En la noche del jueves falleció con 90 años Abdalá bin Abdelaziz, monarca absoluto de Arabia Saudí que accedió al trono en el año 2005. Su sucesor y hermano, Salman bin Abdelaziz, no tardó en dirigirse a sus súbditos a través de una comparecencia televisiva, para prometerles continuismo y comprometerse a mantener el camino marcado por su hermano: «Seguiremos adhiriéndonos a las políticas correctas que Arabia Saudí ha seguido desde su fundación«.
Los hermanos pertenecen a la dinastía de los Saud, que nació en 1939 a partir de un pacto con la secta musulmana Wahabí, que realiza la interpretación más radical del Islam. Arabia Saudita es una monarquía asoluta en la que la ley islámica -Ley Sharía- es de obligado cumplimiento en todo el territorio.
Su ley es tremendamente restrictiva y las libertades de expresión, pensamiento o religión están completamente anuladas pero, aún así, Arabia Saudí cuenta con el apoyo de Estados Unidos y de Occidente. El hecho de que este país sea el mayor productor y exportador de petróleo del mundo es más importante que el hecho de que imponga penas como la flagelación por conducta inmoral, la amputación de miembros por robo o, directamente, la muerte si las autoridades lo estiman necesario.
Hace unos días saltaba a los diarios la condena a mil latigazos y diez años de cárcel al activista Raif Badawi, apresado por promover la participación ciudadana a través de su blog.
Llama la atención que mandatarios de todo el mundo se manifestaran en las calles de París hace unos días por la libertad de expresión, mientras que al mismo tiempo apoyan y son aliados de un país cuyas leyes condenan el culto a cualquier religión que no sea el Islam así como el ateísmo. El fallecido rey introdujo en abril de 2014 nuevas leyes para combatir las formas de disidencia política, el Real Decreto número 44 que establecia «el llamamiento al ateísmo en cualquier forma o a las dudas sobre los fundamentos de la religión islámica» como terrorismo.
En Arabia Saudí las mujeres no pueden conducir, ni realizar trabajos remunerados, ni subir a un columpio, pero mientras siga siendo un país rico en oro negro, Estados Unidos y Occidente dejarán ‘esos detalles’ a un lado mirando por sus propios intereses económicos, siempre por encima de los derechos humanos.