Léxico

Los economistas ni se arrugan al hablar de “crecimiento negativo”, “aumento negativo”, “expansión negativa”, “inflación negativa”, “valorización negativa” y varias perlas por el estilo


Autor: Mauricio Becerra

Los economistas ni se arrugan al hablar de “crecimiento negativo”, “aumento negativo”, “expansión negativa”, “inflación negativa”, “valorización negativa” y varias perlas por el estilo. Los empresarios ya no se endeudan, ahora se “apalancan” y a sus trabajadores no los despiden, sólo los “desvinculan.”

A nadie se le ocurriría utilizar expresiones tales como “subiendo hacia abajo”, “bajar para arriba” o “avanzar p’atrás,” a no ser que fuera en chunga o para corregir a los niños que empiezan a hablar. Mucho menos osaría escribirlas en informes oficiales que serían luego reproducidos en primera plana por la llamada “prensa seria.”

Sin embargo, los economistas ni se arrugan al hablar de “crecimiento negativo”, “aumento negativo”, “expansión negativa”, “inflación negativa”, “valorización negativa” y varias perlas por el estilo. Los empresarios ya no se endeudan, ahora se “apalancan” y a sus trabajadores no los despiden, sólo los “desvinculan”.

No hay que ser mal pensado para suponer que tales extremos eufemísticos no son sino ridículos esfuerzos por difundir la idea que la economía marcha siempre hacia arriba y que sus periódicas contracciones no constituyen sino anomalías muy pasajeras.

Es bien sabido, por otra parte, que la mayoría de los economistas que aparecen en los medios de comunicación son poco más que plumas arrendadas por sus empleadores y mecenas, que en la mayor parte de los casos son banqueros y otros peces gordos de las finanzas. Ricardo Ffrench-Davis, uno de los economistas chilenos más destacados y un verdadero orgullo para esta vapuleada profesión, ha venido reclamando por años la desmedida importancia que se ha venido dando a las opiniones de tales “expertos.” Por cierto, se ha expresado acerca de ellos en términos más comedidos, que quizás por lo mismo resultan aún más duros.

Del mismo modo, el espíritu crítico de los periodistas de economía de los principales medios no hace tampoco ningún favor a la dignidad de esa profesión. Ello ha llegado a extremos tales que ha sido tema de recientes novelas best-seller. La manera en que “inflan” y miman sin recato alguno a los empresarios, autoridades económicas y voceros que son del gusto de los primeros, constituye un verdadero bochorno. Se agrava porque al mismo tiempo silencian o descalifican de modo grosero a las voces críticas.

Todo esto no puede seguir y de hecho está terminando. Las palabras que no se podían pronunciar ahora forman parte del léxico diario de las páginas económicas y así continuará por décadas. Varias empiezan con “r,” como retroceso o recesión, otras peores con “d”, como desempleo, depresión, desvalorización o deflación, algunas con “c” como contracción o crisis y otra muy fea empieza con “q”.

Keynes es citado a diario y Marx a lo menos una vez por semana en la principal prensa financiera mundial. Al primero se lo nombra cada vez más incluso en Chile y de a poco se ha visto ir apareciendo en El Mercurio a premios Nobel antes ignorados, como Krugman y Stiglitz y a otros economistas críticos como Roubini.

Para resolver la gravísima situación que enfrenta el país y el mundo no se saca nada con hacer como que no pasa nada. Hay que mirarla cara a cara y prestar oídos a las ideas y personas que están preparadas para enfrentarla.

La crisis ha quebrado la ilusión que la economía capitalista siempre va para arriba o que se equilibra sola. Asimismo la utopía que las bolsas y el interés compuesto son capaces de enriquecer a los inversionistas y a los pensionados. O que el Estado es un problema para la economía. Ello simplemente no es así y nunca lo ha sido. Una nueva manera de pensar acerca de estas cosas, más realista, va a permanecer a lo menos por dos generaciones como ocurrió después de los años 1930.

El capitalismo se ha venido expandiendo y revolucionando todo alrededor del mundo entero desde hace dos siglos. Sin embargo, su avance ha sido a saltos a través de la destrucción brutal que él mismo ocasiona previamente. No despedaza solamente los viejos modos de producción, familias y estructuras sociales e ideas. Periódicamente arrasa también con aquello que él mismo ha creado. Derrumba las fronteras, barrios, industrias y minas que antes ha levantado y excavado para luego deprimir, destruir y reconvertir.

Como escribió Marx en la edición inglesa del Manifiesto Comunista y Marshall Bermann utilizó luego la frase como título en su hermosísimo libro que es una de las mejores guías para comprender la modernidad, a su paso: “Todo lo sólido se desvanece en el aire.”

En cuanto al Estado, ahora sabemos, es lo único que el capitalismo no destruye durante las crisis. Es su tabla de salvación.


Manuel Riesco
Economista CENDA


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