Pastor Soto, el mal nuestro de cada día

El pastor Soto irrumpió en la escena farandulera- política del país hace más de un año, pero solo en los últimos meses ha generado tanto ruido que a diario se ha ganado espacios en la prensa web, noticiarios,  impresos y foros

Pastor Soto, el mal nuestro de cada día

Autor: Jimena Colombo

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El pastor Soto irrumpió en la escena farandulera- política del país hace más de un año, pero solo en los últimos meses ha generado tanto ruido que a diario se ha ganado espacios en la prensa web, noticiarios,  impresos y foros. Para qué decir del hashtag que lleva su nombre y lo sitúa como top 1 cuando alguna travesura del pastor se viraliza mientras Chile se ríe, lo repudia, lo celebra y lo desprecia.

En una sociedad que tímidamente se esfuerza por conquistar territorios que el resto del mundo ya se adueñó hace décadas, personajes como el pastor son nefastos. En este país, uno de los pocos en el mundo que no tiene una legislación sobre aborto terapéutico y menos libre, donde las parejas homosexuales recién han podido hacer llegar sus demandas al Congreso y ganarse un lugar, lo que representa el pastor Soto –ese retrato que encarna un fragmento conservador de la sociedad tan pequeño como real- nos hace mal, pero conscientes. Es dañino en tanto sus insultos replican conductas aborrecibles que nadie tiene porqué tolerar y se convierten en un ejemplo maldito para las nuevas generaciones, pero a la vez nos tiene conscientes y alertas de que hay más como él.

No está claro a que congregación evangélica pertenece, los medios que lo han entrevistado no han logrado definir con nitidez quienes lo financian o empujan a la rutina odiosa que cada día lo tiene despotricando contra un mundo que no le hace daño ni le impone moral como él sí hace, e incluso se cuestiona su título de “pastor”. La gente se pregunta en Twitter si lo financia Penta, si acaso vive del “raspado de olla” o si es  de esos que cree que la palabra de Dios lo alimenta. Sin embargo, lo único real que hemos podido ver, es que hay una Iglesia que defiende el fondo, pero no la forma de Soto. Una porción de una iglesia que por años ha sido caricaturizada con mujeres de largos cabellos, pandero en mano y gritones predicadores en la Plaza de Armas… y también el respaldo del hipócrita silencio de los que no se pronuncian y en el fondo agradecen que otro catalogue de «inmundo» el amor entre dos hombres, porque lamentablemente aún hay muchos que no entienden que el amor es uno solo.

 Sin embargo, el odio infundado hacia quienes defienden políticas de aborto, de matrimonio igualitario y otras tímidas medidas más liberales que debemos defender para avanzar, nace y radica en la ignorancia que es conquistada en las poblaciones donde proliferan los ministerios de un Dios que no siempre se pronuncia cuando hay hambre ni desolación, pero que sí se apodera de personajes como Soto, que hacen de su vida una guerra  y escupen a sus hermanos en la cara, instalando un doble discurso y la defensa de una palabra tan irreal como interpretable.

Las manifestaciones de Soto que han terminado en ataques físicos y graves oprobios  en contra de parlamentarios, activistas y que incluso se han traducido en demandas y querellas hasta por parte del Estado, no pueden ser más episodios cómicos que no nos despierten rechazo. Pues para ser mejores como sociedad debemos tender puentes fraternos e inculcar a nuestros hijos, amigos, o quien sea que la moral es cosa personal. Denuncio la violencia de los credos que sustentan títeres patéticos que trabajan con el insulto. Y así como quiero que saquen de mis ovarios los rosarios de los curas católicos que se entrometen en asuntos de Estado, quiero que la palabra homofóbica no atente contra mis amigos, ni la violencia conservadora se vuelva nuestro nuevo chiste de moda y no existan pasajes bíblicos que sostengan la cultura del odio.


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