Para quienes miramos a la victoria de Alexis Tsipras en Grecia desde una perspectiva latinoamericana, casi nos da ganas de decir ‘Ya era hora’. La sensación es de satisfacción, de júbilo, pero a la vez de alivio demorado: ¡o sea que no estábamos tan locos por acá! No porque hiciese falta que Europa confirmase la validez de las elecciones políticas que países como Ecuador han tomado en los últimos años, sino por la necesidad imprescindible de expandir la lucha al neoliberalismo que buena parte de América Latina ha librado.
En efecto, el Viejo Continente acaba de dar las primeras señales de despertar después de un prolongado letargo. Han sido años en que los gobernantes europeos han hecho de todo para burlarse de sus ciudadanos, desmantelando progresivamente aquellas conquistas sociales que, bajo el nombre de estado de bienestar, hicieran otrora la fama de Europa como santuario -aunque con sus limitaciones- de las libertades y de la justicia. La victoria de la primera fuerza política que cuestiona abiertamente el neoliberalismo en Europa llega apenas después de más de 15 años de la llegada al poder de Hugo Chávez, el primero en desafiar abiertamente las doctrinas económicas del libre mercado y en desquiciar su hegemonía.
La posibilidad de que Alexis Tsipras cumpla el mismo rol catártico, dando vida a otros experimentos de índole parecida, no es hija de un pueril optimismo. A diferencia de la primera -difícil- etapa de la Revolución Bolivariana, caracterizada por la carencia de aliados, los griegos ya tienen su álter ego en España: Pablo Iglesias y Podemos podrían, en menos de un año, sumarse a esta nueva ola, con efectos por ahora inimaginables en términos de emulación en lo demás de Europa. El poderoso repertorio mítico-simbólico que estos experimentos llevan consigo suele ser contagioso, más allá de las fronteras de donde se engendra.
El ‘Ya era hora’, sin embargo, es también dirigido a la izquierda europea, la cual ha tardado en registrar las torsiones del discurso político que permitieron a sus contrapartes latinoamericanas de salir de la nebulosa gris de la ineficacia y de la insipidez política. En otras palabras, la clave del éxito de Syriza radica en su conversión al populismo, término ambiguo y a menudo vituperado. ¿A qué acepción nos referimos en este contexto? Populismo es acá entendido como la capacidad de englobar y hacer central en el bagaje semiótico términos como pueblo y patria, y en aceptar sin miedos que no basta una comunicación racional, sino un elemento emotivo que ligue los ciudadanos a un experimento político.
Más aún: el populismo pasa por la posibilidad de dividir en dos al espectro político entre pueblo y élite, por la jubilación de terminologías vetustas, propias de museos de historia, y por la disponibilidad a ensuciarse las manos para hablar con los comunes mortales que pueblan nuestras sociedades, incluso aquellos que no vienen con el sello de garantía de una militancia decenal en la izquierda. Syriza y Podemos lo han entendido y vemos, bajo nuestros ojos, los primeros efectos. La difusión de sus experimentos a lo demás del continente pasa por esta crucial toma de conciencia.
Samuele Mazzolini/ El Telégrafo (Ecuador)