Machito entiende, tu “piropo” es acoso

Si eres mujer lo sabes, si eres niña o joven probablemente lo vives a diario. Muchos aún creen que los piropos halagan a las mujeres, las hacen sentir bellas y atractivas, nada más alejado de la realidad. Los “piropos” constituyen abusos y transgresiones a la dignidad y sexualidad de quienes los reciben y ya son muchas las campañas que se han propuesto denunciar y terminar con esta irresponsable práctica.

Machito entiende, tu “piropo” es acoso

Autor: Sebastian Saá

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¿Qué es un piropo? Es una palabra o frase que un hombre le dice a una mujer que no conoce (no hay relación afectiva de ningún tipo) y para mayor gravedad, en público. Por incomprensible que parezca, al hombre que dice el piropo no le importa nada que la mujer desconocida que lo recibe no le haya pedido opinión (ella debería sentirse halagada de que un hombre evalúe su físico en público) y/o que a ella pueda incomodarla el derecho que él se otorga, o incluso, dada la violencia de abuso sexual de hombres hacia mujeres en el mundo, aterrorizarla. No le importa nada porque hay dos clases de personas: el hombre, y por debajo, la mujer, que existe para servir al hombre (nos dicen: «para alegrarle la vista»).

La expresión del afecto, del reconocimiento de belleza en la otra persona nada tiene que ver con la cuestión del piropo… ¡Esto pretendo explicar aquí y ahora!

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El hecho de que el tema de los piropos esté tan definido respecto al sexo de quién lo dice y quién lo recibe es un dato importante que apunta a la evidencia de que la situación en que una persona evalúa públicamente el cuerpo de otra es producto de un sistema patriarcal machista, según el cual los hombres, por ser hombres, tienen un derecho, consolidado por una tradición de siglos, sobre las mujeres: el de evaluarlas (en especial su físico) públicamente, sin consideración a si a ellas puede o no apetecerles oír esa evaluación.

¿No crées que es más que suficiente para criticar la práctica de los piropos la razón de que a una persona (mujer, para estos casos) pueda no apetecerle saber qué piensan de ella personas (hombres, para estos casos) que no conoce? La gente machista (recalcitrante) esto no lo comprende. No comprenden que esta tradición pueda y deba cuestionarse, o si quiera que es un derecho de hombres y mujeres el rechazar esa situación.

Es machista «piropear» a una mujer porque la mujer no te ha pedido opinión sobre su cuerpo, y por lo tanto, es ilegítimo que se le imponga escucharlo. Las mujeres no son cuerpos expuestos para la evaluación de los hombres, son personas. El sistema machista, sin embargo, nos enseña que somos personas sólo mientras aceptemos estar al servicio de otro grupo humano, el de los hombres; o sea, que somos personas de segunda clase (como concibieron filósofos como Platón Vínculo externo y Aristóteles Vínculo externo), con una función decorativa importante y de recipiente para el desahogo sexual, que deben aceptar sin rechistar lo que a los hombres les apetezca hacer con nosotras, como por ejemplo, sin conocernos, decirnos cosas por la calle que a menudo aluden a su deseo sexual.

Decirle a una persona a la que quieres, con la que tienes una relación, que te parece guapa puede ser otra cosa muy distinta, puede no ser algo machista, sin duda. La prueba es si eso lo pueden hacer cualquier persona a cualquier persona, al margen de su sexo; hombres y mujeres a hombres y mujeres. Decirle a una persona con la que te relacionas que te gusta es algo del ámbito de las relaciones humanas íntimas, y no tiene nada que ver con la cuestión de los piropos. Los piropos se usan para consolidar la masculinidad de quien los dice y mantener la tradición de que las mujeres están ahí para alegrarle la vida a los hombres, así, como grupo al que le ha tocado el «premio».piropos-abusos

Piropear ha sido siempre el rito machista de identidad, según el cual, para ser hombre tienes que usar así a las mujeres, porque si no, no eres suficientemente hombre. Si te fijas, todos los ritos de identidad masculinos que conocemos y que se transmiten mucho en la mili, en las reuniones sólo de hombres, en las iglesias, son construcción de la identidad del hombre a costa de la mujer, usándola: ir de putas, decir piropos, hacer chistes misóginos y homofóbicos, hablar con desprecio y lascivia de las mujeres, obligarla a la función reproductora porque si no no es suficientemente «mujer», obligarla a servir a «su hombre» (y a los amigos de su hombre, también, si a él se le ocurre): la violación marital, vivir con quien no ama para siempre porque lo dice un dios misógino, etc. El machista valora mucho que la mujer tenga tetas o un culo o X atributo que a él le guste, y tiene derecho por tradición de gritarlo a los cuatro vientos, al margen de ella, y tiene esa necesidad para decir: yo te haría el favor, guapa, de acostarme contigo; yo quiero acostarme contigo y tengo que anunciar que así es, porque tengo derecho, soy un macho. También se cree con el derecho a sacarte del mercado anunciando al mundo que tu físico no te hace atractiva, no te hace «mujer deseable». Y es que el mundo del piropo va íntimamente unido al mundo del insulto más explícito. De la misma manera que los hombres pueden decirles a las mujeres «Qué tetas/culo», «Qué rica eres» (da igual que el piropo esté dicho «con mucho arte»: no has pedido opinión, es un derecho otorgado sólo a los machos de la especie, por su supremacía sobre las hembras), son libres para emitir juicios en el sentido supuestamente contrario: «Fea», «Mira que eres gorda», y similares, pues quien siente que la sociedad necesita escuchar sus valoraciones en un sentido sobre el mercado de carne (de las mujeres), siente que también debe hacerlas en el otro sentido, tanto a gritos dirigidos a la mujer víctima de este abuso con otros hombres que estén en la calle en ese momento.

El machista piropeador se siente en la necesidad imperiosa de ordenar el mundo entre «ricas» y «feas», y cuenta con el que las que sean bendecidas con sus sacrosanta palabra se sientan halagadas y así le refuercen. Que le pregunten a las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez qué pasó después de la fase de los piropos (Feminicidio precedido de torturas). Todas las mujeres sabemos intuitivamente que cuando un hombre desconocido te dice algo en la calle puede pasar cualquier cosa: desde que se limite a su agresión verbal (agresión porque no la pides y te la impone), a que intente tocarte o asaltarte. Muchas veces no respondíamos a la agresión de los piropos por miedo, porque sabemos históricamente, vivencialmente, que puede ocurrir cualquier cosa desde un mal rato a la peor de las torturas. Quienes se ríen de esta crítica de los piropos (feminista, y absolutamente lúcida y legítima; movimiento social gracias al cual al fin empieza a oírse más a menudo «la primera mujer que…» o el ahora generalizado rechazo a los malos tratos), se niegan a abandonar una práctica discriminatoria no porque ésta no lo sea, sino porque no les viene bien. Les gusta exhibir su hombría de ese modo, no pueden vivir sin ese ritual. Y se niegan a ver la relación existente entre sus rituales de hombría y el hecho social que es el trato a la mujer como objeto sexual al servicio del uso y del abuso del hombre (desde su utilización, medio en pelotas, para vender a los hombres coches o yogures, a la violación y la amenaza de violación, uno de los bastiones del patriarcado desde siempre). Por si esto no se entiende, aclaro más la idea:

El machista (recalcitrante, pues el machismo lo llevamos en la cabeza «por defecto», y hasta que nos lo cuestionamos) no puede entender por qué piropear está mal porque no puede respetar que la mujer tenga una opinión también, una mente; no puede ni imaginar que quizá a esa mujer no le guste que vayan por ahí desconocidos diciendo cosas de su cuerpo, y se siente ofendido si le respondes que no le has pedido opinión. ¿Ofendido por qué? ¿Porque rechazas «el honor» de que se fije en ti y te ponga una etiqueta? ¿Porque no estás dispuesta a aceptar el status quo de la organización jerárquica de la sociedad en un grupo que prima sobre otro por la fuerza? No tienes ni derecho a responder. A callar y a acatar, como siempre. Es un mecanismo retorcido como otros muchos: desde el más absoluto desprecio te anuncian que te aprecian.

Que haya mujeres que desean que los hombres les digan piropos (si es que las hay) no es una razón que justifique la práctica, que es, como he intentado explicar, uno de los «simpáticos» bastiones del machismo más misógino. Es un problema que habría que trabajar, para librarse de él. Basta que cambiemos los papeles: un hombre sí entendería que tiene derecho a protestar si gente de la calle va dando su opinión de si les gusta su cuerpo y sin conocerle siquiera.

Que la gente se diga cosas bonitas al margen de su sexo y considerando a la otra persona, y el contexto.

Que terminemos ya con esta práctica de atraso y abuso.

Por Kala

Fuente: mujerpalabra.net


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