Tal vez ocurrió en el albor de los tiempos. Puede ser tan sólo un mito sin un ápice de verdad histórica. Pero es tan humano. Tan de nuestra mezcla de racionalidad, afectividad e instinto. Caín mató a Abel, su hermano. Y la historia se ha repetido y repetido, como si el castigo de Dios no hubiera bastado. Ayudando a tejer un tupido entramado de atrocidades, injusticias, penurias. Sirviendo de base para distintas ideologías extremas -religiosas o no- o, por rechazo, como pivote para manifestaciones en que prima la razón sobre la fe.
Tal como en un cuento de nunca acabar, nuevamente nos enfrentamos a la fábula. Los hermanos tejiendo intrigas. Intercambiando papeles de Caín y Abel. Pretendiendo confundir a Dios. Como si Dios no supiera. Como si no fuera omnisciente. ¡Somos tan previsibles!
Ahora es Perú. El presidente Alan García descarga su artillería verbal de grueso calibre para tratarnos de republiqueta. Chile habría pagado a un espía para saber secretos de los sofisticados sistemas que posee la Defensa -o ataque, uno nunca sabe- de la hermana nación peruana. Chile, cual Abel malherido, se muestra dolido por los arrebatos verborreicos del mandatario.
Y todos simulan tomarlo en serio. Empezando por Dios, que en estos tiempos son los medios de comunicación. Como si no supieran que García siempre fue un irresponsable. Desde su primera presidencia. Y que cuando tiene problemas internos, busca cómo sacar ventajas a costa de Chile. Ahora, con la popularidad por el suelo, trata de erigirse en adalid ante un ataque inminente.
No es la primera vez, ni será la última. Busca momentos mediáticos superlativos. Una cumbre de algo, por ejemplo. Ya lo hizo en la Unasur, en Quito, y ahora volvió a hacerlo en la Apec, en Singapur. Todo realizado de un modo tan adecuado a la virtualidad en que vivimos. Con descalificaciones profundas. Sabiendo que a los chilenos nos hiere que menosprecien nuestras instituciones. Y eso de llamarnos republiqueta… Un insulto atroz.
Claro, García olvidaba que su comandante en jefe del Ejército, general Edwin Donayre, estando en actividad, arengó a su gente para que estuviera preparada y matara a cuanto chileno que se atreviera a traspasar la frontera. Por supuesto, también a las autoridades chilenas se les borró de la memoria lo ocurrido en noviembre de 2003. Personal activo, perteneciente a la Unidad de Inteligencia de la Región Militar Austral, ingresó en el consulado argentino, en Punta Arenas. Por el hecho, el coronel Víctor Hugo Poza Reyes, jefe de esa Unidad, fue dado de baja. Se trató de un intento indesmentible de espionaje. Hubo un mando que tuvo que asumir que actuaba sin órdenes superiores. O sea, espiaba por cuenta propia. Y a los involucrados, detectados porque a uno se le cayó la cédula de identidad en el lugar, se los castigó con 61 días de cárcel. ¿En qué republiqueta funcionan así las instituciones?
La presidenta Michelle Bachelet rechazó los dichos de su colega por “ofensivos y altisonantes”. Y pasó a recordar lo bien conceptuados que estamos en el mundo. Su ministro de Relaciones Exteriores, Mariano Fernández, en cambio, reafirmó que somos “una gran república y una democracia ejemplar”. Un verdadero alivio.
La lista de chascarros es larga. Y no es exclusividad de Chile y Perú. Ni siquiera de América Latina. Los mal pensados barruntan que hasta pueden ser signos creados por las propias instituciones armadas para justificar su existencia. Si Abel existiera sin Caín, los gastos de Defensa no tendrían razón de ser. Cuestión que afectaría al principal negocio que se realiza en el mundo, en la cabeza del cual se encuentra Estados Unidos.
Vuelvo a mi historia de Caín y Abel. Creo que desde el momento mismo en que fue creada, se trató de un montaje. Dios sabía de antemano que Caín se sentiría envidioso por su reacción frente a los presentes de Abel. Y que la cosa llegaría a mayores. ¿Por qué permitió que se produjera tal situación? Es un problema teologal ante el que me siento incapacitado. En el caso del Dios actual, sí tengo explicación: el chauvinismo vende.
Por Wilson Tapia Villalobos