Ayotzinapa evoca Auschwitz. Esta impactante formulación expresada por Poniatowska, establece un paralelismo que no es una alegoría. No debe ser tomado a la ligera. Ayotzinapa no es simplemente Ayotzinapa, es la ventana a una época. Pone al descubierto, en todo su horror, la nueva configuración por la que atraviesa México: el capitalismo necropolítico. Posiciona la política de muerte como fundamento de aceleradas y decadentes formas de acumulación por desposesión. Ayotzinapa ha despertado una protesta peculiar: la primera lucha nacional contra el capitalismo necropolítico.
Si se periodiza críticamente la historia de México en las últimas décadas, emerge que es el desenlace de una trayectoria que ha pasado por el capitalismo cínico y el capitalismo narcopolítico.
A fines del siglo pasado, la mundialización capitalista le dijo adiós al Estado liberal, que había operado en el Sur y en el Norte, impulsando, para control de lo que Wallerstein denomina “clases peligrosas”, el ascenso del estándar de vida y la soberanía nacional. Entre 1982-88, México se integró a esa tendencia, instalando el mismo mecanismo que poco antes se estrenara en Argentina mediante la dictadura militar: la acumulación por desposesión del salario nacional como fuente de tributo para pagar deuda externa. En menos de seis años, décadas de desarrollo social fueron duramente revertidas. Para 1987, el salario mínimo real se ubicó en su nivel más bajo desde 1951. Enormes masas de riqueza que originariamente conformaban fondo social de consumo, fueron recanalizadas para integrar fondo capitalista de acumulación. Nació una configuración del capitalismo que, no cabe llamar “neo-liberal”, sino más bien cínica. El establecimiento de la acumulación por desposesión dejó atrás la promesa del progreso para todos. El mercado pasó a definir los heridos y los muertos.
Entre 1988-2006, la economía criminal, que siempre ha acompañado la historia del capitalismo, creció a través de un abanico cada vez más amplio de modalidades que instalaron un tejido creciente entre diversos conjuntos de la clase política y la economía criminal: emergió el capitalismo narcopolítico. En el inicio, en ciertos lugares, se edificó cubriendo funciones –como construcción de escuelas o carreteras– abandonadas por el Estado. Pese a que la ONU informó, en los primeros años del siglo, que México importaba efedrina en tal magnitud que exigía que todos los mexicanos estuvieran enfermos de gripa todo el año, se empezaron a tomar medidas hasta 2005, cuando la economía criminal mexicana ya tenía fábricas y contratos en Asia.
De 2006 en adelante, sucedió la transición al capitalismo necropolítico. Una transición germinada en las décadas previas, se consolidó. La política de muerte como fundamento de inéditas formas de acumulación por desposesión se expandió: la esclavización de migrantes en la frontera sur, la trata de blancas, el despoblamiento seguido por repoblamiento dócil de zonas con recursos naturales estratégicos o, como en Michoacán, la imposición de tributo por circulación de mercancías, circulación de personas y hasta por metro cuadrado de casa habitación, se volvieron fuentes múltiples de un nuevo tipo de renta: la renta criminal. Tremenda concentración de riqueza privada imposible si no fuera por el establecimiento violento de la acumulación por desposesión basada en la necropolítica. Su expresión más sórdida: el país esta lleno de fosas.
La economía criminal nunca había conformado corredores estructurales de tanto peso para la acumulación nacional y global. Su alcance es tal que Edgardo Buscaglia calcula que los cúmulos de capital derivados de la renta criminal se entrecruzan con negocios legales para corresponder al 40% del PIB nacional y se mueven en la economía mundial a través de una red actuando en 47 países. La economía criminal que opera desde México es de las más poderosas del siglo XXI.
Ayotzinapa ha activado una lucha inédita en la historia nacional con impactos internacionales. Su dolor es el mirador a un tiempo ominoso e inadmisible. El bloque histórico en gestación al que convoca podría cambiar el futuro. Es sumamente plural. Suscita una abierta convergencia de los más diversos sujetos: estudiantes de universidades públicas y privadas, obreros, campesinos, artistas, feministas, católicos, monjas, krishnas, agnósticos e indígenas. Su justo reclamo ha motivado manifestaciones en decenas de ciudades en Europa, Sudamérica y EU. Los padres de Ayotzinapa tienen espejos en Argentina y Bolivia. Recuerdan a las madres de la Plaza de Mayo. La lucha requiere ser pacífica para mantener en curso la cohesión y desarrollo del bloque histórico que está naciendo en oposición al capitalismo necropolítico. Bolivia ya demostró que las movilizaciones pacíficas si logran transformar el sistema político. El México del siglo XXI se merece una historia alternativa, está convocando a democratizar el país y sus instituciones.
Por Luis Arizmendi en PIA