Paraguay, fase II de la temporada golpista

El experimento hasta ahora exitoso del golpe de Estado en Honduras está ya dando frutos y enseñanzas continentales


Autor: Director

El experimento hasta ahora exitoso del golpe de Estado en Honduras está ya dando frutos y enseñanzas continentales.

Está previsto el inminente arribo a Paraguay de 500 soldados norteamericanos, en un nebuloso programa «humanitario» del Comando Sur del Pentágono denominado Nuevos Horizontes, que por 20 años se ha desarrollado  en la región latinoamericana y del Caribe.

El programa funciona así: los militares norteamericanos -grupo compuesto por tropas, ingenieros, médicos, veterinarios, dentistas, enfermeras- junto a sus pares locales desembarcan en un ensayo de operación militar en una zona en crisis, por ejemplo un escenario de catástrofes naturales, o mejor aún, un área controlada por adversarios.

Llegan en aviones, helicópteros y barcos, como en un ataque, no en autobús. Mientras la infantería -normalmente del ejército local, pero con mando yanqui- asegura el lugar y neutraliza a los enemigos, los profesionales estadounidenses atienden a la población, les dan alimentos, ropas y medicinas, les operan alguna apendicitis y les tapan las caries. En un máximo de dos semanas los médicos se van, y la aldea queda igual que antes, pero con el recuerdo de aquellos gringuitos simpáticos y generosos que ojalá se hubieran quedado para siempre.

Los últimos beneficiarios de este tipo de ejercicios humanitarios, en 2008, fueron, fíjese, Honduras, Trinidad & Tobago y Surinam (estos dos últimos vecinos de Venezuela y Brasil en la zona amazónica).

Los ejercicios, dice el Comando Sur, «requieren que las unidades planifiquen y ejecuten operaciones logísticas en regiones remotas. Esta movilización y su ejecución en el mundo real suministra una capacitación inigualable, imposible de ser simulada en Estados Unidos».

Uno podría preguntarse por qué los norteamericanos deben ejercitarse en este tipo de zonas. Sería curioso, por ejemplo, que unidades del Ejército Nacional Bolivariano de Venezuela fuese a ayudar a los esquimales de Groenlandia a construir iglús, con el objetivo de entrenarse en zonas árticas.

La explicación la da el Comando Sur: sus operaciones humanitarias constituyen «un elemento central de los esfuerzos para ampliar la seguridad y la estabilidad en América Central, Suramérica y el Caribe».

¿Y cuáles son los objetivos del Comando Sur? Estos: «conducir operaciones militares y promover la cooperación en el área de seguridad, para alcanzar los objetivos estratégicos de Estados Unidos». Para eso Estados Unidos tiene más de 800 bases militares alrededor del mundo, a un costo de 250 mil millones de dólares anuales.

Por eso hace un par de meses el presidente paraguayo, Fernando Lugo, objetó la realización de este ejercicio en territorio paraguayo. Lugo recordó que otro ejercicio conjunto, durante el gobierno anterior, había originado la hipótesis de que los yanquis querían construir una base allí en el centro del continente.

Pero Lugo tuvo que retroceder. ¿De dónde vinieron las presiones? De la propia embajada norteamericana, que ofreció dinero a las comunidades, del vicepresidente Federico Franco -ahora un abierto opositor a Lugo-, del Congreso dominado por la derecha, y de los mismos militares, golpistas en ciernes.

Lugo está en problemas. Salió al paso de una conspiración golpista la semana pasada y cambió a los tres jefes de la Fuerza Armada. Uno de los despedidos, el contraalmirante Benítez, comandante general de la Fuerza Armada, se declaró sorprendido y hasta dolido porque él, dijo, es un militar obediente y no tiene idea de que alguien esté conspirando.

Una declaración parecida hizo el general Romeo Vásquez, jefe del Ejército hondureño, dos días antes del golpe de Estado del 28 de junio, que derribó al presidente constitucional, Manuel Zelaya.

En Honduras está surtiendo efecto la estrategia norteamericana de las dos caras: condenar el golpe y ser cómplice en el verdadero objetivo: el juego de «negociaciones» interminables, con el fin de ganar tiempo hasta las elecciones del 29 de noviembre, en que todo se «normalizará» gradualmente, porque ya no habrá nada que negociar. Honduras tendrá el gobierno derechista y proyanqui que siempre tuvo, se mantendrá la base norteamericana de Palmerola (primera escala de Zelaya rumbo al exilio, en pijama), y se profundizarán los ejercicios humanitarios para aliviar por dos semanas en algunas aldeas las miserias de cinco siglos.

El plan para Paraguay es un poco, no mucho, más sutil: el golpe ya comenzó por el Congreso opositor, que ha rechazado 80 por ciento del plan de inversiones sociales de Lugo contenido en el plan de presupuesto de 2010, uno de los pilares de su campaña presidencial. El ambiente sedicioso lo empezó a propagar un ganadero chileno, Eduardo Avilés,  quien tenía experiencia en estos menesteres en el período de la Unidad Popular, y quien anunció la creación de grupos paramilitares. Luego vinieron los ruidos del estamento militar, un grupo que en Paraguay nunca ha tenido la intención siquiera de parecer democrático y ha sido siempre un aparato de cobranzas de las mafias que dominan el país (a las que se han unido en las últimas décadas importantes inversiones chilenas).

No hay que tener mucha imaginación para anticipar lo que viene en ese plan: Lugo intentará imponer su plan de inversiones sociales -porque para eso llegó a la Presidencia-, el Congreso le hará un juicio político, la Corte Suprema o algún Tribunal Constitucional decidirán que está violando la Constitución, y será destituido. El Ejército dirá que acata las decisiones de los poderes del Estado y meterá preso a Lugo o lo mandará a Brasil. Y el reemplazante ya debe tener lista la banda presidencial: el vice, Federico Franco. El Micheletti paraguayo.

Pero esos son planes todavía. En Honduras, puede que estén ganando la pelea contra Zelaya, pero esta situación ha creado un movimiento popular determinado y bien organizado que después del 29 de noviembre no necesitará más a Zelaya, quien al fin y al cabo no es -nunca fue- un líder popular. Y en Paraguay las amenazas han precipitado la unidad de la izquierda y las organizaciones sociales.

Fidel Castro anticipa en sus Reflexiones que en América Latina la cosa viene dura. La ofensiva de la derecha es continental y coordinada, desde las armas descubiertas en Uruguay hasta el apagón de Brasil, todo sirve para intentar acorralar a los gobiernos progresistas. Es una campaña implacable.

Según Fidel, de aquí a cuatro años habrá unos ocho gobiernos de derecha en la región, alineados con Estados Unidos, y Obama no pasará de un sólo mandato. Sin duda Chile será -ya es- uno de ellos: ninguno de los posibles vencedores de la elección presidencial amenaza con distanciarse del imperio.

Entonces, dice Fidel, con otro Bush al frente, se verá el verdadero significado de las bases militares norteamericanas en Colombia que el Premio Nobel de la Paz quiere instalar.

Por Alejandro Kirk


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