Esta condecoración, que es entregada para reconocer la «tradición familiar-militar» es decir, que eran parte de la tercera generación de sus familias en ser uniformados; y fue creada en 1997 (plena democracia y en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle), con el nombre de Augusto Pinochet Ugarte, a partir de hoy recibirá el nombre «Medalla Comandante en Jefe del Ejército.»
El cambio fue confirmado el miércoles pasado, con la firma del oficio, por parte de Gabriel Gaspar, subsecretario para las Fuerzas Armadas. Su firma dio por terminado un trámite que fue solicitado por el Ejército en el año 2006; en los últimos meses en los que la institución fue administrada por el entonces general en retiro Juan Emilio Cheyre y que fue acordado con el Ministerio de Defensa.
Frente este tema, el subsecretario Gaspar señaló a La Tercera: “Esta decisión se enmarca en un proceso paulatino de profesionalización de los símbolos de las Fuerzas Armadas, que en un momento de la historia se contaminaron con el rol no profesional que asumieron”. En ese sentido, además destacó que este cambio “le hace bien a Chile y a las propias Fuerzas Armadas”.
Hay que recordar, que esta no es lo único que hace referencia al dictador, ya que la Biblioteca de la Academia de Guerra aún tiene el nombre de “Presidente Augusto Pinochet Ugarte”.
Este es un primer paso absolutamente necesario para restablecer en parte la confianza pública hacia las Fuerzas Armadas. No olvidar que en Argentina, Néstor Kirchner ordena descolgar los cuadros de los dictadores de la Galería de los Generales del Colegio Militar el día 24 de marzo del 2004, y en el discurso que pronunció tras el emblemático gesto, hizo un llamado a las Fuerzas Armadas a «nunca más utilizar el terrorismo de Estado y las armas contra el pueblo argentino».
Llama la atención que, un gesto tan importante, en materia de derechos humanos, fuera realizado por los Argentinos a 28 años de su proceso de dictadura militar, mientras que nosotros los chilenos, nos hemos demorado 41 años en realizar pequeños gestos que no están unificados bajo una política conciliatoria de memoria. Sobre todo y considerando que nuestra presidenta fue víctima directa de la dictadura, junto a su padre y su madre. ¿Nos falta voluntad política como país? ¿O es que la impronta de la dictadura nos caló más hondo?