La decisión de no presentar cargos contra el policía Darren Wilson, que asesinó al joven afroamericano Michael Brown en agosto pasado, encendió la ira de los manifestantes en Ferguson pero también se extendió como una ola de repudio por todo el país.
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El caso de Brown es emblemático porque ya se convirtió en un ícono que supera ampliamente lo que se podría haber contabilizado como un asesinato más de un joven afroamericano por parte de un policía blanco. Ferguson actuó como catalizador: La brutalidad del asesinato de un joven desarmado, el encubrimiento inicial por parte de la policía, la represión brutal de las primeras manifestaciones, la militarización sin precedentes de la ciudad, y el racismo abierto de un Ku Klux Klan que se manifiesta libremente por las calles. Estos son solo algunos de los elementos que convirtieron este caso en el emblema de una nueva etapa, o más bien un nuevo movimiento, de la lucha contra el racismo.
Son los propios manifestantes de Ferguson los que expresan que no se trata de “un momento, sino de un movimiento”, es decir que no es solo la lucha puntual por justicia para Michael Brown, sino que es el disparador de un cuestionamiento profundo de un racismo social. Más aún, es el cuestionamiento a la idea de una sociedad posracial que llegó de la mano de la entrada de Obama a la Casa Blanca.
Como decíamos en este artículo, la construcción política de esa “ilusión” posracial fue “reforzada con la elección del primer presidente negro, que confunde la ampliación de derechos y un discurso políticamente correcto con la eliminación del racismo”. Ferguson no solo pega en el eje de flotación de esa ilusión, sino que abre la posibilidad y “plantea el interrogante de si la juventud negra será el nuevo emergente de la ‘generación de los movimientos’”.
Aunque es una pregunta de respuesta aún incierta, lo que ya se puede afirmar es que desde agosto se viene expresando un descontento entre sectores de la juventud afroamericana, que ya no responden a la autoridad de algunos de los “emblemas” de la lucha por los derechos civiles, como el Reverendo Al Sharpton, que venían actuando políticamente como figuras de desvío hacia una pasividad en los marcos del bipartidismo. Es decir evitar “rebeliones” al estilo de la de Los Angeles en 1992, al mismo tiempo que actuar como nexo entre la comunidad negra y el partido demócrata.
La desconfianza en Al Sharpton, al que algunos manifestantes echaron de las protestas en Ferguson, es muestra de este “choque generacional” y expresa la erosión de la legitimidad de líderes históricos del movimiento como así también una contratendencia a la carga simbólica e ideológica que ha producido sobre la “concepción posracial” la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca.
Es por estos motivos que Obama se apresuró a hacer declaraciones a tan solo unos minutos de conocido el fallo del gran jurado. Su alocución estuvo destinada a fortalecer la idea de que la comunidad negra tiene que pelear en forma pacífica por sus derechos, repudiar a los revoltosos y subordinarse a lo que dictamine la justicia.
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Tratando de hacer malabarismo, Obama afirmó que “en las últimas décadas hemos hecho grandes progresos en las relaciones raciales, he sido testigo de ello en mi propia vida, pero sigue habiendo problemas” y llamando a los manifestantes a realizar las protestas en paz, y condenando los disturbios de “una minoría” afirmó que “hay maneras de canalizar sus preocupaciones constructivamente».
Sin embargo el relato de Obama se mostró absolutamente efímero. Mientras aún daba su discurso la policía de Ferguson ya estaba disparando gases lacrimógenos sobre los manifestantes.
Como contraposición a este discurso de Obama, un sector de los manifestantes de Ferguson daba a conocer una carta abierta frente a la decisión del gran jurado, donde expresan lo siguiente:
“Durante 108 días, nos han aconsejado que dejemos que “el sistema funcione”, esperar y ver cuáles serían los resultados. Ya están los resultados. Y todavía no tenemos justicia. Esta pelea por la dignidad de nuestra gente, por la importancia de nuestras vidas, por la protección de nuestros niños y niñas, no comenzó con el asesinato de Brown y no terminará con este anuncio. El “sistema” en el que nos han dicho que nos apoyemos nos ha mantenido en los márgenes de la sociedad. Este sistema nos ha alojado en sus peores casas, ha educado a nuestros hijos e hijas en las peores escuelas, ha encerrado a nuestros hombres a niveles desproporcionados y ha avergonzado a nuestras mujeres por recibir el apoyo que necesitan para ser nuestras madres. Este sistema en el que nos han aconsejado creer nos ha decepcionado consistente, inequívoca y descaradamente, nos ha expulsado una y otra vez. Este mismo sistema en el que ustedes nos dicen que confiemos, el mismo sistema destinado a servir y proteger a la ciudadanía, una vez más ha asesinado a dos de nuestros hermanos desarmados [Akai Gurley en Brooklyn y un niño de doce años, Tamir Rice, en Cleveland] (…) Seguiremos luchando porque sin lucha no hay progreso. Seguiremos “interfiriendo en la vida”, porque si no “interferimos” tememos por nuestras vidas (…) Y hasta que este sistema sea desmantelado, hasta que el status quo que nos considera de menor valor que otros ya no sea aceptable o rentable, seguiremos luchando. Lucharemos. Protestaremos (…) Marchamos con un propósito. El trabajo continúa. Este no es un momento sino un movimiento. El movimiento vive.”
Esta carta abierta si bien refleja conclusiones de un sector que viene haciendo una experiencia de más de tres meses en Ferguson, es en líneas generales expresión de un descontento generalizado que ya superó ampliamente los límites de la ciudad y se comenzó a expandir a lo largo y ancho del país.
Son 108 días que parecen haber excedido el “momento” y estar dando lugar, efectivamente, a un nuevo “movimiento”.
Por Juan Andrés Gallardo
Fuente: La Izquierda Diario