la suspensión de las actividades mineras y aunque sus logros son aún pequeños, es de esperar que adquieran fuerza suficiente como para contrarrestar la intromisión de intereses ajenos.

Debemos destacar que el proceso de cianuro para la extracción de oro no puede ser aceptado, por los irreversibles daños que esto ocasiona al ecosistema. Considerando la economía, la conservación del agua, y la protección de la naturaleza, las minas de oro usando cianuro a cielo abierto no están autorizadas por las leyes de Alemania y de la Comunidad Económica Europea.

La explotación minera a gran escala produce un impacto directo en el suelo, flora, fauna y agua. En la fase de exploración, se abren caminos, se derriban bosques primarios, intervienen maquinarias utilizando combustibles contaminantes. En la explotación se utilizan químicos como el cianuro o el mercurio para separar el oro de otros minerales de la naturaleza, que directamente se depositan en los cursos fluviales.

Por Sylvia Ubal

Fuente:
Barómetro Internacional

www.ecoportal.net


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