Lo que me dijo un choro de patio

Acá adentro, ustées saen que pa’l 18 loh cabroh le ponen güendy, hacen sus chichitas, cae su pájaro verde, se juman sus pititos, y tóo eso trae sus consecuencias


Autor: Director

Acá adentro, ustées saen que pa’l 18 loh cabroh le ponen güendy, hacen sus chichitas, cae su pájaro verde, se juman sus pititos, y tóo eso trae sus consecuencias. Loh ánimoh se ponen fiesteros, y a tóo ritmo florecen antiguos enconos, cuentas no saldadas salen a ser cobradas.

Algunos, pa’ evitar el boleteo, se encarpan solos, -que así se le llama acá dentro meterse en una carpa con los puros sociates, que son los amigos de uno no más-, evitando que uno se vea engüelto en malentendidos de otros cabros. Súmesele a eso que vienen las depresiones de otros weones, (por lo de las fiestas patrias, o fiestas parias como le dicen acá dentro)-, a esas depresiones acá se le llama el sicoseo dieciochero -que es peor si es en bajón de pepa-.

En contrapartida, surge el engrandecimiento del corazón de los choros, quienes mediante el flunidiazepan molido se chicotean rico y quedan tóos paraditos, listos pa’ la weá que venga no más, sociate.

Así que se veía venir que iba a haber un enfrentamiento, sí o sí, después del 18. Y esto efectivamente ocurrió días, después del feriado en el Óvalo, que es como el corazón de la Penitenciaría, y que es el lugar donde se miden los choros.

Antes hay que aclarar que tanto el Zanahoria, como el Palo se encarparon y no quisieron niuna weá mah con niún culiao. El único que quedó dando la cara por los choros más chicos fue un tatita de la calle 73, que algunos cabros lo apodaban el Misael Escuti, porque como el golero de la gloriosa selección nacional del 62 (ya me puse jotaeme), siempre estaba bien ubicado bajo los palos. Ese viejito (que en realidad el nombre mah legal de él que tiene es el de Tatita Nieve, más que Misael Escuti), más el Jote Nueo (que algunos choros picaos también lo apodáan el Pichí), fueron los únicos que quedaron en la pelea que se dio en el Óvalo entre los dos choros de las bandas más grandes de acá dentro, es decir entre la banda del Piña y la banda del Don Moai Chico.

La pelea, como pelea, en realidad fue entre los choros más grandes no más, en donde Don Moai Chico le tiró  sus medios cortes al Piña, que incluso en uno lo alcanzó en el ala. Usté me preguntará si lo que digo metafóricamente es que le pegó un corte en un brazo, ya que el Piña no es avión. Pero fíjese que usté no anda tan perdío. Algo de avión había también en el Piña. Quedó la cagá en el Óvalo. El Jote Nueo, o Pichí, tomó distancia de ambos. Como ‘ta formando su nuea banda, ahí anda acompañado siempre de su fiel amijote, el Escoba, que le celebra toas la weás que dice. El Jote Nueo toma distancia del Don Moai Chico, porque quiere diferenciarse de la banda de la que él es original junto con el Escoba, y su padrastro Don Samurai o Don Samu, pa los amigos. Y también toma distancia del Piña, no sólo porque no tendría cabida en esa banda porque venden pomás distintas, sino que además, porque si se acerca demasiado al Piña, el Pichí se desperfila y chorrea meao pa todos lados. Él jura que es distinto a los dos pero su ADN es el mismo que el de Don Moai Chico. En todo caso, los cabros de la población penal siempre le dicen “Ya Pichí, si igual estoy que te creo, así”. Ahora salió con la weá que en una pelea él no va apoyar al Moai Chico si lo quiebra el Piña. Él dice.

Esa weá no se la cree ni su pierna. Si tóos saen que sólo lo hace pa re-perfilarse con respecto al Don Moai. En todo caso, en su derecho no más está de apoyar al Piña si es la weá que quiere. Aunque la weá igual olería a traición a su ADN.

Pero el que realmente ganó en esa pelea, a pesar de andar solamente con una cortapluma chiquitita, fue el Tatita Nieve, y así solamente con su inteligencia, con su choreza, incluso en un momento bien tenso, e intenso, tiró su talla con toda la sapiencia y desparpajo que dan solamente los años. Y eso le gustó al malevaje que a ratos miraba sin comprenderlo todo, loco.

Lo que pasó es que el Jote Nueo, o Pichí, empezó a weial al Don Moai Chico y al Piña, preguntándole de a’onde sacaban tanta luca pa sus bandas, y le dio con la weá al Jote Nueo de preguntal y preguntal y el Tatita Nieve le dijo “Te agradezco que no me preguntís a mí”. Y es que el viejito no tiene ni uno. Sólo esa talla lo puso al centro del contexto del Óvalo. Los reincidentes lo celebraban a todo trapo. Es que el lumpenaje venera la inteligencia, así como la sabiduría.

Unos días un poco antes, había muerto otro tatita de viejito no más, el Don Beni, un viejito igual choro que en otros tiempos que la cana estaba brígida con la banda del Chacal que abusáa de todos los culiaos, el Don Beni ayudó a neutralizar al Chacal, pa que todos se lo pusieran en conocimiento y le dijeran Shaoooooo. Incluso algunos como el Piña que se beneficiaron a concho con el Chacal, estaban agradecidos de ese otro Tatita. Son viejitos de otra época y su moral de choros era otra. Una moral donde no cabían las mexicanas por ejemplo. Ni andar saliéndose de las bandas a cada rato, cuando las cosas no se le dan. En donde la palabra del choro era una palabra respetada. Son de otra época. Las canas se pusieron más duras con los años. Y ellos, de alguna forma, miran desde ese más allá que es el pasado. Pero sus ideales a lo mejor pesan más de lo que la población penal piensa. Si es que piensa. Se verá en el futuro.

El lado cómico lo pusieron las jabrus de los machucaos, que se agarraron del moño a la hora de visita, descalificándose en la puerta del penal. Sobre todo las minocas del Piña y del Don Moai Chico. La pierna del Jote Nueo, repartía galletas de vainilla, y la hijastra del Tatita Nieve, mantenía la distancia, como una choronga respetable.

Por Mauricio Redolés


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