¿Cuántos escritores se han rebelado contra la miseria? ¿Cuántos son críticos, cuántos narran su rebelión contra el sistema que también a ellos les explota?. Quizás porque no hay mayor acusación que la prueba y ellos no tienen pruebas. No hay mayor acusación que la prueba. Cuando se elude la responsabilidad se abandona a uno mismo y a los iguales a los pies de los canallas. No serán celebrados por sus pueblos. Serán celebrados por la clase que les deja trabajar para que difundan la adoración del becerro de oro. Tienen hasta gentes que les escriben leyes justicieras para los de abajo. Tienen hasta gentes que mandan a los garrotes contra los que viven esclavizados. Tienen hasta gentes que hablan y hablan y hablan de una moral que cargan de terror, dejándola caer en las cabezas de quienes trabajan para romperles el deseo de la rebelión. No hay mayor acusación que la prueba.
Hay escritores, cómo no, que abandonan la miseria, que sí llaman a la conciencia de quien lee, nos dicen que miremos con nuestros ojos, con nuestra condición, para ver de manera propia, para que no nos cieguen los explotadores con su normalidad, que no es más que presión.
La novela de Mohamed Chukri (1935-2003) titulada El pan a secas,echa abajo la imagen de orden y moralina repulsiva en que se sustenta el reino de Marruecos. La narración de Chukri pone la prueba. El pan a secas revuelve la creencia, falsa, de que el silencio del pueblo de Marruecos es conformidad, o no ocurre nada.
El más pobre, el más hambriento, el más sólo, cuenta en su obra autobiográfica, Mohamed Chukri, El pan a secas, la experiencia de vivir hasta los 20 años el tormento que le impuso esa su condición social. Las primeras palabras de la novela que perdura nos colocan ante la perspectiva que página a página avanza: “Lloro la muerte de mi tío junto con otros niños. Ya no sólo lo hago cuando me pegan, o cuando pierdo algo. Ya había visto llorar a más gente. Es época de hambre en el Rif; de sequía y de guerra.
Una tarde, no pude contener mis lágrimas del hambre que tenía. Chupaba y rechupaba mis dedos. Sólo vomitaba saliva”.
Así comienza la órbita que va a trazarnos, toda ella es de hierro y es un reclamo a quien lee. De Tánger sale un niño hambriento, analfabeto, inmerso en la violencia de su padre alcohólico que mata a otro hijo y maltrata a la madre. Y vuelve a Tánger para contárnoslo un hombre cambiado por haber descubierto en medio de la vida terrible, una posibilidad de mejora, una posibilidad de transgresión, y con ello el objetivo de superación. Es la oportunidad. Nada más que el cambio en sí mismo y de lugar, la elección decidida hacia el conocimiento le guiará a la mejora y a la escritura de esta gran obra.
Mohamed Chukri nos atrapa cuando empieza por recordar a Abdun Furoso, “el verdadero protagonista que despertó mi imaginación y me ayudó a aguantar el qahr (extrema penuria) y la violenta lucha interior”.
Mohamed Chukri trabaja las palabras que saca de la vida cruda, palabras sencillas, sin torceduras ni rodeos, venidas de la existencia acorralada en un sistema creado por parásitos. Propone valerse de la voz que es capaz de derribar y levantar, la voz apasionada, la que puede “encender un enorme fuego en tierra baldía”. Concluye diciendo que “hay que sacar al vivo del muerto”.
Chukri tiene en su novela autobiográfica el paisaje de la década de los 50 del siglo XX, cuando está presente en Marruecos la huella francesa y española, se habla y se escucha el francés y el castellano, se paga con pesetas, los franceses y los españoles forman parte de una clase que vive por encima de la de Chukri.
El mundo en el que habitó Chukri, un niño, un adolescente, por entonces era el del alcohol, la prostitución de mujeres y de hombres, el mundo del robo y el contrabando, el de las peleas a navajazos para guardarse y guardar su territorio, la muerte se esconde en cualquier parte y anima al fondo de cada día, la necesidad empuja a la violencia por lo más mínimo.
El autor ha visto con sus propios ojos a su padre estrangulando a su hermano, le ha visto apalear a su madre multitud de veces, ha sufrido las mismas palizas y el hambre, y ha salvado la vida al ir a casa de su tía. Pero eso mismo que le ocurre a él sucede a su alrededor con harta frecuencia. En sus pocos años ayudaba a su madre a vender verduras: “Llamaba a gritos a los clientes españoles: “¡Vamos a tirar la casa por la ventana!” “¡Quien llega tarde no come carne!” “¡De balde! ¡De balde vendo hoy!”. Un día al terminar se encuentra con un amigo, “Se llamaba Tafersiti. Parecía algo deprimido:
– Mi tío ha muerto -me dijo.
– No sabes cómo lo siento.
– Mató a su mujer, a sus tres hijos y después se suicidó.
– Pero ¿qué ocurrió? ¿Por qué lo hizo, Tafersiti?.
– Llevaban demasiados días sin comer. Ni él ni su mujer quisieron pedir nada a los vecinos. Tapiaron por dentro la puerta con piedras y arcilla, y allí murieron todos.
– ¡Qué descanse en paz!”.
Viviendo en la calle se encuentra con la edad también del sexo que despierta, va a conocerlo entre prostitutas y prostitutos, sin cortapisa, en una vida alejada de sus padres para salvarse, y se curtirá participando como un adelantado en la mayor miseria. De su espíritu de salvación extrae enseñanzas que le harán más observador, más inquieto y hasta seguro, y mediante la búsqueda intuitiva necesita alfabetizarse, con lo que, sin saber exactamente lo que significa, se apartará de ese mundo. Irá lejos para volver cambiado, arrancado intelectualmente a aquella persona que era.
Su último recuerdo de semejante vida es de cuando visitó la tumba de su hermano con quien le iba a sacar de aquello, Abdelmaleq iba a leer ante su tumba una oración. Mientras el otro lee recuerda las palabras del enterrador: “Tu hermano está ahora junto a los ángeles”. Y pensando en él mismo se dice que en eso se convierten los niños que mueren, pero los que sobreviven, como es su caso, “los mayores en diablos. ¡Ya es tarde para aspirar a ser ángel!”.
Mohamed Chukri nos deja ante el Marruecos más profundo que se revuelve bajo la capa monárquica, y ante una obra literaria que rompe todos los tópicos de seguidismo o servilismo de la población marroquí y del modo de vida que sigue tradiciones ancestrales, nos hace ver que todo eso no es más que una pantalla, tras la cual están las condiciones de vida, que son las que hablan de la verdad sin subterfugios, la verdad a secas. Una obra que invita a leer y nos enseña a romper con la ignorancia.
Junto a ésta novela de 1973 y prohibida en Marruecos hasta el año 2.000, forman la trilogía sobre su vida las novelas Tiempo de errores y Rostros, amores, maldiciones.