Conocí al “Moro” Maxwell conversando un poco de contingencias jurídicas y laborales durante un acto cultural en la sede de la FECH en el mes de mayo del año 2010. Ambos éramos profesores en distintas casas de estudio y éramos los más veteranos en un evento que reunía a gente de todas las edades por debajo de los cuarenta y tantos. En esa ocasión creo que comentamos algunos sinsabores de ser un profesor “crítico”.
Luego nos reencontramos un día agradablemente templado y con sol por ahí por el año 2011, en casa de quien resultó ser un amigo común. Recuerdo que en ese momento se habló entre otras cosas de un documental sobre el Caso Bombas que finalmente se hizo y circuló ampliamente por distintas partes gracias al comunismo tecnológico de internet (“El montaje Caso Bombas”). Pero en medio de todos esos eventos que eran vertiginosos y urgentes en esos tiempos, de repente sentí que este sujeto me parecía difusamente conocido en alguna parte de mi cerebro que se activaba como desde un lejano pasado adolescente, y recién ahí caí en cuenta de que ya lo conocía, y de que este Moro era ni más ni menos que el mismísimo “Lolo” Maxwell de los 80, de la Pro-FESES, de los “años decisivos”, de los tiempos de mi llegada a Santiago justo a 3° Medio en el Liceo Fleming en 1986, etc. Un largo, hermoso, y sufrido etcétera.
En síntesis, él era uno más de los miembros históricos de la generación de pingüinos que se la jugó en la lucha antidictatorial de esos tiempos en formas y niveles de creatividad y convicción que impresiona recordar hasta el día de hoy. Ahí entendí que el Moro, al igual de un puñado de amigos de esa época que no se han rendido, estaba hecho del mismo material que dio vida a hechos y ambientes que atesoro en mi memoria y de los cuales poco y nada te dicen ni se ve en series de televisión y películas que supuestamente están pensadas para homenajear esos tiempos.
En otra ocasión, no recuerdo bien si el 2012 o por ahí cerca, me disponía a ejercitar con mi saxo tenor lo que Lester Bangs llamaba “el derecho de todo hombre razonable a ejercer su free jazz» en el Bar Uno (Bombero Nuñez al lado de la autopista: con ese ruido de autos y buses los músicos, no-músicos y anti-músicos ahí ensamblados nos veíamos obligados a competir a altos volúmenes, demostrando de paso que tal como decía Bakunin, la libertad individual y la colectiva bien entendidas ni se coartan ni se limitan unas a otras), cuando me presentan al músico invitado que me acompañaría esa noche en bronces: ¡Lawrence (Moro/Lolo) Maxwell en trompeta!
Los resultados quedaron grabados y si no me equivoco fueron editados en el caset de edición ultralimitada “Colectivo No, Acústico” (editado por la productora mutante). Y los recuerdo muy bien: daba gusto tocar con Moro. Escucharlo o acompañarlo, y luego alterando un poco el orden de los “antisolos”. Luego de eso, conversamos por horas acerca de varios temas, algunos de los cuales él estaba plasmando en “Contra el arte” y yo le replicaba con mis propios intentos de dilucidación que alguna vez traté de abordar en “Arte, capitalismo y vida cotidiana”.
Después de eso, nunca más he dejado de sentirlo como una especie de hermano. El hermano que no tuve biológicamente, se ha transmutado siempre en una serie de compañeros de lucha con los que se comparte lo esencial de una misma visión que ojalá hubiéramos visto con la misma claridad ya a mediados de los 80. No somos tan pocos, y él es uno de los más queridos nuestros. Lo que se llama fácilmente un “pro-hombre” en el lenguaje de la RAE. A su vez, este hermano se ha ido hermanando con otros hermanos y por eso siento que todos nosotros, que no somos tan pocos como algunos desearían, somos una gran familia o comunidad humana mundial.
En fin, lo que me importa ahora es dejar por sentada la total indignación mía y de todos los demás compañeros y compañeras de vida y de luchas de nuestro Moro Maxwell, que haremos todo lo que esté a nuestro alcance para arrebatarlo cuanto antes de las garras de la represión. Una represión que curiosamente enarbola la acusación de “terrorismo” contra quienes protestan por la ejecución efectiva y propiamente terrorista (porque si algo es claro es que el terrorismo es una forma de dominación, y como tal se ejerce siempre de arriba hacia abajo) de 43 estudiantes que cayeron en manos del narco estado lumpen capitalista mexicano. Una vergonzosa represión que cual mecanismo sicológico de reacción se vuelve apenas se pronuncia en contra de quienes la dictan, un antiguo mecanismo freudiano de proyección que incluso la sabiduría infantil tiene bastante claro cuando escucho a los niños del jardín donde va mi hijo respondiendo a cualquier acusación con la frase: “el que lo dice lo es”.
¿“Terrorismo”?. Sí: terrorista es el capital, en todas sus formas, y terrorismo es lo que se ejerce desde la cima del Estado. Terror es lo que aplicaron contra esos 43 estudiantes, y terror es lo que ejercen contra todo el movimiento secuestrando a Moro y 11 personas más.
Ese terror no es nuevo. De hecho, es constante. Pero en estos tiempos se incrementa más y más, como respuesta desesperada de los poderes contra la generalización de la crítica social en actos. Al descargarse sobre personas como nuestro hermano Moro busca ser ejemplarizador. Esos actos de violencia criminalizadora pretenden golpearnos a todos, y por eso debemos reaccionar todos juntos exigiendo:
LIBEREN AL MORO MAXWELL. Y LIBÉRENLO YA.
Por Julio Cortés Morales
Abogado, escritor y (anti)músico