Según ‘The Washington Post’, antes de la desaparición de los normalistas en el estado de Guerrero, mucha gente había tenido demasiado miedo a la Policía para denunciar las desapariciones. El mes pasado, tan solo siete padres asistieron a la primera reunión en el sótano de una iglesia católica mexicana donde se reúnen los familiares de los desaparecidos.
Pero a medida que creció el escándalo nacional sobre los estudiantes, el tamaño de las brutalidades se hizo más evidente. Decenas y luego cientos de personas empezaron a ir a las reuniones en la iglesia de San Gerardo, que se ha convertido en el lugar de encuentro de un movimiento ciudadano que recorre colinas y campos en busca de los restos de los estudiantes.
«Vivo pensando todo el tiempo: cuando estoy comiendo, me pregunto si mi hijo está comiendo. (…) No sé si está sufriendo, si tiene hambre. Me imagino muchas cosas», dijo Guillermina Sotelo Castañeda, cuyo hijo, César, desapareció en agosto del 2012.
Con poca fe en su Gobierno, padres, voluntarios y trabajadores de derechos humanos han tomado la iniciativa para catalogar los crímenes. Más de 400 personas del estado de Guerrero han venido a dar testimonio sobre sus familiares desaparecidos.
«Todas las autoridades participaban, por eso nadie pudo venir a denunciar los crímenes», aseguró Miguel Ángel Jiménez, coordinador de un grupo que trabaja en la iglesia. Según sus palabras, muchos más todavía tienen demasiado miedo como para denunciar.