El estado de desesperanza colectiva y el creciente divorcio entre el sistema político y las expectativas de la sociedad son los rasgos fundamentales de una crisis profunda que el país está atravesando. Crisis fundamentalmente de confianza.
La confianza de la sociedad impone un compromiso porque reclama estar a la altura de las circunstancias. La historia reciente registra ejemplos sobre los que vale la pena reflexionar. En 1983, al iniciarse el nuevo ciclo democrático, las encuestas de opinión indicaban que la dirigencia política, marginada durante los siete años de autoritarismo militar, encarnaba la renaciente esperanza de los argentinos.
Por ese entonces, los medios de comunicación social sufrían un cuestionamiento generalizado por su, en su gran mayoría, silencio durante esos años trágicos de nuestra historia.
La vida democrática y un clima –en general- de libertad de expresión, fue invirtiendo esa escala y tanto la dirigencia política, las estructuras partidarias y los tres poderes del estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, sufrieron un proceso de erosión, cuyo punto culminante parece haber llegado hoy a partir de la reciente crisis en el Senado.
Estas últimas dos semanas hemos tenido a la Presidente, Cristina Fermández, enferma, y el cuestionado vicepresidente Amado Boudou, “borrrado” de la función pública. Tras la frustración de las expectativas favorables que rodearon al cambio de gobierno hace poco más de una década, la opinión pública percibe ahora que esa mal denominada “clase política”, que en 1983 aparecía como una alternativa de solución, ha defraudado la confianza que le había sido depositada por la sociedad.
Resulta, ahora, imprescindible que el periodismo argentino se mire en el mismo espejo de esta realidad para encontrar las claves que le permitan reflexionar profundamente acerca de la responsabilidad social que le compete en la Argentina de hoy.
La valoración de la Ética Periodística adquiere una nueva dimensión social que no es sólo un imperativo ineludible, de carácter estrictamente profesional, sino que pasa a convertirse en un componente fundamental para la recomposición de la ética pública, que no se agota en las obligaciones de políticos y funcionarios.
La cuestión es determinar cuál es el criterio de la moral en la sociedad, recomponer los valores sobre los que se asienta y que creencias la alimentan. La mejor justicia no se administra en los tribunales. Fluye del comportamiento individual y social, sin coerción judicial, arraigados por la tradición cultural.
En toda sociedad operan mecanismos de interacción entre los hombres guiados por principios superiores de moral y cultura, que se forman con la educación formal y la informal que surgen de todos los medios que alimentan el espíritu y la conciencia humana a través del rol de los medios de comunicación.
Más vale dar a los hombres buenas costumbres que leyes y tribunales. Las buenas costumbres se siembran en el hogar, que no es lo mismo que en la casa. Hogar es donde se forma el niño, con valores y ejemplos, luego la escuela las fertiliza, aquí se instruye el soberano y esa formación, la deben exaltar los medios de comunicación que deben prevenir las deformaciones que no sólo se hacen del idioma, sino de las costumbres.
Los medios tienen, en este momento, la responsabilidad de no destruir la formación del hogar y la instrucción que se imparte desde la escuela. Principios básicos de la vida social, como los de la justicia y la solidaridad deben regir la actuación de los medios de comunicación, que deben informar, pero también formar. Los medios crean el lenguaje de la comunicación, pero esta capacidad también tiene que ser responsable.
Los periodistas constituyen una fuerza intermedia entre el gobierno y el ciudadano, entre las acciones de los políticos y la falta de actividad organizada por parte del pueblo. Los medios tienen el deber de afirmar la Justicia. No son jueces ni deben reemplazarlos, pero si son docentes y tienen la obligación de cimentar los valores morales, si sin compromisos con el rating o la venta de más ejemplares.
El periodismo, siempre se ha dicho, es un apostolado llamado a exaltar los ejemplos de vida, fomentando la solidaridad y distinguiendo lo bueno de lo malo. El soberano de las democracias modernas, no es sólo un Contribuyente que paga sus impuestos y un Ciudadano que vota. También es un ciudadano que quiere saber y formar su propio saber con autonomía.
El papel de la prensa que la gente valora es el de la fuente de información que no depende, ni del gobierno, ni de la dirigencia política porque intuye que a través del “periodismo militante” no son creíbles.
En temas como el desempleo, la corrupción, la inflación, el narcotráfico, la inseguridad y la educación, la prensa se encuentra frente al desafío de una responsabilidad que va más allá del mero cumplimiento del rol profesional de quienes ejercen el verdadero periodismo. Es una responsabilidad de orden cívico tan importante con la que le cabe a los legisladores, a los gobernantes y a los dirigentes. Todos constituyen un factor de confianza, o de pérdida de la misma, en las instituciones políticas de la sociedad.
Por eso la defensa de una Ética informativa al servicio de la exhibición lo más objetiva posible de los hechos, tiene que seguir siendo la misión impostergable de un periodista, con instrumentos viejos como: chequear la información, consultar distintas fuentes, caminar la calle y mantener distancia de los centros del poder político y económico.
A largo plazo siempre ganara la verdad. Tal vez el periodista pueda pensar en que su trabajo ha fracasado al suministrar material para la historia, pero la historia no fracasará mientras él esté con la verdad. La Ética, es la moral de la conciencia y lo hará intentar entender las motivaciones de todos los implicados en cada situación.