La mañana amanece con una lluvia fuerte. La cordillera está cubierta y las nubes se ven oscuras. Un primer llamado y el Huevo me pregunta si la “cosa” se hace o no. Llamó a Erick y me dice que viene llegando del terminal pesquero y que la “cosa” va de todos modos, aunque llueva, aunque no puedan salir al pasaje y terminan encerrados en su casa, y que en un rato más saldrá a barrer la cuadra. Llamado de vuelta al Huevo y le digo que todo va. Un cuarto llamado y es Robinson que me dice que aunque llueva “hay que ir, ya el loco es muy buena onda, y que hay que llevar los instrumentos”. La mañana da vuelta a su tiempo y la hora avanza. Algunos preparan su jornada para ver el partido entre Ecuador y Chile, y Erick, su prima y sus tías ya tienen todo listo para entregar lo mejor, y para recibir a quienes ha visto tantas veces, con quienes ha cruzado más de algunas palabras y quienes ignoran lo importante que han sido para él en el último año.
La música como sanación pareciera ser un concepto manoseado y digno de algún canal de reportajes o de revista de autoayuda. Pero Erick lo sabe muy bien, sabe que cada nota que ha escuchado en los últimos meses, de con quienes se prepara a compartir, ha sido clave. Los bailes, los saltos, la algarabía, la festividad desprovista de maldad y llena de belleza es lo que ha experimentado en muchas jornadas, junto a Coni. De ahí que cada día que pasaba y que hacía acercarse la fecha prevista lo aproximaba a lo que en su momento fue solo una posibilidad y que el azar quiso que se concretara. Des el mismo día en que su entrada fue la escogida, fue imaginando lo que vendría, así habló con sus vecinos y les explicó lo que haría, algo que le hizo evocar a su madre, antigua dirigente vecinal; luego habló con los pacos y con la municipalidad. Nada podía quedar al azar, el mismo que lo había favorecido.
Su rostro al ir recibiendo a los invitados se llenaba cada vez más de alegría. Los primeros, tras el Huevo, los Flores que tenían su mente puesta en el Atahualpa de Quito, pero que estaban con sus instrumentos y vestuario en un pasaje de San Miguel. Luego Pepe, que se cambia de ropa en la calle. El resto va llegando en pequeños grupos, y la tarde empieza a tomar color, ya que están todos listos y el cielo se muestra diáfano entre las nubes. Y cuando algunos ya calientan y preparan sus trajes, Erick les dice que primero pasen, que un “pulmay” los espera, junto a varios bebestibles que van templando la tarde y chispeando las expresiones. Es una pequeña atención, dice, que les quería dar a los muchachos que de a poco van conociendo como sus presentaciones le han servido al dueño de casa para ir superando el dolor de su pérdida, la tristeza que lo llevó a buscar en los tinkus, en las morenadas y en esos cumbiones la alegría que la vida se merece, y que muchas veces no queremos o no sabemos ver. La jornada resulta plena, llena de pequeños relatos que cada uno es capaz de escribir, de muchos diálogos que se construyen en la mesa, o mientras los vecinos se van sumando tímidamente a este grupo que llegó al pasaje para entregar su trabajo.
La tarde mezcla gotas, arco iris, nubes, cielo claro y mucha camaradería. La que ofrece Erick y su familia para todo esto fluya sin que nadie se fije en el tiempo, salvo los Flores; la que entregan todos para que las sonrisas no sólo estén desde un lado, sino que se crucen y se hagan una sola. Los juegos y bailes que propone el grupo y que los niños y adultos entienden fácilmente y que en algunos momentos tiene a Coni como protagonista. Cada uno pide lo quiere, algunos temas, otros borgoña, otros cerveza, otros alcachofas y todos juegan su propio juego: el del festejo, el de la sanación y el de la camaradería, que tal como lo ha vivido y entregado Erick es parte de la historia de muchos otros y otras. Y también es mi propia historia.
¿Dónde y cuándo fue?
San Miguel
10 de octubre
Desde las 15:30 horas
Texto: Jordi Berenguer
Foto: Evelyn Cazenave A.
Onda Corta
El Ciudadano