El miedo a la democracia del sistema binominal

“El demócrata es aquel que sabe argumentar”


Autor: Director

“El demócrata es aquel que sabe argumentar”. (Olivier Duhamel, politólogo francés)

“De la carencia de pensamientos ambiciosos resulta inevitablemente que la política es mediocre, y la ética también”. (Alain Badiou, filósofo francés)

¿Qué tienen en común el miedo de Frei y Piñera a los debates, la gimnasia de los pactos celebrados a espaldas de los ciudadanos, la avalancha de vituperios de algunos diputados, con expresiones en boga como: “gobierno de los mejores”, “renovación de los rostros”, “cambio global de las conducciones partidarias”, “recambio generacional”, “recambio de la centro izquierda”, “pasar la escoba” y “cambio” (intercalado a secas o repetido como un mantra)?

Todas estas expresiones en boca de los candidatos punteros, los políticos binominales, los concertacionistas, los ex, y la camarilla opositora de la UDI y RN, así como la letanía de improperios, diatribas, chantajes, amenazas, declaraciones y desmentidos reproducidas con el beneplácito de los medios, ilustran un profundo vacío de contenidos.

Por supuesto. Hay algunas fórmulas aparentemente más sesudas que apuntan a más de lo mismo. Es decir, a la proyección del consensualismo puro, como la de “alternancia no traumática” acuñada parece ser por Edgardo Boeninger, quien ha sido transformado post mortem en profeta y oráculo de la política binominal y consensualista.

También están los ataques frontales ad hominem. Como los calificativos de “mentirosos y mafiosos” de Esteban Valenzuela en contra de Escalona.

Y el más reciente e impactante de Sergio Aguiló, diputado de la “izquierda concertacionista” en contra de Gabriel Valdés, sugiriendo que el ex canciller DC padece de “senilidad” por sus declaraciones políticas llamando a desdramatizar un eventual triunfo de Sebastián Piñera. Cabe resaltar que el diputado Aguiló perdió una excelente ocasión para analizar desde la izquierda la situación política chilena que se caracteriza por esa connivencia e identidad de proyectos entre una fracción de la Concertación-DC, de la cual Frei trata de diferenciarse por razones puramente electorales, con la ultraderecha neoliberal piñerista.

En efecto, los tiempos de campañas políticas revelan, con sus rituales y expresiones verbales mediáticas, repetitivas y tóxicas, el desierto árido de propuestas e ideas transformadoras y el pantano en el cual patalean tanto la política binominal como sus candidatos. Y ese miedo a los debates es la fobia a la democracia; a confrontarse a programas diferentes y a defenderlos con posiciones argumentadas.

La visita de Paul Krugman, el premio Nóbel de economía 2008, nos entrega un ejemplo diáfano. El articulista del New York Times le acaba de decir de frente a los binominalistas lo que piensa acerca de las AFP. Les aclaró que en EE.UU, ni G.W. Bush se atrevió a adoptar el plan de privatización de las pensiones del “Chicago boy” José Piñera porque los trabajadores norteamericanos y la opinión pública lo rechazaron por ser hipercapitalista y grotesco. En Chile, el robo del siglo es avalado en los hechos por todo el establishment político-empresarial-académico; cuenta con el apoyo del ministro Velasco y de la misma Michelle Bachelet, cuya falta de voluntad por producir cambios sustanciales en el modelo económico y en el sistema de pensiones es manifiesta.

Estos temas no se abordan como se debiera en esta campaña. Las AFP son el emblema del sistema neoliberal chileno de apropiación privada del trabajo asalariado de los ciudadanos que suministra los ahorros y los transforma en capital especulativo para dopar el sistema financiero global. El mismo que fue y es factor de crisis.

Ahora bien, esta manera específica de ser y actuar que no va al fondo de los problemas; que ni los nombra, ignora y falsea, además de los discursos, propios en estas circunstancias de los profesionales de la política, es lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamaba el “habitus” (1). El “habitus” son los mecanismos mediante los cuales un grupo humano (en este caso los políticos binominales) llega a percibir como naturales, universales y permanentes, las prácticas institucionales, clasificaciones, características y valores construidos en condiciones sociales específicas en un período de la historia.

Responder a la pregunta, ¿cómo se explica tanta palabrería hueca, diatriba estéril, diferencia artificial e inútil? lleva a plantearse la siguiente: ¿Cómo se impuso el habitus de la elite política chilena que los hace ser refractarios a debatir sobre los cambios necesarios que se imponen al modelo capitalista de explotación y al régimen político excluyente de represión institucionalizada?

Un poco de historia nos permite comprender. Fue cuando el régimen dictatorial se agotaba en los 80’ y el movimiento ciudadano antidictatorial, democrático y pluriclasista estaba en las calles protestando, que en el seno de las elites opositoras a la dictadura surgió el grupo de los llamados “interlocutores válidos” para pactar las condiciones y formas que asumiría la transición a la democracia. La primera tarea de los interlocutores fue la de trabajar por legitimarse ante los ojos del vasto y pluriclasista movimiento ciudadano cuyo motor eran los sectores asalariados y populares.

Lo lograron con el apoyo de los medios alternativos de la época y con la red de organizaciones populares. Pero nadie los mandató para determinar el contenido del pacto. Dicho de otro modo, fijar la perpetuación de los pilares del sistema de dominación y sus cerrojos y a imponer como paradigma de la política, la búsqueda de consensos a ultranza por la “negociación política” entre civiles y militares primero, y entre civiles concertacionistas y derechistas (más o menos pinochetistas neoliberales) en el Congreso más tarde (2).

De diálogo, en conciliábulo, bajo la mirada atenta y protectora de Washington y del Vaticano, los operadores, tanto pinochetistas como “opositores demócratas” fueron estructurando un marco  institucional de transición pactada que negaba el conflicto y donde el principio metodológico estipulaba que cada actor debía ceder algo importante para ser reconocido por el otro.

Esto implicaba aceptar las zonas grises e instaurar la política del silencio y el ninguneo de las demandas sociales (como sucede con la  Deuda histórica del Magisterio por un neoliberal como Velasco que cuenta con la aprobación activa de la Presidenta Bachelet).

Este período cambió y Chile y el mundo necesitan nuevos proyectos históricos para hacer frente a retos urgentes, como el cambio climático, resultado de la dinámica global del capitalismo depredador. Las elites pese a toda la retórica son refractarias al cambio real; al de estructuras económicas, al cambio de régimen político y a la instalación constitucional de la gama de nuevos derechos colectivos e individuales. El habitus adquirido es una cultura del pasado.

Hoy, los políticos binominales tienen miedo de la democracia ampliada. Prefieren seguir protegiéndose con la práctica política desfasada de los pactos, consensos y negociaciones con los adversarios y enemigos de la democracia para mantener el actual sistema de dominación capitalista. Por eso buscan levantar polvo, crear falsos dilemas y diferencias absurdas. Tal manera de ser y actuar abonó el terreno en el cual echó raíz la crisis concertacionista. La falta de audacia del equipo de Bachelet por abrirle paso a un proyecto ambicioso fue el gusano que terminó por pudrir el fruto concertacionista.

Además, son las razones que explican tanta frase hueca, tanto poder de los medios y tanto pacto sin consultar los ciudadanos. Por eso asistimos impávidos a tan flagrante renuncio a la inteligencia y a la razón y a la esterilidad de la política binominal. Esta es incapaz de ofrecer algo nuevo. De ahí que muchos piensan que los originales (Piñera) son mejores que las copias (Frei o Enríquez-O).

Por lo mismo, las claves de la modernidad abandonaron la política binominal. Por esa astucia que ella posee en la historia, la razón desertó los pasillos y el conflicto volvió  a la calle. Para encarnarse en los movimientos sociales ciudadanos, trabajadores y sus justas reivindicaciones como las del magisterio.

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(1) El habitus de la elite política es un esquema que tiene eficacia estructurante, puesto que opera al mismo tiempo como ideología. Simple. Esto es, que el habitus ha sido estructurado por un conjunto de prácticas sociales y políticas que se trasforman en ley canónica, penetran las instituciones, imponen comportamientos sociales que a su vez determinan los esquemas de percepción de la realidad social e imponen el consenso sobre el sentido o significación que hay que darle a la práctica política.

(2) De ahí salió la liberal LGE, no ha salido un nuevo código laboral, ni una nueva Ley del cobre, ni una nueva Ley electoral proporcional, ni saldrá una nueva Constitución, ni un nuevo tratado que satisfaga las reivindicaciones de la Nación Mapuche.

www.leopoldolavin.com


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